Capítulo 19 parte 1

433 28 0
                                    

Durante aquella noche tuve otro sueño, o más bien la continuación del mismo. Estaba sentado en una montaña de cadáveres, rodeado de oscuridad, excepto por una tenue luz blanca. Sonreía, levanté mi brazo y señalé a lo lejos. Mi vista o más bien la panorámica que ofrecía, giró entorno hacia donde señalé y al fondo de la habitación lo que parecía ser la misma luz pero alumbrada por un reflector más pequeño, cubrió una puerta de color rojo. Aquella visión fue avanzando hasta abrir la puerta y cuando estuve a punto de entrar...

—Despierta. Llegó un nuevo cargamento de medicinas.

Janeth entró a mi oficina sin avisar, me encontraba durmiendo recargado en mi escritorio. Era un desastre, la oficina y yo. Para entonces, mi aun esposa se veía sin ninguna expresión. Me dio mucha rabia que entrara sin avisar.

— ¡Porque entraste sin mi autorización carajo!

—Estuve veinte minutos llamando a la puerta, necesitan tu firma. Aparte creí que algo te pasó, ya veo que no.

—Dame el papel—firmé la hoja y se lo arrojé.

—Gracias Erick.

Janeth se fue, antes de cerrar la puerta dio media vuelta, me miró a los ojos y dijo algo que jamás olvidaré.

—Me da mucha alegría que sigas con vida, pero extraño a tu antiguo yo. Y si seguimos juntos, o más bien si aún soy tu esposa es por una promesa que te hice hace mucho tiempo.

Al escuchar esto hizo que me cabreara a un más, tomé mi taza y la arrojé contra ella. Gracias al cielo pudo esquivarla y salió ilesa cerrando la puerta bruscamente. Pensé "dios mío que me está pasando", me puse a llorar sobre el escritorio. Ya no había marcha atrás, sabía que me estaba convirtiendo en un monstruo.

Bajé a revisar los paquetes nuevos que mandé pedir. Eran muchas cajas de distintos tamaños con todo tipo de medicamentos para la influenza, resfriado común, dolores musculares y estupideces sin sentido que ordené para no levantar sospechas. Al quitar las cajas encontré un pequeño estuche de color blanco. Era pequeño y ovalado, lo tomé y guardé debajo de mi bata. Me dirigí nuevamente a la oficina, aseguré la puerta y me senté nuevamente en mi escritorio. Abrí el estuche y admiré los frascos que contenían el Gen SaX2.

Esto apenas era el comienzo. Mandé a llamar a pablo a mi oficina. Le dije que debiamos triplicar el esfuerzo parar encontrar a más vagabundos, era nuestro deber como ciudadanos. Aquel hombre robusto, alto y con una barba de candado, no tuvo objeción y se puso manos a la obra después de salir de la oficina. Se dirigió al estacionamiento y llamó a su equipo de cazadores, subieron a las furgonetas y se fueron. Horas más tarde, cada furgoneta traía consigo al menos a diez vagabundos, cuando lo normal eran tres a veces cuatro. Podía notar el odio y la frustración en el rostro de aquellas personas al no tener alternativas. El invierno sería duro, así que el hecho de permanecer dentro de la institución era un regalo de nuestra parte.

El orden duró poco, con el paso de los días cada vez había más tención, sobre todo en el personal médico, muchos comenzaban a renunciar cuando se daban cuenta que muchos vagabundos desaparecían. Por la noche a los más moribundos, o aquellos que no se dan a notar, los inyectaba con la "HSS" y me los llevaba al laboratorio para seguir con mis experimentos. Solo en la primera semana perdí a más de diez ejemplares vivos. Todos con resultados horripilantes. Ninguno podía morir de una manera decente. El más benigno fue uno que dejó de respirar. Pero los demás no, al anterior a ese con una variante del mismo suero hice que sus pulmones literalmente explotaran. A otro fue el corazón, y a uno lo envenené, los demás han sido muertes parecidas a las ya mencionadas. Aunque pareciera que no tenía muchos resultados estaba feliz, iba por buen camino. Según todas las teorías de mi padre, combinándola con mi herbolaria, daba como resultado pócimas poderosísimas.

Las semanas pasaron y siguieron llegando más vagabundos, pero así como llegaban más vagabundos muchos del personal renunciaban. Quedábamos pocos doctores, entre ellos Janeth y solo unos cuantos más, que apenas podía contar con los dedos de una mano. Los de seguridad tenían miedo de que se pudiera poner violento todo este asunto y constantemente iban a mi oficina amenazando con renunciar si no era contratado más personal. Yo les decía lo mismo a todos y era que no lo necesitábamos, por otro lado los alentaba a ser lo más brutales, que no importaba, de todas maneras era un hospital, nuestro trabajo era curarlos de sus heridas, así que ¿Qué podría pasar?

Una mañana muy temprano sonó el timbre. Este timbre solo sonaba en dos partes, en la oficina del cuidador de la entrada, encargado de abrirla y cerrarla y en mi oficina, donde estaban instaladas las cámaras de seguridad. Eran tres hombres con gabardinas. Uno la llevaba de color caqui, mientras que los otros la llevaban de tela y de color más oscuro, casi negro, de hecho era como un azul algo maltratado. Javier el encargado de la puerta llamó a mi oficina.

—Doctor. Hay unos policías que quisieran entrar y ver las instalaciones, y si es posible hablar con usted.

—Hazlos pasar, y dales un pequeño recorrido, por radio avisa a todos los demás que se queden en sus posiciones.

Javier llamó a todos sus compañeros y estos comenzaron a poner orden. Los detectives recorrían el lugar mientras conversaban con Javier, yo por otro lado no permitiría que descubrieran mi lugar secreto así que ordené la oficina, recogí una serie de libros que estaban en el suelo y guardé bajo llave las anotaciones de mi libreta. No podía dejar que la vieran ya que sería ponerme la soga al cuello. Previamente conversé un poco con Víctor por medio de una video-llamada, le compartí un poco la idea acerca de la pócima que estaba tratando de encontrar. Víctor pareció sorprendido y a la vez emocionado, "si alguien puede lograrlo ese eres tú". Tuve que confesarle, que en el proceso murieron varios pacientes y probablemente eso perjudicaría el ambiente en el lugar. A Víctor parecía preocuparle poco. "Mientras la policía no se entrometa no pasará nada, y si se llegara a meter, que no encuentren pruebas, así tampoco pasara nada. Si se mete y encuentran pruebas entonces estamos jodidos hermano" Así que oculté todo lo mejor posible y bajo llave. Cuando estuve seguro de que no había nadie a la vista, decidí salir de mi oficina y alcanzar a los policías en el patio exterior. Allí seguían parados contemplando de hecho lo que era mi ventana. El detective de la gabardina caqui estaba contándoles el caso del director Finnegan y su suicidio. Me acerqué a ellos y me quedé a sus espaldas.


Doctor Cosmo - El diario de un asesino parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora