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« Candice »
Bajé de mi Jeep, ya estacionado frente a la casa que mis padres tenían en la montaña y que me habían prestado por un par de semanas para poder escribir, ya que era donde la inspiración llegaba sola a mí. Bajé mi maleta, cargándola hacia el interior de la casa de madera. El lugar estaba rodeado de bosque. Solo bosque. Y un lago en la parte delantera de la casa, a solo unos metros. Algo más allá había otra casa, pero ésta únicamente era usada en verano, lo que me dejaba tranquilidad en invierno. 

Subí los escalones del porche y abrí la puerta. Me adentré dentro de la casa, sintiendo crujir el suelo bajo mis pies. Fui directa a la habitación principal. Dejé ahí la maleta y abrí el gran ventanal que daba al balcón para que la habitación se aireara un poco. Tras eso, fui a la cocina a preparar café, sirviéndome una gran taza de éste con una gota de leche, como siempre.

Llevé la taza humeante hasta el salón y me senté en el viejo escritorio de madera, frente a mi portátil. Miré las páginas en blanco. Tenía todas las ideas en mi cabeza, ya solo quedaba plasmarlas en aquella pantalla. Dejé el café a mi lado y miré por la ventana que había justo delante de mí. Esa ventana tenía vistas a todo el bosque y al lago y, si el día estaba tranquilo, incluso podía oírse desde ahí el rumor del viento moviendo el agua. Por eso me encantaba ir a escribir allí. Vi a un coche todoterreno lleno de personas pasando por delante, fruncí el ceño, deseando que se fueran rápido y no fueran ruidosos campistas.

Di un trago a mi café y observé el teclado, pensando. ¿Por dónde podía empezar? ¿Título? ¿O directamente escribir la obra? La verdad, las ideas no estaban muy claras, por eso había decidido ir al lugar antes de lo que solía hacer. 

Metí la mano en el bolsillo de mis tejanos, sacando de ellos un papel perfectamente doblado. La carta que Harry me había dado un mes atrás. Desde entonces no había vuelto a verle, cosa que agradecía, porque se había vuelto algo pesado. Pero aquella carta era perfecta para inspirarme. Releí las líneas escritas con una ortografía que dejaba bastante que desear… pero que al fin y al cabo podía entenderse.

Eran casi las diez de la noche cuando empecé a escribir algo. Había estado tomando café hasta entonces. También me había cambiado, poniéndome un cálido pijama de invierno. Y había estado garabateando un papel. Y mirando por la ventana.  Y releyendo una y otra vez la carta de Harry. Hasta que llegó. La inspiración simplemente llegó. Mis dedos se movían sobre el teclado casi con vida propia, plasmando todas las ideas que habían en mi cabeza. De pronto se detuvieron. Música. Música a todo volumen. Fruncí el ceño, levantando la mirada hacia la ventana, como si el culpable de todo aquel ruido fuera a estar ahí, delante de mí. Obviamente no había nadie. Gruñí, poniéndome de pie y dirigiéndome a la puerta. 

Salí de casa, poniéndome las botas que tenía en la puerta. Vi la casa vecina, con luces encendidas. Apenas podía apreciarla ya que había varios árboles por el camino, pero allí había una fiesta.

¡Aquella era la suerte de Candice Lovelace!

Caminé hacia aquella casa, dispuesta a parar aquello. ¡No podían hacer tanto ruido! ¿Qué se creían, que estaban solos? Al llegar a la casa, ni siquiera tuve que picar a la puerta porque ésta estaba abierta, por lo que me tomé libertad para entrar. Fui hacia el lugar de donde provenía la música, lo que supuse que sería el salón de la casa. Allí había bastante gente, borracha, bebiendo y bailando al ritmo de la estridente música electrónica. Fruncí el ceño, dispuesta a acercarme a alguien y pedirle… no, exigirle, que bajara el volumen de la música, cuando alguien me agarró de la muñeca y me hizo voltearme. Harry Styles.

— ¿Candy? – murmuró con una sonrisa – ¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo? – dijo en tono coqueto, acercándose a mí. Su aliento olía a alcohol.
— Claro que no, idiota – mascullé –. Venía a que bajéis la jodida música, no estáis solos aquí, ¿sabes?
— ¿Estás en la casa de al lado?
— Vaya, qué racionamiento, Styles. Me has sorprendido – dije con ironía –. En fin, me largo de aquí… Solo bajad la música, ¿sí?
— ¿Y sino qué? – preguntó con picardía.
— Sino te doy una hostia que te giro la cara – dije antes de sonreír con suficiencia. 

Portobello Road « London in love 1 »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora