No tenía opción. Por primera vez debía escuchar aquella voz. La bestia estaba hablando y no podría escapar corriendo de mi propia casa. En aquel entonces aun no aprendía a silenciar a mi yo interior y mucho menos a convivir con él. Tampoco sabía cómo funcionaba o cuales eran sus intenciones, solo me quedaba obedecer. Después de todo ya había funcionado antes.
Cerré los ojos y dejé que poco a poco mi cuerpo comenzara a desprenderse de mi mente. Era algo que me pasaba en ciertas situaciones. A pesar de no ver nada, estaba programado para seguir avanzando (tenía la sensación de haber salido de mi habitación y recorrer el pasillo, pero me desorienté al no escuchar ningún ruido). Podía sentir como mis manos sujetaban un objeto, pero segundos después lo apartaban de mí. No sabía dónde estaba, solo me dejé llevar. De repente abrí nuevamente mis ojos. Me encontraba un poco mareado pero definitivamente una vez más había pasado. Aparecí en mi cochera. En mis manos sujetaba una pequeña caja de color amarillo con la foto de un roedor muerto. "Veneno para ratas" me dije en voz baja.
Abrí cuidadosamente el empaque. Eran unas pequeñas tabletas de color verde, parecía incluso un chocolate. La manera correcta de usarse era primero partiéndola en trozos pequeños, después, ponerla dentro del queso y esperar a que se disolviera allí dentro. Cuando la rata se terminara de comerse el queso el veneno haría su efecto. El resultado debería ser el mismo en los seres humanos (la muerte), solo esperaba que no le llevara mucho tiempo actuar, porque si llegaba la hora en que las visitas se fueran entonces estaría en graves problemas.
Entré de nuevo a la casa, giré mi cabeza para ver la mesa del comedor y para mi suerte aún no habían servido el plato principal. Me acerqué a la cocina, los hombres estaban sentados a la espera de su comida teniendo una amena charla. Mi madre y la señora Marta por otro lado preparaban todo para que la cena estuviera lista. Entré a la cocina y me acerqué a ellas, mientras cortaban los vegetales.
—Mamá quiero ayudar —dije mientras jalaba su falda.
— ¡Hay pero que lindo eres Erick! —exclamó la señora Marta.
Mi madre se extrañó un poco pero siguió con el juego de pretender que éramos una familia normal. Me entregó una charola con el platillo principal. Un corte de carne y algunos vegetales al vapor acompañado con una copa de vino.
—llévalo a la mesa y sírveselo al doctor Henry Erick. —me pidió.
Caminé lentamente y de mi bolsillo saqué las tabletas de veneno. Con una mano las comencé a partir en pequeños pedazos (casi las hice polvo), mientras que con la otra procuraba no tirar al suelo la charola. Cuando estuve seguro que nadie me estaba observando. Las esparcí sobre la carne como si fuera un polvo mágico y al llegar al borde de la mesa le serví su cena al doctor.
Mi padre seguía hablando, desconociendo lo que yo acaba de hacer. Pero el doctor Henry no lo ignoró, me agradeció con toda sinceridad.
—Cof Cof —tosió mi padre para tratar de recuperar la atención que le había robado.
Giré mi cabeza con la intención de verlo directamente y fruncí el ceño, por lo que él me respondió de la misma manera. Me retiré al otro lado de la mesa y me senté justo en frente del doctor Henry.
—Lo siento Esteban. Como te venía diciendo. Pronto comenzará la construcción del hospital Nuevo Mundo. Dedicado al estudio y la investigación de enfermedades incurables... hasta el día de hoy y no por mucho tiempo más.
—Eso es estupendo señor. Será un orgullo poder trabajar para usted en ese lugar. —levantó su vaso.
— ¡Salud! —Respondió el doctor Henry levantando su vaso y lo chocaron en el aire.
ESTÁS LEYENDO
Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1
Acción¿Quién eres tú para juzgar los actos que he cometido? Lo que ves cómo una crueldad increíble y maldad absoluta, incluso algo de locura, yo lo veo como progreso, redención, descubrimiento... está bien, quizás tengas razón, probablemente matar a 107 p...