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« Harry »
La ceremonia, como la de todas las bodas, fue bastante aburrida. Muy aburrida. Me quedé dormido sobre el hombro de Candy. Por suerte no se me escapó ningún ronquido que me delatara. Después, cuando todo el mundo se levantó para ir hacia el banquete, Candy me despertó, moviéndome ligeramente. Yo abrí los ojos poco a poco y ella soltó una risita.

— Vámonos, dormilón. Ya ha acabado la ceremonia.

— Uhm, sí... vamos.

Los dos nos pusimos de pie y enlacé mi mano con la suya para ir tras la gente, que supuse que todos iban hacia el restaurante. De pronto, vi como la madre de Candy estaba mirándome con desprecio. Yo no entendí qué le pasaba, pensaba que ya habíamos superado esa etapa.

— ¿No existen trajes negros en Londres, o qué pasa? – preguntó al alcanzarnos.

— Oh... Sí, claro que los hay. Pero son aburridos.

— Mamá, déjale. Harry va muy guapo, ¿está bien?

— ¿No podía ser algo más convencional?

— No, no podía – negó, frunciendo el ceño –. Déjalo ya, mamá, por dios. Solo disfruta la boda de tu hija y déjanos en paz, ¿vale?

Iris no dijo nada más, solo frunció más el ceño y se dio la vuelta, alejándose en dirección a su marido. Yo suspiré de alivio al ver que ya me dejaba en paz. Entonces, seguimos caminando hasta el restaurante. Varias personas fueron saludando a mi pelirroja, pero ella los evitaba, simplemente agitándoles la mano para que no se acercaran a hablarle.

— ¿No vas a presentarme a nadie, muñeca? – pregunté, cuando cruzamos la puerta, entrando en un salón donde el banquete ya estaba preparado, con grandes mesas y mucha decoración.

— Mejor que no conozcas a nadie, amor. La gente de aquí no es agradable...

— Sí parecen serlo... – asentí, arqueando una ceja.

— Parecen, pero no lo son. Seguro que solo quieren acercarse a cotillear para luego criticarnos a nuestras espaldas.

— ¿En serio son así?

— Sí, ¿por qué crees que en cuanto pude me fui de aquí? Simplemente vamos a esperar que esto acabe cuanto antes.

— ¿Cuanto antes? Oh no, muñeca – reí–, ¿sabes lo divertido que es bailar canciones cutres de los setenta mientras se beben cubatas?

— ¡Ni se te ocurra! En cuanto se acabe la cena yo me voy a dormir.

— ¿Estás tonta? – reí – Ni hablar. Esta noche toca fiesta, preciosa – susurré, agarrando su mentón y dándole un piquito.

Candy frunció la nariz de manera adorable, y caminamos hacia la mesa asignada a nosotros, donde también estaban los que parecían los hermanos del tal Wayne, el reciente marido de Max. Candy los saludó cortamente y me introdujo a ellos diciendo simplemente mi nombre. Yo les saludé, sonriendo ampliamente, y me senté junto a mi pelirroja.

— Pensábamos que no ibas a venir, Candice – dijo una chica rubia, que no debía tener más de 17, y sin embargo lucía un anillo de compromiso en el dedo anular.

— ¿Por qué no iba a venir? – murmuró Candy, arqueando una ceja – ¿Cómo no iba a acompañar a mi hermana en un día tan importante para ella?

— No sé, como decidiste salir de su vida – respondió otra de las chicas, aquella vez una algo mayor que nosotros –, de la de Maxinne y la de toda tu familia.

— Que no viva aquí no significa que haya decidido sacarles de mi vida. A mi hermana la veo a menudo, y con mis padres hablo cada semana – se defendió Candy, con las mejillas algo rojas y la nariz fruncida como siempre cuando se enfadaba.

Portobello Road « London in love 1 »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora