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« Harry »
Me desperté por el sonido del timbre. Supuse que mamá o Gemma se habían dejado las llaves. Bostecé, poniéndome una camiseta por el camino y abrí la puerta. Vi a una chica ahí parada. No me sonaba de nada. Era bastante baja. Lo que más destacaba de ella podía ser su larga melena pelirroja surgiendo de debajo del gorro negro de lana que llevaba, o bien las pequeñas pecas que decoraban su pálida piel. También podían ser sus intensos ojos azules que me inspeccionaban con detenimiento o la manera en la que sus labios se tensaban con nerviosismo. 

— Hola, ¿en qué puedo ayudarte? – sugerí con voz de dormido.
— Hola, uhm... – pareció dudar un poco antes de seguir hablando – Estaba buscando a Gemma Styles.
— Es mi hermana. Creo que ahora no está en casa – expliqué –. ¿Quieres que le deje algún recado?
— ¿Tu hermana es rubia, alta...?
— Rubia teñida, y no es tan alta, pero sí, supongo... – comparada con ella, hasta un niño de cinco años sería alto.
— Bueno, supongo que sí es ella... Tengo algo para darle – dijo, empezando a rebuscar en su bolso –. ¿Podrías darle esto, por favor? – me preguntó mientras me tendía un papel doblado.
— ¿Qué es esto?
— Una carta de amor – abrí mucho los ojos, sorprendido ante aquellas palabras. ¿Mi hermana lesbiana? ¿Qué mierda...? –. ¡No es de mi parte! – exclamó, supuse que al ver mi cara, que debía ser un poema – Ayer le compré un libro y venía esta carta dentro... – explicó mientras yo abría la carta – por eso quería devolvérsela. 

Inspeccioné la carta, reconociéndola al instante. Aquella carta la había escrito yo un par de años atrás. Fruncí el ceño, ya ni siquiera la recordaba. Volví a alzar la vista a la pelirroja de delante mío. 

— Esta carta la escribí yo.
— ¿Le escribes una carta de amor a tu hermana? – preguntó algo asqueada, arqueando una ceja.
— ¡No se la escribí a ella! Por favor, eso sería incesto.
— Oh, bueno... pues, yo ya me voy – dijo después de un incómodo silencio –. Solo quería devolver la carta.
— Vale, muchas gracias, esto... – me quedé callado al darme cuenta de que no me había dicho su nombre.
— Candy.
— Vaya, que nombre tan...
— ¿Dulce? Sí, suelen decírmelo – dijo sin ningún deje de humor –. Gracias por atenderme, adiós. 

La chica pelirroja se dio la vuelta y empezó a alejarse por la calle. Me quedé un momento mirándola desde la puerta y corrí hacia mi habitación. Me puse unos tejanos lo más rápido que pude, una chaqueta sobre la camiseta del pijama y cogí mi gorro de lana verde y bajé las escaleras hacia la planta inferior de dos en dos, casi chocándome con mamá al llegar abajo.

— ¿Quién estaba picando a la puerta? Estaba en el baño.
— Una chica que quería darle una carta de amor a Gemma pero la carta era mía y me he enamorado – expliqué acelerado.
— ¿Qué? – preguntó confusa.
— ¡Luego te explico, que se está yendo! – grité – Adiós, mamá.
— ¿¡Pero vendrás a comer!?
— ¡Con suerte no! – exclamé antes de cerrar la puerta y correr en dirección hacia donde la pelirroja se había ido.

Vi como aquella chica se alejaba tranquilamente por las calles mientras que yo corría detrás de ella, esquivando a la gente que empezaba con insultos y gritos por chocar con ellos. Cuando, al fin, alcancé a aquella chica, Candy, agarré su muñeca, para que no siguiera caminando. Ella se volteó hacia mí, mirándome extrañada. Se soltó de mi agarre, algo nerviosa y se quitó los auriculares que llevaba.

— ¿Qué quieres? – preguntó con un tono no muy dulce.
— Una cita. Contigo. Esta noche... – respondí con la voz entrecortada, tratando de recuperar mi ritmo de respiración normal.
— ¿Perdona? – la chica me miraba incrédula. Arqueó una ceja y se cruzó de brazos – No voy a salir contigo esta noche.
— ¿Estás ocupada esta noche? ¡Puede ser mañana, o el otro! ¡Cuando tú quieras!
— No voy a tener una cita contigo ni hoy, ni mañana, ni nunca.
— ¿Ah no? – esa vez, el que arqueé la ceja fui yo – ¿Por qué?
— Pues, primero: no salgo con desconocidos. Mira, es una manía que tengo, creo que puede ser peligroso y pueden, yo qué sé... ¿violarme, por ejemplo? 
— No haría nada sin tu consentimiento – dije coqueto.
— Segundo: no me gustas. Así que no harás nada, ni siquiera con mi consentimiento porque nunca va a haberlo.
— ¿Como que no te gusto? – pregunté extrañado.
— Pues eso... que no me gustas. ¿Tanto te cuesta entenderlo?
— Sí. Siempre le gusto a todas.
— Encima egocéntrico – bufó, rodando los ojos –. En fin, si no te importa... tengo prisa – Candy se dio la vuelta y empezó a caminar de nuevo, pero yo me adelanté, quedando delante suyo.
— Sí que me importa. Quiero una cita contigo.
— Y yo ya te he dicho que no vas a tener una cita conmigo – ella intentó seguir caminando, pero agarré su muñeca –. ¡Suéltame! – chilló nerviosa.
— Por favor. Realmente me gustas. Déjame al menos intentarlo. Dame una oportunidad y, si no te gusto, pues ya te dejo en paz.
— ¿No me vas a dejar irme hasta que te diga que sí, no?
— Efectivamente.
— Está bien... Esta tarde en la cafetería The Brew, a las cuatro y media.
— ¿Dónde está eso?
— En Portobello Road.
— Ahí estaré – respondí, con una sonrisa.
— No lo dudo – murmuró, poniendo los ojos en blanco.

Portobello Road « London in love 1 »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora