Capítulo 18: El horrible templo Awashima

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Cuando llegamos de nuevo a la recepción, después de bajar el millón de escaleras que tenía él estúpido castillo, estábamos tan furiosos que ni nos quedamos a pasear los jardines y el zoológico, subimos inmediatamente al auto. Una lástima, los cerezos eran realmente majestuosos.

Ninguno dijo nada. Él tenía ganas de despedazar el castillo entero, yo de desaparecer aquellas miradas estúpidas.

Eran casi las 11:00 am cuando Shizuo arrancó el auto rumbo al santuario Awashima, dormí los 25 minutos que tardamos en llegar del Castillo de Wakayama al santuario; no era que hubiera querido dormir, solo sucedió cuando toqué la silla, tal vez por la rabia de las miradas o simplemente por el cansancio acumulado del viaje.

Cuando llegamos Shizuo movió mi pierna y me despertó.

–Llegamos, Pulga. Despierta.

–¿Mm? –Abrí un ojo– ¿Me dormí? Lo siento.

–Tranquilo. Ahora despierta, tenemos que caminar hasta la entrada del santuario.

–¿Es igual que el castillo?

–No tanto, es más corto, y no hay tantas escaleras. –Rio.

Bostezó y yo igual, los dos estábamos cansados.

Salimos del auto y nos encontramos con un gran arco al estilo japonés, rojo, alto, que indicaba la entrada al santuario. Caminamos por ese pasillo hasta llegar a unas escaleras que subimos hasta llegar a otro arco que indicaba la llegada al santuario. Shizuo tenía razón, nada parecido al Castillo.

Al llegar nos encontramos con una edificio de madera roja y negra al fondo, y unos grandes pasillos de piedra lisa y plana que comunicaban diferentes lugares del santuario, a cada lado habían sillas para descansar y árboles gigantescos. Parecía un buen lugar, no el mejor pero tampoco el peor.

Caminamos unos pasos más hasta estar frente al sitio de las ofrendas del santuario; Shizuo sacó unas monedas, me dio la mitad de ellas y lanzó las suyas para hacer su rezo y ofrenda; en ese momento me ignoró por completo, hizo sonar el cascabel, juntó sus manos, cerró los ojos y comenzó a rezar mentalmente. Me pregunto que estaba pidiendo. ¿Y qué iba a hacer yo con esas monedas? Yo ni siquiera creía en eso.

Cuando Shizuo volvió a abrir los ojos yo aún seguía con las monedas en la mano sin saber qué hacer con ellas.

–¿No tienes ningún deseo? ¿Una petición? –Preguntó Shizuo cuando me vio aún con sus monedas.

–No es eso, es solo que en realidad nunca he hecho esto, nunca manejé la religión como algo personal, siempre lo ignoré.

–¿No quieres empezar ahora? –Preguntó.

–No en realidad, estoy bien así. –Estiré la mano para devolverle las monedas.

–No –dijo–. Quédatelas –Sonrió y se dio la vuelta para caminar hasta la puerta del edificio en el que estábamos.

No me quería quedar con esas monedas, era como si me quemaran la mano, parecía que en el momento en que habíamos hecho contacto ellas habían hurgado en mi interior, en lo profundo y oscuro y se habían enterado de mis deseos y proyectos; ardían, un deseo las hacía arder.

¿Pero qué deseo era?

Dejé caer las monedas mientras algo me golpeaba el pecho, no creía, pero era como si la esperanza de algo que yo desconocía hiciera lo suyo, tal vez las monedas que acababa de lanzar eran de eso, de esperanza, aunque no sabía a qué.

El ruido contra la madera hizo que Shizuo volteara a mirar, estaba poniendo un pie adentro cuando me escuchó deshacerme de sus monedas.

–¡Pediste un deseo, Pulga! –Exclamó emocionado.

2. Si pudieras desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora