Capítulo 22 parte 1

366 29 4
                                    


Nadie es inmune al castigo divino y es un error de los seres humanos creer que somos dioses o que podemos ser dioses. Somos una inteligencia fantástica creada por una fuerza mucho más avanzada que la nuestra. Pero mientras no comprendamos los misterios de nuestra especie, jamás podremos evolucionar. Primero debemos construir nuestras conciencias y prepararnos para lo que sea. Esto es lo fantástico y maravilloso de la mente humana. Es algo tan siniestro que puede ser lo que uno quiera. La mente se acostumbra, lo asimila y hasta cierto punto lo disfruta. En mi caso, todo lo que hice fue impulsado por llevar más allá el poder de mi propio egoísmo y alcanzar la gloria. Lo conseguí,

Erick Esteban Perkins murió, pero el Doctor Cosmo por fin nació.

Era algo increíble, no sabía si era un sueño. Podía sentir mis dos piernas y mis dos brazos. Pasé mi mano por mi rostro. No tenía barba, pero si cabello, mucho cabello. Tenía los ojos cerrados, al abrirlos no vi oscuridad total. Pude ver todo el entorno cubierto con una luz azul suave. Un tipo de visión nocturna natural, estaba sorprendido, me puse de pie. Di unos cuantos pasos y miré mis manos, tenía las uñas largas cómo si fueran garras. Escuché que debajo de mis pies algo crujía. Pisé los cristales de los frascos que rompí, no sentía dolor, no sentía nada. Estaba anonadado por lo conseguido. De pronto comencé a escuchar como la puerta se partía en dos. En la oscuridad se movía un grupo de hombres armados, traían consigo armas de corto y largo alcance. Me agaché y traté de ocultarme. Para mi suerte no venían preparados para esta situación, escuchaba sus voces diciendo "no veo nada" "está muy oscuro" "diles que enciendan las luces de nuevo", yo podía verlos muy bien, solo habían entrado cinco personas, caminaban lentamente en la oscuridad. Quería probar mis nuevas habilidades, pero no sabía hasta qué punto podría llegar. No iba a arriesgarme, así que tomé el último frasco que me faltaba y caminé sigilosamente hasta donde se encontraba el crematorio. Entré en la habitación. Debajo del retrete estaba un agujero lo suficientemente grande para salir de allí. Retiré el retrete y me arrojé en el hueco sin pensarlo dos veces, salí deslizándome por un tobogán. Iba a toda velocidad y aunque me golpee varias veces no sentí nada. Seguía viendo de color azul, de pronto salí de la oscuridad y mi vista volvió a ser clara, empecé a distinguir nuevamente los colores, y después de varias semanas volví a ver el sol, aunque solo fuera el atardecer. Me emocioné demasiado. Tanto que no me di cuenta que salí volando por los aires. Giré un poco la cabeza y vi el lago congelado. Caí de espaldas rompiendo la superficie blanda cubierta por el hielo. La caída fue muy brusca, las aguas estaban congeladas. No sentí el impacto ni el frio. Ni siquiera la sensación de que no podía respirar. Respiraba y mis pulmones se llenaban de agua. Esto hubiera matado a cualquiera pero a mí no. Nadé hacia la orilla y rompí el hielo que obstruía mi camino hacia la superficie. Me puse de pie y caminé alejándome del agua. Seguía sorprendido, no podía creer lo que estaba pasando. Miré una vez más mis manos y me di cuenta de mi escaces de uñas, en vez de eso salieron unas gruesas garras.

—Increible —Dije emocionado.

Me quité toda la ropa manchada y sucia que llevaba. Al no poderme ver en un espejo comencé a tocar todo mi cuerpo construyendo una imagen mental. Cuando terminé sonreí, no solo no huvo rastro de cicatrices sino que también todos mis músculos se reformaron y tonificaron. Era el ejemplo perfecto de vitalidad. Me acerqué al lago una vez más y arranqué un pedazo de hielo. Sonreí al ver mi reflejo. Recobré la juventud. Me veía como cuando tenía dieciocho años, sin barba, sin rastros de arrugas, ningún desperfecto cutáneo. Me dejé caer de espaldas en la nieve, empecé a formar un ángel y miré hacia los cielos. Las nubes se habían vuelto a juntar, como si fuera un gigantesco algodón. Comenzó a nevar, me quedé allí por un instante disfrutando el momento, viendo como los primeros copos de nieve caían por todas partes y cubrían el suelo con una delgada capa de fina y blanca nieve. Me sentía feliz, aunque al mismo tiempo, dentro de mí, comenzaban a crearse una serie de vacíos existenciales, recordando lo que le hice a la única persona que me interesaba.

Nunca más...

Era el momento de mi gloria, esto era algo que cambiaba al mundo y cambiaria a toda la humanidad. Debía probar mis nuevos atributos y tratar de llevar al límite mis nuevas habilidades. Primero que nada tomé el frasco que llevaba conmigo, lo destapé y lo bebí, en teoría este frasco debía causarme algún tipo de deformidad. Sentí que mi corazón dejaba de latir, que la luz del mundo se apagaba una vez más y solo vi sombras. Pero abrí los ojos nuevamente y comencé a tocar mi pecho.

Estaba tirado en el suelo, No pasó mucho tiempo ya que mis huellas aun no se cubrían del todo por la nieve. Seguía vivo y mejor que nunca.

Decidí internarme más en el bosque, alejarme lo más que pudiera del hospital. No quería ver a ningún ser humano nuevamente. Así que llegué a lo más recóndito de este. Hice de mi hogar una cueva que tenía el suficiente espacio para poder refugiarme sin ser visto. Estando allí realicé todo tipo de pruebas con mi cuerpo. Comencé por clavarme las uñas en el brazo hasta despedazarlo, de igual manera no sentí dolor y este se regeneró en segundos. Decidí llegar más lejos así que use toda mi fuerza y me lo arranqué. Después de unos segundos mi brazo se regeneró totalmente, sin embargo el brazo que me arranqué se desintegró a los pocos segundos. Eso fue algo que no podía entender.

Seguí mutilándome partes. Asesinándome una y otra vez. Quemándome, rompiéndome huesos pero nada cambiaba, mi cuerpo seguía regenerandoce. Todo era increíble, no sentía hambre, ni cansancio, aun así, seguía disfrutando de los placeres de comer. Cazaba animales: cómo siervos, aves, entre otros que habitaban las cercanías, encendía una hoguera y ahí los cocinaba. Sabían delicioso, todos mis sentidos se habían agudizado. Podía disfrutar de todos los sabores del mundo y los apreciaba de una forma única. Pero faltaba la última prueba. Me quedé mirando al fuego y con mis manos intenté arrancar mi propi cabeza. La fuerza fue tal que lo último que mis ojos vieron fue mi propio cuerpo mutilado. Una vez más oscuridad.

Abrí los ojos. Estaba tirado en el suelo, confundido, temblando sin sentir frio, con miedo.

Nacer siempre es doloroso

Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora