Capítulo 1 - parte 2

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Mi padre estaba teniendo una crisis nerviosa, apurando a todas las personas que estaban allí, de pronto sentí unas manos alrededor de mí cuerpo. Era mi abuela, que torpemente intentaba soltarme de mi silla. Le extendí los brazos, abrí y cerré mis manos. Cuando por fin logró desatarme me llevó adentro del hospital. Mi madre se encontraba tumbada en la silla de ruedas. Su cabello negro y lacio esa noche se veía sin vida, como si fuera el presagio de que algo muy malo estuviera a punto de suceder.

Mi abuela no sabía a donde ir, así que nos quedamos en la recepción. No había nadie. Era una sala redonda con unos pasillos al fondo, delimitados por tres puertas automáticas. En el centro estaba la recepcionista, rodeada por un escritorio hecho de madera y pintado de un color oscuro. Esparcidos alrededor, se hallaban unos muebles en donde la gente podía sentarse a esperar, y en las paredes varios televisores encendidos. Mientras tanto, a mi madre la habían conducido por el pasillo central. En ese entonces no sabía leer pero asumo que había entrado a terapia intensiva.

La pobre anciana le temblaban las manos, comenzaba a orar en silencio. De su bolsa sacó un rosario y un libro de oraciones, con la imagen de una paloma de color blanco. Leía en voz baja como si susurrara y cerraba los ojos. Entraba en un trance inducido por ella misma. La mujer de recepción; una joven que no tendría más de veinte años, se acercó a ella y le ofreció una botella de agua. Mi abuela se estremeció un poco porque estaba demasiado concentrada. A pesar del susto aceptó y bebió.

Las horas pasaban rápido. Era de madrugada. Mi abuela se quedó dormida con el rosario en la mano, yo me encontraba recostado en sus piernas y permanecía sin hacer ruido. Había un silencio profundo y más porque bajaron el sonido de los televisores. Escuché como se abría una puerta automática, y al incorporarme un poco pude ver a mi padre. Su cara no denotaba algo más que no fuera cansancio y frustración. Reí un poco y sacudí mis manos. Eso provocó que la abuela despertara. Casi olvidando que estaba cuidándome, se puso de pie y fue hacia donde él se encontraba. Yo me quedé en el sillón. Con los oídos muy atentos me acerqué al borde tratando de escuchar lo que mi padre tenía que decirle, pero era inútil, no alcanzaba a oír nada. Fue cuando de pronto la sala entera ecualizó un lamento que venía de mí abuela y caminando aprisa fue y se metió por uno de los pasillos. Mi papá se acercó a mí y yo sonreí. Me cargó, me dio un fuerte abrazo y comenzó a llorar.

Era demasiado pequeño para comprenderlo y no pude hacerlo hasta que me llevó al cuarto con mi madre. Estaba en la cama con su bata puesta, agotada, recargada en el respaldo con una mirada perdida y el rostro pálido, como si no estuviera allí. Mi abuela estaba a su lado acariciándole la mano intentando contener las lágrimas. Mi padre me acercó a mamá. Volteó a verme y con ojos cristalinos me dijo:

—Erick... creo que no tendrás una hermanita —. Comenzó a llorar y todos en la habitación junto con ella.


Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora