Capítulo 17: Castillo de Wakayama

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El camino hacia el castillo fue corto, tan solo 15 minutos en auto. Cuando nos bajamos de inmediato notamos la imponente estructura. Era gigante.

–Esto es gigante– dijo Shizuo mirando hacia arriba, cubriendo el sol con sus gafas negras.

–Mucho– confirme.

–Vamos a comprar las entradas –Me empujó–. Esto se ve impresionante.

Cuando compramos los boletos –300 yenes cada uno– y se las dimos a la señora que muy amable esperaba en la puerta (odiaba su trabajo. Se le notaba), un guía nos agrupó con otro grupo de turistas y nativos que visitaban el castillo, y... empezó el paseo.

–La historia del Castillo de Wakayama comenzó cuando el Shogun, Hideyoshi Toyotomi, que subyugó Kishu (aproximadamente lo que hoy es Wakayama) en 1581 (el año 13 de la era de Tensho), asigna a su hermano menor, Hidenaga, su fundación. El constructor fue Takatora Toudo, que entonces fue un reconocido constructor de castillos. Clorito esquisto se utiliza en abundancia para la pared de piedra del castillo de Wakayama.

>> La vista panorámica de las calles de la ciudad de Wakayama y el río Kinokawa que fluye idílico, se pueden ver desde la parte superior de la torre del castillo.

>>Pero sigamos con un poco de historia. –Sonrió el guía– el castillo no cuenta con su estructura original. En la segunda guerra mundial fue dañado debido a las bombas, luego años después, cerca del 1950 fue reconstruido sin perder su valor histórico y llevado al museo que ustedes van hoy.

>>El castillo de Wakayama no es tan grande como sus hermanos de Osaka y Himeji, pero no por eso es menos bello y majestuoso. Dentro de cada habitación podrán encontrar diferentes armaduras samurai de la época, armas, espadas, lanzas, y muchas más cosas, afuera tendrán la posibilidad de visitar los jardines del castillo y el pequeño zoológico.

>>Recuerden que las fotos están prohibidas en el interior del castillo, por lo demás, tengan una buena mañana, disfruten su recorrido y la vista desde el último piso.

Nos dejó a la entrada de la primera habitación, donde habían un montón de armaduras samurai y armas. Caminamos observando cada cosa, fantasee un poco con algunas espadas, ¿qué sería de ellas en mis manos y de los pobres desgraciados que tuvieran que recibir sus cortes? Una buena utopía. De resto, se tornaba muy repetitivo, o por lo menos para un japonés, los extranjeros estaban atiborrados en cada vitrina con la boca abierta y cara de asombro. Ser turista en otro país era algo muy estúpido.

Cuando empezamos a subir los escalones irregulares del castillo reconstruido, mis piernas comenzaron a quemar, cada músculo ardía en protesta por el esfuerzo que esos estúpidos escalones mal diseñados ejercían en ellos. ¿Dónde estaban los ingenieros de esa época? Ah, en la guerra, claro.

–Los habitantes de antes, matarían por un ascensor –dije–, apuesto que si conocieran uno, ni se bajarían de él.

–¿Quieres que te cargue? –Preguntó.

–Sigo preguntándome ¿de qué mierda está hecho tu cuerpo, Shizuo?

–Carne y hueso, igual al tuyo.

–Fenómeno.

–Falta poco para el último piso, aguanta. Quiero ver la panorámica.

–Cállate, estúpido fenómeno subdesarrollado.

Soltó una risa.

–Ya entendí que estás cansado –Volvió a reír–, ahora cálmate, respira y ten paciencia, vamos a ver cada rincón de este castillo.

2. Si pudieras desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora