Capítulo 24 parte 2

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Fue demasiado tarde y Arnoldo no escuchó, se clavó la aguja en el pecho y gimió, trataba de reír pero no podía, arrojó la caja al suelo y con sus dos manos se arrancó la camisa. Comenzó a gritar. Las venas de su cuello parecía que iban a explotar y su cara se hinchó tanto que tomó un color rojizo como si estuviera a punto de reventar. Repentinamente y sin que nadie nos diéramos cuenta en un principio, poco a poco empezó a aumentar de tamaño y su espalda ganó el doble de volumen. Sus brazos se llenaron más de músculos y de sus codos y rodillas salieron espinas. Era una aberración. Los agentes retrocedieron un poco, no se atrevían a abandonar su posición, se mantenían firmes ante tal monstruosidad, no era de extrañarse que se les notara cierto nerviosismo.

El monstruo seguía creciendo y se volvió el doble o tal vez el triple de su tamaño original. Se encorvó de tal manera que su apariencia fue más la de un jorobado o un enorme primate a causa de los músculos extras que nacieron en su espalda y trapecio. Quedó en la posición que de hecho usan los gorilas para caminar en cuatro patas ya que sus pies no crecieron mucho en comparación al resto de su cuerpo. Sus manos aumentaron de tamaño desproporcionalmente. Lo más aterrador no fue otra cosa que su rostro. Su cabello se cayó y dio paso a lo que parecían ser más espinas. Sus ojos se volvieron de color blanco, como si fueran dos lunas llenas, su mandíbula se expandió tanto que fácilmente podría tragarse a un hombre entero de un mordisco.

—Dios nos bendiga —dijo uno de los inquisidores.

El monstruo se dio media vuelta a una velocidad impresionante, tomó al inquisidor con su enorme mano y se lo metió en la boca. Se escuchaban los gritos de aquel pobre hombre mientras era masticado. Todos los inquisidores comenzaron a disparar. Fue inútil. Sus balas no le hacían absolutamente nada. Simplemente reía al sentir que un casquillo tocaba su piel. Era mutante, el primero de muchos. En algo se había equivocado Arnoldo. Yo no era el Adán, era él. Comenzó a agitar los brazos como si de un torrente se tratase. Los inquisidores volaron por todo el lugar. Algunos cayendo inconscientes, otros se paraban inmediatamente y unos más con mucha dificultad se arrastraban. El monstruo seguía devorándolos. Era su instinto. El de matar y comer, ya no era el mayor Arnoldo, ahora era un monstruo sin conciencia. Su misión ya no era el de llevarme con él, sino acabar conmigo. Aproveché un momento de confusión para escabullirme por detrás de su espalda, me dirigí al pasillo que llevaba al camino en espiral para huir, pero la criatura era rápida y no iba a ser fácil escapar de ella. Alargó su mano y tomó mi tobillo, con una fuerza sobre humana, me arrojó hasta el otro lado de la habitación partiendo en dos la puerta del crematorio.

Me quité los escombros de encima, sentí terror por primera vez en mucho tiempo, miré como aquella bestia corría a toda velocidad para atraparme. Tomé un pedazo de madera que estaba a mi costado y se la clavé en el hocico, se lo había hundido hasta el cráneo. El monstruo no paraba de forcejear. Abría más y más sus fauces tratando de devorarme, no tenía a donde ir. Utilicé todas mis fuerzas para arrojarlo hacia atrás y mientras la bestia retrocedía, aproveché para escapar.

Corrí por donde vine tratando de huir. Pero algo dentro de mí me decía que no podía escapar. No debía ir al pueblo, si esa cosa salía del hospital lo más seguro era que terminara por destruir Los pinos. Pensé por un instante en Marlene, Ana, Carmen y Vincent. Las personas que me habían enseñado lo que era volver a ser querido. No podía llevarles la muerte dentro de su hogar, necesitaba pensar en otra cosa y rápido. Si lograba comerme no sabía cómo reaccionaría mi cuerpo y no lo iba a averiguar. Quizá era la única forma de matarme, desintegrándome completamente. No darle tiempo a mis células que se volvieran a formar, ni mucho menos que se regeneraran. Cuando llegué a mi oficina. Escuché como la bestia se dirigía a toda velocidad detrás de mí, miré a mí alrededor y pensé que no podía correr por la entrada, lo más probable es que me terminara por agarrar, así que tomé impulso y salté por la ventana donde antiguamente el director Finnegan se suicidó. Caí y rodé, cuando voltié la cabeza, el monstruo también ya había saltado.

Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora