Capítulo 22 parte 3

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Me dirigí a la entrada este del pueblo, donde estaban las oficinas de aquel viejo. Cuando llegué me di cuenta que era un servicio de paquetería "el correcaminos" sonreí un poco y pensé: tengo el secreto de la inmortalidad en mi cuerpo, una carrera envidiable en la medicina, más dinero del que quisiera y terminé acudiendo a pedir trabajo a una oficina cómo esta. Puse mis manos alrededor de mi cadera y menee mi cabeza de lado a lado. Cuando abrí la puerta sonó una campanita. Al unísono escuché dos voces que venían del fondo de la tienda "un momento ya voy" y al mismo tiempo venían regresando dos jovencitas, cada una cargando un costal en la espalda. Ambas dejaron caer el costal al verme y comenzaron a discutir entre ellas por ver quién me atendía. Una de ellas se acercó al mostrador. Tenía una blusa estilo polo de color azul con el logo de la empresa, unas gafas de vista cansada y llevaba el cabello abultado en su cabeza sujetado por una pinza.

—Vengo departe de... —hice una pausa.

—De parte de quien ¿perdón?

Bajé la mirada apenado al darme cuenta que no sabía el nombre de la persona que me invitó.

—Te seré sincero preciosa. No le pregunté su nombre, pero te lo puedo describir: es un hombre mayor, llevaba puesto un traje color caqui y un sombrero de frac, se sentó a mi lado en una banca del parque a leer su periódico, fue entonces cuando me invitó a venir a su negocio.

Por un momento palideció y miró de reojo a su compañera que también había palidecido al escuchar esa descripción.

—Lo siento joven, no eres el primero que vienes.

— ¿A qué te refieres?

—En este pueblo cuentan mucho la historia del fantasma fundador de este servicio de correos. La gente dice que a veces va la plaza e invita jóvenes solitarios, ellos llegan aquí y nos dicen exactamente lo mismo que tú nos has dicho. El problema es que cuando ellos salen de esta oficina jamás se les vuelve a ver.

— (Entonces debo suponer que estoy maldito) —pensé.

—Entonces debo asumir que no hay trabajo verdad —dije en tono irónico.

Ellas se miraron y comenzaron a reír. Justo en ese momento la puerta del lugar se abrió y aquel viejo que me recomendó apareció por la puerta.

—Buenos días señor Vincent— gritaron.

—Buenos días hermosas... aaa joven que bueno verte de nuevo y que alegría que aceptaste mi invitación, al parecer ya conociste a mis nietas.

—Sí señor, ya tuve el placer de conocerlas.

—Espero y no te hayan contado la historia de que soy un jodido fantasma, no serias el primero que sale corriendo cuando la escuchan.

Ambas se encogieron de hombros. Yo sonreí un poco y crucé los brazos.

—Por supuesto que no señor, aparte yo no creo en fantasmas.

—Ojala hubiera más personas como tú, gracias a estas dos cuando voy a tomarme un café por la mañana hay gente tomándome fotos y viéndome como si en realidad fuera de otro mundo y estuvieran esperando a que me pare de mi asiento y grite BOOO.

Los tres comenzamos a reír.

—Muy bien y dime ¿ya hablaste con Carmen?

—Aun no señor de hecho acabo de llegar.

—Ya veo, bueno entonces después hablaras con ella, mientras llega puedes empezar a trabajar, dejaremos todos esos rollos burocráticos de lado por un momento, tu trabajo es fácil, allá atrás hay una bodega simplemente tienes que acomodar las cajas por fecha y mantener cierto orden, ya que termines puedes ayudar por acá en mostrador. Déjame ver si tengo una playera para que la uses y te quites esa ropa de malandrín.

— ¡Sí que se la quite! —dijo una de ellas, al decirlo se cubrió la boca y se sonrojó.

— ¿Perdón?—pregunté, ella negó con la cabeza.

Aquel viejo entró a una habitación al fondo del lugar y salió con una blusa azul en la mano.

—Creo que no tengo camisas de hombre pero aquí tengo una nueva que le mandé a hacer a Carmen. Se ve que eres atlético así que te quedará bien, incluso puede que te quede mejor. Carmen es la madre de estas dos terribles adorables niñas, mi unigénita y mí... Cof Cof, perdón, estoy pensando en voz alta.

Me entregó la blusa y me mostró donde estaba el baño para que pudiera cambiarme de ropa. Una vez estando allí me quité la chaqueta de cuero y la camiseta, me puse la blusa pero me sentía ridículo, aunque al verme debo decir que no se me veía nada mal. Salí del baño y el viejo me miró—muy bien—. Dijo mientras con la mano me guiaba hasta el lugar de mi trabajo. Entré a una bodega en la parte de atrás. Había muchísimas cajas, y sacos con cartas, y demás cosas que te encuentras en los correos. Tantos años de avance tecnológico, era maravilloso y a la vez sorprendente que muchas personas aún acudieran a pedir estos servicios. Era de esperarse. Cuando hubo la migración masiva de personas a este continente no había servicios de internet hasta algunos años después. Por lo que tuvieron abrir unos cuantos negocios destinados al correo.

El viejo se sentó en una silla y me explicó nuevamente lo que tenía que hacer. Me dijo que al fondo estaba colgada una faja que podía usar para no lastimarme la espalda.

—Este es trabajo para un hombre. Yo no soy ningún misógino pero ya viste a mis nietas, son tan delicadas, me aterra que un día una de estas pilas de cajas aplaste a alguna de las dos.

—Tiene razón, esto puede ser peligroso si no se tiene la fuerza y el cuidado suficiente.

—Bueno joven, te dejo trabajar, yo tengo que ir a hacer unos pendientes. Por cierto ¿cómo me dijiste que te llamabas?

—Mi nombre es Cosmo —respondí con un ligero temblor en mis labios.

—Qué extraño nombre pero bueno quien soy yo para juzgar. Yo soy Vincent, a tus órdenes.

El tiempo pasaba rápido y aunque fue una estadía muy breve lo aprecié demasiado. A veces cuando llegaban paquetes nuevos y la tienda estaba vacía Marlene la nieta mayor de Vincent venía a ayudarme, tenía dieciocho años y solo era un año mayor que su hermana Ana. Era una chica muy simpática, con demasiada energía y un gusto excepcional por los deportes extremos. En más de una ocasión me invitó a participar en algún tipo de carrera o alpinismo.

Eran tiempos de felicidad, a pesar de que cuando miraba a Marlene, en su rostro veía a Janeth, mis pesadillas volvían, incluso despierto, no podía controlarlas ya. La última vez que la vi... o por dios. No podía olvidarla y aunque lo intentara ese recuerdo permanecería por siempre en mi cabeza. ¿Qué podía hacer?

Matar... es lo mejor que sabes hacer. Vuelve por donde viniste, y busca más y más. Sabes a lo que me refiero.


Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora