Capítulo 20: En el rotemburo

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Aproximadamente media hora después estuvimos en el parqueadero del hotel, eran casi las 4 de la tarde y los dos seguíamos sin comer, el estómago nos rugía, casi teníamos gastritis, así que fuimos directamente al restaurante tipo tradicional que era el único que abría las 24 horas y además abría para el público en general.

–¿Qué vas a pedir? –Me preguntó– Yo quiero una porción de tempura y Katsudon –Esta vez le hablaba al mesero–, ¡Ah! Y una cerveza fría, por favor.

–Para mí está bien un ramen y otra cerveza.

–Entendido. De inmediato –Dijo el mesero e hizo una reverencia antes de darse vuelta hacia la cocina.

De nuevo solos. De nuevo me veía a los ojos.

–¿Quieres algo en especial para mañana, Pulga? –Preguntó.

¿Más de lo que ya me ha dado hasta el momento? ¡Está loco!

–No estoy acostumbrado a los regalos, esto ya es suficiente. –Respondí.

–Este viaje es un capricho mío. Izaya, en realidad no siento que sea un regalo –Apoyó sus codos sobre la mesa y se inclinó hacia el frente–. Yo solo quería poder viajar contigo.

–Idiota.

Shizuo a veces se pasaba de idiota.

–Aún no acaba el día, piénsalo.

No le respondí, pedir algo más de regalo sería simplemente excesivo, y en realidad no había nada más que deseara.


Devoramos la comida apenas la sirvieron, incluso la cerveza, que obviamente repetimos, cuando pedimos al mesero una tercera cerveza nos la negó diciendo que de querer más licor deberíamos dirigirnos al bar del hotel, el restaurante no podía servir más de dos cervezas. Agradecimos la comida, nos levantamos y caminamos fuera del restaurante, el cansancio nos entró de golpe, sentimos las piernas y los brazos agotados, casi nos encorvamos al andar, así que al final sucedió lo inevitable... descartamos la idea de una tercera cerveza en el bar y fuimos directo a la habitación, necesitábamos dormir.

Caminamos hasta el ascensor con los pies casi arrastrados, la fatiga de las visitas al Castillo y al santuario y el juego en la playa nos inundaron; una vez en el ascensor le pedí a Shizuo que me llevara hasta la habitación, me sentía agotado además de que me provocaba abrazarlo.

–Ven acá –dijo Shizuo abriendo sus brazos–, salta.

Me colgué de su cuello y salté pegándome a él casi como una cinta pegajosa y molesta, apoyé mi cabeza en su hombro y pegué mi nariz a su cuello. Olía a sal, a mar, a sudor, y era estúpido, pero incluso olía al orgasmo del auto. Abandoné un beso en su cuello y me volví a abrazar a él, quería seguir oliéndolo.

El ascensor se abrió y nos encontramos con una pareja esperando su llegada, cuando nos vieron abrieron los ojos como platos e inútilmente intentaron disimular su sorpresa. La cosa era que en ese punto las miradas ya no nos importaban.

Shizuo los fulminó con su mirada, pero no era que estuviera molesto, solo estaba cansado y ellos estaban obstruyendo la salida, por culpa de la sorpresa que les habíamos provocado ellos seguían sin moverse; no fue hasta que Shizuo abrió la boca y habló que ellos reaccionaron y se movieron a un lado.

–¡Ey! ¿Les importa? Quiero ir a mi habitación –los volvió a fulminar la mirada.

Shizuo ando conmigo en brazos hasta la habitación después de que al fin pudo pasar la barrera humana a la salida del ascensor, abrió la puerta y hasta que no estuvo en la habitación no me soltó.

2. Si pudieras desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora