Una tarde dimos un paseo por el bosque que estaba a las afueras de la ciudad, no quedaba muy lejos de la universidad, así que decidimos ir a explorar un poco. Toda mi vida estuve rodeado de árboles. Depende de mi situación emocional, era la manera en que veía aquellos bosques. Cuando chico, el bosque que rodeaba el internado me parecía lúgubre, tétrico y oscuro, pero este me parecía hermoso, lleno de color y muy vivo. Todo lo contrario al anterior. Debajo de un gran roble nos sentamos a descansar, y frente a ese árbol reposaba un hermoso lago, mucho más grande que el lago del bosque de Los pinos. Había mucha vida, animales, peces, de todo un poco. Los ruiseñores cantaban y oíamos como la naturaleza seguía su proceso. No quería que el tiempo pasara, quería congelarme y quedarme toda la vida en ese lugar. Pero cuando no creía que podía ser más feliz, ella me abrazó muy fuerte y colocó su cabeza en mi pecho.
—Te amo Erick... perdón, pero en verdad te amo.
Sentí como un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, no era un sentimiento malo, era uno muy bueno y especial. Tomé su barbilla con mi mano, y con mucha delicadeza alcé su rostro para que quedara frente al mío. La miré como si fuera la única mujer en la tierra y en sus ojos vi vida, paz y tranquilidad. Por un momento olvidé el monstruo que era y las atrocidades que cometí. Besé sus labios y me perdí en el firmamento, en las estrellas, recorrimos galaxias y planetas mientras nos besábamos, sentíamos un amor intenso, de verdad, capaz de romper cualquier barrera y llegar más allá, llegar aún más lejos. Continuamos besándonos y pasamos todo el día en el bosque debajo del viejo árbol, con un cuchillo hicimos el cliché más gastado de todas las parejas enamoradas y fue marcar nuestras iniciales en el roble, sonreíamos los dos. Jamás creí que mi felicidad se fuera a extinguir, pero el destino tiene jugadas muy extrañas y así como me brindó por un momento la felicidad que buscaba, se las arregló para arrebatármela.
Pasaron seis meses desde que decidimos estar juntos, la verdad no podemos quejarnos, éramos muy felices, ella era muy popular y constantemente era invitada a fiestas. Yo por el contrario era conocido como la rata de biblioteca. La gente no podía creer que alguien como ella pudiera estar conmigo, y de cierta manera yo tampoco lograba entender.
Durante los últimos meses Gary Flint siempre que tenía la oportunidad aprovechaba para coquetear con Janeth, estando presente yo o no estando. Era muy evidente que la quería para él, no por amor, él la veía como un reto, como un premio más bien. Su cabeza no podía procesar el hecho de que ella estuviera conmigo, era un complejo personal, en donde por primera vez en su vida no podía tener lo que él quería.
—Erick ¿puedo preguntarte algo? —Preguntó Janeth en voz baja mientras un profesor daba su clase.
— Claro Janeth.
— ¿Te molesta Gary?, sus actitudes quiero decir —preguntó dudando un poco en cómo decírmelo.
— La verdad si me molesta un poco, debo admitirlo —Contesté sin titubear —, pero confió en tu amor y en ti, ¿A qué se debe esa pregunta?
—Dará una fiesta esta noche, y estoy invitada... pero no sé si él quiera que tú vayas, aun así, aunque él no quiera, ¿quisieras acompañarme? —El profesor dejó de escribir, y miró hacia donde nos encontrábamos, no dijo nada, se giró nuevamente y continuó escribiendo.
—Muchas gracias Janeth por invitarme, pero a mí no me gustan esas cosas, ve y diviértete, el día de mañana será otro día.
—Jamás me acompañas a ninguna fiesta Erick quisiera que por alguna vez fue...
En ese momento el profesor se giró completamente y alzando la voz, gritó "que una palabra más e iríamos directo a la oficina del rector". No volvimos a tocar el tema. Janeth estaba un poco rara, no me habló el resto del día y las clases que nos tocaba juntos prefirió sentarse con alguna amiga. Ella sabía perfectamente que las fiestas no me interesaban, mucho menos las multitudes, ni el baile. Cada vez que cerraba los ojos, podía recordar perfectamente aquella vez que casi mato a una joven, golpee al que hubo sido un amigo y amenacé a la que se interesó en mí. Tal vez el no asistir a esos eventos era como una manera de expiar mis pecados. Sin embargo tenía razón, y era que jamás la acompañaba a sus fiestas o reuniones, siempre me invitaba pero nunca iba, por las mismas razones, en mi defensa puedo argumentar que pensaba un poco en ella, no quería ser un estorbo.
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Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1
Action¿Quién eres tú para juzgar los actos que he cometido? Lo que ves cómo una crueldad increíble y maldad absoluta, incluso algo de locura, yo lo veo como progreso, redención, descubrimiento... está bien, quizás tengas razón, probablemente matar a 107 p...