57. Ahora yo estoy aquí

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Samuel.

Luzu se había largado sin decir nada. En un principio me resultó raro, pero luego pensé que lo habría hecho para dejarme a mí con el marrón.

Si había sido así, no me importaba en absoluto. De hecho, tenía pensado quedarme con él y cuidarlo. Ese chico no se merecía haberse cruzado en la vida de Luzu. Nadie podía merecer eso, realmente.

Rubén y yo salimos a comer fuera, yo necesitaba un respiro, y él me regaló aquello.

Intentamos evadir la situación actual, pero no fue posible. Al menos ahora podía estar más tranquilo, porque Luzu no acabaría por destruir del todo a ese chico. Yo no iba a permitirlo, y ahora su cuidado estaba en mis manos.



—Deja de comerte la cabeza, Samu —Ya habíamos ido a comer, y nos encontrábamos ahora sentados en un banco de un parque—. Sé lo que significa a ese chico para ti. Ya me lo contaste una vez, pero no puedes basar toda tu vida en él.

—Él es quién me recuerda que yo nunca fui como ahora soy, Rubén. Es normal que me sienta así respecto a él. La última persona a la que salvé de Luzu, es a Alex. Y eso ha quedado perfectamente grabado en mi cabeza —Me estaba costando la mismísima vida, abrirme, y eso que con Rubén me resultaba algo más fácil—. Y ahora que ha vuelto a ser atacado por él, sé lo que tengo que hacer. Es muy importante para mí, y necesito que lo comprendas.



Él suspiró, buscó en uno de los bolsillos de sus pantalones, sacó un paquete de tabaco, para fumarse un cigarrillo. Yo se lo quité de las manos.



—Tienes que dejar esa mierda —le dije—. No trae nada bueno.

—Lo sé, tío —respondió con voz suave—. Pero lo necesito para relajarme.

—¿Quieres relajarte? —La voz me salió un poco más dura de lo que pretendí— Puedo relajarte la cara de un puñetazo. —Alcé ambas cejas hacia su dirección. Quise soñar agresivo, y aunque lo conseguí, Rubius ya me conocía lo suficiente como para saber que bromeaba. Aunque no del todo.

—Deja los puños tranquilos para otra ocasión —Rió—. Al igual que tú, también tengo problemas del pasado... Y desde que Mangel me dejó, acabé viciándome a esta mierda —Levantó el paquete de tabaco al alcance de mi vista y volvió a sacar otro cigarrillo—. Esta vez no me lo quites —Me señaló con el índice—. Lo dejaré, te lo prometo. —Yo asentí, algo más relajado. Sabía que cuando Rubén prometía algo, lo cumplía. Así que no habría problema con esa maldita droga. Gracias al cielo que yo nunca llegué a probarlo.



El silencio se hizo en aquel espacio en el cual nos encontrábamos. Mi amigo daba caladas, bastante irregulares, al cigarro, mientras que yo miraba el precioso tono azul del cielo.

Después de un par de horas más, ambos decidimos volver. Ya no había nada que hacer en ese parque.

Ya habíamos llegado a la cancela, la puerta principal de la casa que daba a los jardines, Rubén se paró frente a mí y me soltó una de sus idioteces sentimentales.



—Samu... —Yo lo miré, imaginando las palabras que estaba a punto de pronunciar— No sabes cuánto te agradezco lo bien que me trataste cuando me conociste... Que incluso sabiendo las cosas horribles que he hecho en esta vida, me acogiste, dándome un lugar en el que vivir. Sé que estás harto de oírmelo decir, porque crees que no es cierto, pero... Eres una grandísima persona... Ojalá nos hubiéramos conocido desde un principio... Las cosas no se hubieran vuelto tan feas en nuestras vidas... Y siempre hubiéramos tenido el apoyo del otro.

—Deja de agradecerme, Rubén. Estas conversaciones cada vez se me hacen más incómodas. —Honestamente, era así.

—Lo sé. Se te nota un montón —Se le escapó una débil carcajada y añadió lo siguiente—. Es divertido verte con esa cara. —Le dediqué una de mis miradas asesinas, y reanudamos el paso.

[...]

Mi amigo se fue, ya que era tarde, fui a ver unas cuantas veces a Alex, y una de las últimas en la que lo visité, él estaba despierto.

Su cara de espanto se fue atenuando al comprobar que no era Luzu, quién estaba con él.



—¿Cómo te encuentras? —le pregunté, a medida iba acercándome a la cama, donde él aún reposaba.

—E-estoy bien... —respondió, algo perdido— ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha...? —Su cara se volvió pálida en un santiamén. Su voz había dejado de salir, y de nuevo me miraba con terror en sus ojos castaños— ¡¿Dónde está ese hijo de puta?! —Miró hacia todos lados, al mismo tiempo que se movía nervioso en la cama— ¡Por favor, déjeme ir! No diré nada de usted, ¡se lo juro!

—Tranquilo, chico. Estás a salvo. Nadie va a volver a tocarte. ¿De acuerdo? Ese cabronazo ya no está. Se largó, desentendiéndose de lo que te había hecho —El chaval me observaba con atención, analizando cada palabra que salía de mis labios—. Voy a cuidar de ti.



Alex se quedó en silencio. Algo estaba cambiando en su rostro.



—Eres aquel chico —pronunció—. Él que me salvó años atrás...

—Samuel. —Le di mi nombre.

—¿Sigues siendo amigo de ese...?

—No —Lo interrumpí, antes de que pudiera formular la pregunta—. No lo soy. Pero aún así me llamó cuando estaba en apuros. Sabe que nunca quise que te hiciera daño, y juega sucio con eso.



Él se quedó en silencio. No sabía qué responder a eso. No sabía ni siquiera cómo actuar ante aquella situación tan extraña en la que se encontraba.

¿Cómo debía sentirse? Era imposible que yo lo supiera, pero de seguro estaba muy confuso. No era algo que le pasara a menudo a la gente. Y mucho menos ser atacado por la misma persona dos veces, incluso después de los años que pasaron de por medio...

[...]

El nuevo hospedado en mi enorme casa, se quejó de un fuerte dolor en su trasero. Mandé que le dieran un calmante, para que pudiese dormir tranquilo. El chico me lo agradeció y cerró los ojos para intentar conciliar el sueño.

Dejaron un interruptor en su habitación, el cual podía pulsar en caso de emergencia, para que alguien pudiera ayudarlo en cualquier situación.

Yo volví a mi habitación, donde había dejado a Guillermo. Cuando entré, el se hallaba sentado en mi cama, con las plantas de los pies sobre el colchón, abrazado a sus rodillas, mientras su cara se ocultaba entre estas.

Él levantó la mirada, cuando me escuchó entrar. Sonrió y se cambió de posición.



—Veo que ya te han traído la cena —dije al ver un plato y vaso vacíos sobre la mesita de noche—. ¿La has disfrutado? —Él asintió.

—Gracias por permitir que comiera algo tan delicioso. —Yo hice un gesto como respuesta y me senté a su lado.

—¿Estás bien? —No sé porqué le pregunté aquello. Pero al verlo, al entrar, una sensación de tristeza se había alojado en mi pecho.

—Lo estoy, señor —dijo—. Solamente me sentía un poco solo.

—Ya... Entiendo esa sensación... —Suspiré profundamente— La mayoría de las veces, en la vida, nos sentimos solos... Vacíos... Como que algo nos falta... ¿Es así cómo te sientes?



Él pareció pensárselo. Unos segundos después, asintió. Yo lo abracé y por último articulé palabras que jamás creí decir a nadie.



—No te preocupes. Ahora yo estoy aquí...

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora