Una semana después, el hospital se transformó.
No estoy totalmente seguro si debería seguirlo llamando hospital debido a los sistemas de seguridad que instalamos. Todas las entradas y salidas fueron bloqueadas de manera permanente. Sensores de movimiento en cada esquina del lugar, paneles holográficos para mayor control y triplicamos el número de cámaras por todo el perímetro. Yo no era conocido por ser un mentiroso, habíamos elevado la seguridad en un trescientos por ciento, como se lo prometí al detective. Por otro lado existían sitios donde no valía la pena instalar nada: los patios laterales y traseros. En toda la historia del lugar el único capaz de bajar y subir por los laterales fui yo. Esquivar el sin fin de afiladas rocas y encontrar el camino al pueblo lo volvía una experiencia mortal.
Mientras las medidas de seguridad subían también lo hacia la tensión. Los internos cuerdos y sanos empezaron a sentirse cada vez más incomodos, a mostrar señas de locura y enfermedad, combinados con trastornos de personalidad. Solamente quedaron pocos doctores para ayudarlos. Seguíamos teniendo aun a muchos enfermeros y asistentes. Pero ante la falta de recursos decidí centrarme en lo importante. Primero ascendí a los que eran llamados "los cazadores" a la parte de seguridad.
Con el pasar del tiempo más personas comenzaban a tener miedo. Los primeros en irse fueron los doctores, solamente quedamos Janeth y yo. Los siguientes fueron los de la limpieza y los cocineros. Y por último los enfermeros, era un caos y cada vez se ponía peor. A pesar de que Janeth no renunció estaba renuente a volver a ir hasta que la situación fuera un poco mejor. Ella se quedaba en casa y cada mes le mandaba un cheque con una suma considerable de dinero.
Sin embargo no era suficiente, ella quería recuperar a su esposo. Todos los días me enviaba por lo menos diez invitaciones de video charla y unos treinta mensajes de texto al día, desde un simple contéstame, a un tierno te amo, y algunos más tristes como ¿a dónde te has ido?, quiero que vuelvas. Pero yo me fuí muy lejos y no era posible regresar hasta que estuviera satisfecho con mis experimentos.
A comienzos de diciembre, todo el hospital estaba cubierto por un manto de nieve. Mi ansiedad por descubrir nuevos efectos en mis fórmulas me llevó a verterlos en el agua y comida de los pacientes, y de la manera más descarada hacia que la consumieran. Los vagabundos al principio no sospecharon, pero conforme seguían comiendo y bebiendo, sus características físicas y mentales fueron cambiando. Ninguno de ellos salía de las habitaciones, todos estaban atrincherados. Sabíamos que no podrían durar mucho tiempo. No querían salir por miedo a ser maltratados por mi guardia privada de elite.
Por otra parte yo seguía en mi laboratorio experimentando con los cadáveres de los últimos infelices que logré capturar. Como ya no podía acarrear a más, debía experimentar con lo poco que tenía en mi poder. Para mi suerte, el frio que hacia allá afuera servía para preservar los cuerpos.
Sin darme cuenta sobrepase la primera fase de mi experimento y era la auto sanación. Los cadáveres que habían sido mutilados sanaban lentamente. Los podía cortar y el tejido seguía reconstruyéndose en cuestión de minutos. Pero al pasar las horas y los días, los cuerpos no volvían a la vida. Aun así el efecto continuaba. Me acercaba cada vez más.
Los internos decidieron no salir de su escondite, pasaron así un día, dos días, tres, al cuarto día de ayuno se rompió la brecha que separa la razón de la locura. Todos los guardias se encontraban en el comedor festejando la victoria del equipo nacional de béisbol. Normalmente dos hacían guardia en el lugar pero esa vez creyeron que nada pasaría. Eran las diez de la noche, me encontraba trabajando en mi laboratorio, tenía todos los monitores de las cámaras de seguridad instalados allí mismo, los pasé desde mi oficina.
El terror empezó cuando la puerta donde se encontraban atrincherados se abrió de golpe y una horda de dementes salió corriendo por el lugar. Muchos estaban cubiertos de sangre, al parecer, mientras permanecían recluidos, su mente les jugó una mala pasada y decidieron comerse a uno(o algunos).
Motivados por la locura y los efectos secundarios de mis experimentos. Cuando me percaté me limité a verlos por las cámaras, solo eso, veía como recorrían los pasillos buscando entre los salones y habitaciones sin encontrar a nadie.
Cada monitor que estaba encendido se llenaba pronto de una enorme multitud de caníbales iracundos. Pude haberles avisado a los de seguridad advirtiéndoles del peligro que se aproximaba. Pero algo en mí me detuvo, quería ver lo que iba a pasar. La cámara del comedor se empezó a llenar de personas. Los habían acorralado, pude ver como pablo era masacrado a mordidas. Los demás ayudantes intentaban luchar por su vida pero era inútil, todos eran asesinados, y con una sanguinaria fuerza arrancaban sus partes a tirones. Uno de los de seguridad consiguió escapar y corría por los pasillos. Podía seguirlo con todas las cámaras que habíamos instalado, pero detrás de él estaba siendo perseguidos por la horda. Llegó al patio debajo de mi oficina. Y se quedó en el borde del acantilado buscando una escapatoria. Se apoyó en la corniza y usando sus manos se subió para quedarse en el borde. Frente a él se encontraba toda la legión de monstruos dementes que nosotros mismos creamos. Creo que era Javier si mi memoria no me falla. El más chico de los elementos de seguridad. La horda comenzó a avanzar, y él lentamente retrocedió. Con lágrimas en los ojos miró hacia la ventana de mi oficina y no vio nada. Probablemente esperaba verme allí arrojándole una soga o procurando distraer a aquellos monstruos. Fue entonces cuando lo último que supe de él fue una cara de odio. Justo arriba de mi ventana estaba instalada una cámara de seguridad con la cual podía ver todo el patio lateral. Hice un acercamiento hacia su rostro y con tristeza repetía una y otra vez la palabra "maldito". La horda trató de sujetarlo pero él fue más listo, sabía que iba a ser una muerte menos dolorosa si se arrojaba por el acantilado y efectivamente eso hizo. Su cuerpo se despedazó con las rocas que había en la base de la montaña.
Ahora bien, dentro de mi propia locura podía darme cuenta de que estaba en serios problemas, no podía salir de mi laboratorio sin ser visto y no contaba con suficiente comida para quedarme allí, tenía pocas opciones pero todas apuntaban a lo mismo. Si quería lograr salir con vida, ileso y evitar meter a la policía en este asunto, debía darme prisa y encontrar la fórmula que me haría inmortal.
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Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1
Action¿Quién eres tú para juzgar los actos que he cometido? Lo que ves cómo una crueldad increíble y maldad absoluta, incluso algo de locura, yo lo veo como progreso, redención, descubrimiento... está bien, quizás tengas razón, probablemente matar a 107 p...