Capítulo 2 - parte 2

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Era un domingo por la tarde, estaba sentado al borde de mi ventana y escuchaba a lo lejos el televisor. Estaban pasando uno de mis programas favoritos, Los viajes de Cosmo: una serie de televisión que trataba de las aventuras de un astronauta y su nave espacial. Recorrían el espacio con el propósito de explorar los planetas y descubrir vida inteligente. Un ridículo programa para niños, pero hay que admitirlo, me gustaba y jamás me lo perdía, aunque esa vez fue la excepción. Mi vista estaba fijada en un gato muy querido en el vecindario, nadie sabía de quién era o cómo llegó allí, pero todos los días descansaba en una de las ramas del árbol de la familia Spur, señor Harris le llamaban, ¿por qué? no lo sé, ese animal había llegado primero que yo. El plan para atraparlo fue simple: esperé un poco después de que cayera la noche, ya que los niños solían andar en bicicleta y patines hasta la puesta de sol. Una vez que la calle se cubría de oscuridad y los faros de las aceras se encendían, los pequeños entraban de nuevo a sus casas. Bajé por mi ventana. En mi mano izquierda traía una cuerda que encontré entre las cosas de mi padre y en la otra una bolsa. Tiré un señuelo frente al animal y me las arreglé para atarle la soga al cuello. Logré tirar de la cuerda, y con la ayuda de la rama de un árbol ahorqué al animal. Pegó un alarido espantoso, creí que todo el vecindario se iba a despertar. Esperé unos instantes. No escuché nada. El silencio regresó nuevamente y el animal permaneció inmóvil, fue la señal para bajarlo y meterlo a la bolsa. Lo toqué con una vara y me cercioré de que estuviera muerto. Al estar seguro que nadie estaba mirando, corrí a mi casa, arrojé la bolsa en los arbustos debajo de mi ventana y me quedé en mi habitación pretendiendo que había estado allí todo ese tiempo. Pasaron unas cuantas horas. Debía procurar ser alguien normal hasta que todos dentro de mi casa estuvieran dormidos. Por fin, cuando estuve seguro de que no había ningún mirón, descendí nuevamente por mi ventana, tomé la bolsa y me metí al cobertizo que estaba en mí patio trasero. En ese lugar mi padre solía trabajar con la madera, de vez en cuando se dedicaba a hacer adornos para el hogar o el jardín, pero de eso fue hace muchísimo. Ahora estaba abandonado. Abrí la bolsa y dejé caer al gato muerto a mis pies. Lo toqué, lo cargué, lo sentí y hasta lo olí. Todo era diferente, nada era igual que cuando estaba vivo. Tomé unas tijeras de jardín que se utilizan para arreglar las flores y le hice un pequeño corte en el pecho. Estaba extasiado con lo que veía.

Mi curiosidad creció aún más. Cada semana, casi siempre al anochecer, buscaba animales solitarios. Los atraía con promesas falsas de comida y me los llevaba al cobertizo. Ahí simplemente les clavaba las tijeras al cuello. Una vez que los tenía a mi merced era momento de trabajar. Comparaba todo y cada una de las cosas que existían dentro de los animales. Pronto me di cuenta de que todos compartían la misma estructura interna. Aunque variaban de vez en cuando, no era muy diferente un perro de un gato, pero definitivamente si eran diferentes un ave de un réptil. Sin embargo esto no duró mucho, porque había una persona que me siguió la pista en todos mis actos y este fue mi vecino Ricky. Se encargó de presentar pruebas para culparme.

Una noche tocaron la puerta de mi casa, era de madrugada. Mi padre abrió vestido con su bata para dormir. Eran unos cuantos vecinos. Se encontraban furiosos. Entre ellos venían Ricky y su familia.

— Señor Perkins, es necesario que nos permita hablar con su hijo — Dijo uno de los vecinos.

Mi padre se quedó abrumado, no entendiendo lo que sucedía. Tardó un poco en responder y se le hizo difícil articular la respuesta. Tartamudeó:

— Eeeehh, sii, siii claa claaaroo. Pero ¿Qué pasa? — acto seguido bostezó.

Aquellas personas le contaron acerca de la desaparición de las mascotas de algunos vecinos y no solo eso, sino la disminución de pequeñas alimañas que de vez en cuando estaban en las calles. Mi padre sin entender en donde encajaba yo en este asunto accedió a dejarlos pasar. Se dirigieron a mi habitación pero yo no estaba allí. En cuanto a mí, ya había terminado con mis experimentos por esa noche, así que estaba deshaciéndome de la evidencia. Tenía una pala de mano y estaba cavando un agujero debajo de los arbustos de mi jardín. A mi lado se encontraba una bolsa pequeña de color negro donde estaba "Puchi" un perro chihuahua. Arrojé la bolsa al agujero y comencé a rellenarlo. Justo en ese momento, todas las personas que estaban en el interior de mi casa salieron al patio y me atraparon. Me puse de pie y solté la pala. Uno de los padres se acercó al lugar donde tenía oculto los restos y se llevó la mano a la boca cuando descubrió que había allí más de diez animales enterrados.

Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora