Capítulo 35: Tom-san

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La ambulancia dio la última curva. Desde la cabina avisaron con un golpe en la pequeña ventanilla para que estuvieran atentos y bajaran al hombre herido rápidamente. El hospital estaba a menos de 10 metros.

A Shizuo se le detuvo el corazón. Pensó que al llegar al hospital estaría mucho más tranquilo, que podría siquiera respirar y pensar con claridad, pero no. El golpe del cristal se sintió en las paredes de su alma en proceso de muerte, ese golpe se había sentido como un: oye, alístate que vas a morir. Era horrible, era la hora de la verdad. No estaba dispuesto a dejar a Izaya. Nunca. Ni siquiera porque la muerte misma se lo reclamara. Simplemente, de cierta manera, la incertidumbre tenía mejor sabor que la verdad en ese momento.

Tembló. Los dedos. Las manos. Los brazos. Las piernas. No quería estar en una sala de espera y que un médico le dijera que Izaya se había muerto. No. Definitivamente no. Se volvería loco, destrozaría el hospital, robaría su cuerpo y se convertiría en criminal. No. Definitivamente no podía morir.

Las puertas de la ambulancia se abrieron y Shizuo se movió sin tener conciencia de ello. Los dos paramédicos –con la presión hasta el cuello y la muerte rondándoles la mente–, salieron disparados con la camilla. Afuera, dos médicos esperaban al herido.

–¿Qué pasó? –preguntó uno de los médicos.

–Herida de arma blanca en el costado derecho, se le ha administrado suero. Perdió la conciencia hace 10 minutos aproximadamente, ha perdido mucha sangre.

Todos ya iban corriendo por el pasillo, incluido Shizuo que seguía llorando.

–Es todo –dijo uno de los médicos– pueden retirarse.

Los paramédicos dejaron de correr detrás de la camilla y miraron a la espalda de Shizuo moviéndose al ritmo de su llanto y de sus pasos. Los dos dedicaron una oración y rogaron con él sinceramente, le desearon lo mejor –a los dos– y se libraron de su carga, de su compromiso. Ahora solo pensaban en encontrar a alguien que pudieran amar de esa forma.

–¿Estará bien? –preguntó Shizuo escupiendo un poco de saliva. Era la hora de la verdad.

–¿Quién es usted? –Preguntó uno de los médicos mientras el otro daba órdenes de procedimientos a las enfermeras– ¿Es pariente? –Debía serlo. Un hermano, tal vez. No había visto a un hombre llorar de esa manera por otro.

–Su pareja –respondió Shizuo sin duda en los labios.

Al médico se le abrieron los ojos, era la primera vez que alguien le respondía de manera tan directa algo de ese tipo. Ahora todos son gay –pensó. Y sintió asco.

Había veces que el miserable hombre –que contaba con una especialización– sentía ganas de dejar morir a las personas, porque "en el mundo hay cosas que no deben existir" y para él, esta era una de ellas. Los homosexuales. Sin embargo se contuvo, reprimió sus pensamientos –una vez más. Ya era la tercera vez en la semana– y se dispuso a salvar la vida del moribundo hombre de la camilla.

–No lo sé –respondió sincero–. Haremos lo posible. –En ese momento entraron en la sala de urgencias. Shizuo tuvo que quedarse fuera. Lastimosamente para su estómago, para su miedo, para su alma. Pero era un poco más de incertidumbre, aún había esperanza.

Shizuo casi empuja a la enfermera que se interponía entre él y su pequeña Pulga, faltó poco, muy poco –para dejarla incrustada en la pared–, pero en ese momento su mente volvió por un segundo y lo detuvo. A tiempo, justo a tiempo.

Se sentó en la estúpida silla negra de plástico que estaba en el pasillo y apretó sus dientes. Esa estúpida silla era del mismo color de su cabello. Si. Lo había olvidado. El único regalo que la Pulga le había pedido estaba hecho y él tal vez ni podría verlo –o no correctamente. Estaba seguro que no lo había notado antes de desmayarse en sus brazos, al fin y al cabo a duras penas y podía ver–. Sintió ganas de arrancarse el pelo. Lo maldijo, y una vez más, rompió en llanto.

Oh, Shizuo. Pobre Shizuo.

Al principio, cuando la Pulga le había dicho que quería ver su pelo de color natural, se había sentido un poco inquieto; claro, de cierta forma eso implicaba problemas –muchos más problemas–. Pero luego pensó que no era tan mala idea. Además, si la Pulga lo quiere, yo lo haré, fue lo que se dijo. Cuando entró en la tienda a comprar el tinte no dudo ni un segundo, definitivamente quería hacerlo y volver a ver su color –aún si era falso. Pasaría un buen tiempo antes de poder volver a ver su color original–, quería darle esa sorpresa a la Pulga.

***

Tom estaba en la silla de su oficina, ese día era ligeramente más tranquilo que los demás, y un tanto más extraño. Shizuo lo hacía extraño. Se estaba comportando de una manera que ni él conocía o entendía, era como ver a otra persona en el cuerpo que el tanto conocía. Estaba contento de ver a Shizuo tan feliz, pero de alguna manera, eso lo hacía sentir un poco empalagado –e incómodo–, tanto que estaba perdiendo la paciencia. La poca paciencia que le quedaba, la perdió totalmente cuando vio a Shizuo con el pelo negro. Tanta felicidad lo hacía sentir incómodo. Mucho. Y más porque el sencillamente no quería verse así en su vida; su propósito siempre había sido andar por el camino que él creía correcto, que lo hiciera sentir satisfecho y no pusiera mayor preocupación en su vida. No pensaba en amor; las noches en los clubes repletos de chicas eran lo suyo, así se sentía bien. Un amor cada noche, siempre una nueva sensación, toque, beso, caricia... un nuevo cuerpo, una nueva cama, una nueva chica. Sí, eso siempre había sido lo suyo, eso lo hacía sentir bien, libre, satisfecho. Esos amores de una noche eran mágicos, perfectos; no entendía porque los otros buscaban desesperadamente a una sola persona para eso. Y por eso le molestaba ver a Shizuo, se le antojaba emético y vomitivo. Y por eso le pidió que se fuera temprano.

***

Shizuo quiso avisarle a alguien, necesitaba que alguien lo controlara en caso de perder el control, pero por otra parte quería seguir solo, allí, en esa sala-pasillo del hospital, sintiéndose morir, manteniéndose solamente por la incertidumbre –qué era su esperanza–. Además, su cara estaba tan hinchada, su ropa tan llena de sangre...y él estaba tan triste, tan lleno de lágrimas –y mocos–, nunca nadie lo había visto así –y es que nunca nadie había logrado ponerlo de esa manera–, simplemente no quería que esa fuera la primera vez. Pero si no quería matar a alguien, si no quería volverse un criminal, definitivamente tenía que llamar a alguien. Al único alguien –además de Izaya– que sabía, podía controlarlo.

Tom-san.

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Continuará

(Hola nuevamente :D Me he adelantado en esta semana con la publicación de ambos capítulos (Komorebi y este, espero lean los dos) porque al parecer no tendré mi computador cerca el fin de semana. Espero disfruten, amores, aunque se que es mega rompe corazones. 

Hasta la otra semana :*)

2. Si pudieras desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora