Capítulo 26: Una conexión invisible

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Terminó su pollo y yo mi espagueti, la botella de vino iba casi a la mitad, nuestros estómagos estaban casi satisfechos, pero aún quedaba la torta. Alargue la mano hasta la botella de vino y llene nuestras copas, Shizuo no rechisto, el vino le había gustado más de lo que esperaba, no pudo negarse. Alargó su mano y tomó un trozo de torta, lo dejó en mi plato y luego repitió lo mismo para sí; seguía feliz, sus ojos no mentían. Alzó su copa y tocó la mía antes de llevarse de un solo sorbo todo el líquido que en ella habitaba, la bajó, comió su trozo y me pidió más vino. Parecía un niño. Me reí y lo serví, no me importó su orden, su cara alegre lo arreglaba todo.

Estábamos frente a frente, separados, sí, pero sentía que me tocaba, su mirada siempre se tornaba así de poderosa, de disiente, de palpable. Yo le sonreí, ¿qué más podía hacer? Comer mi torta y disfrutar su tacto ocular, tomar una copa más de vino y volver a morder un trozo de torta. ¡Lo quería tanto! Más de lo que alguna vez estuve dispuesto a aceptar.

Cuando acabamos de comer y solo quedaba vino en nuestras copas, el mesero volvió y retiró los platos sin demoras; Shizuo se enderezó y tragó saliva, tomó un sorbo de vino de su copa y carraspeo su garganta en un intento de ganar valor, ¿Pero para qué?

–Pulga...

–¿Mm?

–Sé que esto te parecerá extraño y excesivo, sé que te reirás y tal vez te moleste, pero sentí la necesidad de dártelo.

–¿De qué hablas?

Arrastró su mano sobre la mesa hasta mi extremo y dejó allí, junto a mí, junto a mi mano, aquello que él quería que yo tuviera.

Un anillo.

Observé el anillo y luego a él que tomaba otro sorbo de su copa de vino, y entonces me reí, la vida era pequeña para aceptar tantas casualidades y verdades, mis recuerdos de lo que yo mismo había comprado hacía unos días mientras pasaba por una joyería ardieron en mi mente, felices por la coincidencia. La diferencia estaba en que mi anillo estaba guardado en una de mis gavetas en Shinjuku. Pero era lo mismo. Un anillo.

–Lo sabía –resopló–, sabía que te burlarías.

–No, Shizu-chan... no me burlo, me río de lo pequeño del mundo y de la sincronía de nuestras mentes.

Pero no me escuchó. Arrugó el ceño.

–No se trata de matrimonio –admitió–, se trata de un recordatorio visible de mi ser y sus sentimientos hacia el tuyo.

Reí más fuerte, ¿de verdad? ¿Podíamos haber pensado en lo mismo cuando compramos los anillos?

–Pulga... estoy comenzando a enoj...

–Tu anillo está en casa, en mi gaveta de medias. Y pensaba dártelo cuando volviéramos –aplaqué su furia.

–¿Qué? –Preguntó confundido.

–Que también compré un anillo, idiota –Volví a reír–, para recordarte a ti y al resto del planeta que tienes dueño.

Abrió los ojos tanto como pudo y volvió a preguntar <¿Qué?>, en su cabeza aún no se asentaba la idea de que sintiéramos lo mismo con el fin de conectar invisible e inconscientemente nuestras mentes y así lograr transmitir un deseo intangible en lo real pero presente en el interior, un deseo conjunto y compartido como participantes de esa unión ahora llamada unidad. Su estúpida cabeza se negaba a estar feliz pensando que había entendido todo mal.

–¿Para quién? –Idiota incrédulo– ¿Qué?

–Escucha de una buena vez –levanté el anillo y lo dejé rodar por el dedo anular de mi mano izquierda–, te compré un anillo, lo tengo en mi apartamento en Shinjuku, al parecer pensamos lo mismo, al parecer quisimos lo mismo. Acepta el mío también, te lo daré mañana en la noche cuando volvamos a casa.

2. Si pudieras desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora