Especial 2: La mudanza

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Cuando le propuse a Izaya vivir conmigo, lo hice con la firme convicción de que recibiría una negativa, una burla, o un rechazo rotundo. Estaba convencido de estar pidiendo una estupidez; era tan apresurado, apenas lo volvía a ver y yo ya estaba soltando una idea, un deseo de siempre. Cuando lo volví a ver en aquel callejón tuve tanto miedo, que tuve que salir corriendo en dirección contraria, no quería faltar a mi promesa, a mi palabra con el ente divino que, digo yo, fue quién me devolvió a Izaya de las manos de la muerte, del Shinigami que había acudido a guiarlo a su nueva vida. No obstante, en mi estómago burbujeó de nuevo aquel extraño sentimiento llamado amor que sólo él me despertaba, tan tenaz, firme y sólido como en el pasado, incluso más; tan concentrado era que por un segundo quise olvidarme de todo el pasado, de mi promesa, y salir corriendo hacia él, tenerlo de nuevo entre mis brazos, sentirlo, olerlo... volverlo a vivir. Pero quería que viviera, aún si estaba destinado a no volver a mi lado.

Ha pasado un mes de eso, de ese día en que, al fin, pude tenerlo en mi apartamento, en mi cama, diciendo «si» a mi descabellada propuesta, y unas horas desde que me mudé.

Su casa es una mansión comparada a mi apartamento. En el mes que llevamos de reencuentro, me negué a ir a su casa hasta que, decidiera al fin, la fecha de mi mudanza. Como consecuencia, tuve a un Izaya furioso por tener que vivir en mi "diminuto" apartamento. Sin embargo, después de unos días, cuando decidí que era suficiente e iría a su casa, se negó, me lo impidió rotundamente. Eso no impidió que siguiera renegando de lo increíblemente diminuto de mi apartamento. No supe sus razones hasta ayer, cuando entraba con las primeras 7 cajas de mi mudanza, y me percaté de los cambios inmediatamente: un armario más grande, más exactamente, de pared a pared; una silla más en su nuevo escritorio... entre otros cambios como los que vi después, cuando entré al baño. Dos cepillos, dos toallas, dos de todo. En la cocina: dos pocillos, dos platos de cada tipo más, una nevera más grande, más ollas y sartenes... la casa estaba repleta de cosas que, él sabía, me gustarían, cosas que la convertían más en un hogar de pareja y la alejaban de un apartamento de soltero.

Tener su inmensa existencia, pero pequeño cuerpo de pulga en mi casa fue un placer mayor del que imaginé. Creí, idiota de la vida, no tener uno mejor, hasta que, hace unas horas, en nuestro nuevo hogar, comprobé nuestra inmensa sincronía. Izaya no estaba conmigo en ese momento, de lo contrario, creo, le habría roto varios huesos con mi abrazo; tan astuto como era, me dijo iría a revisar uno de los cambios que tanto había gestionado en Ikebukuro mientras yo subía todo (no necesitaba ayuda), y tan ingenuo como era yo, le creí.

Ahora mismo estoy caminando por todos lados. No sé cuántas veces he subido la escalera, ni cuantas veces he caminado frente a los ventanales de su oficina, o cuantas veces me he lanzado a la cama en busca de su olor impregnado en las almohadas y sábanas. Han pasado 4 horas y sigue sin aparecer. No llama, no se reporta y, sinceramente, estoy empezando a perder el poco control que aún me queda. Me siento en uno de los sofás aún en forma de "L" y me armo de toda la paciencia que puedo reunir, para quedarme quieto, como piedra, en aquel lugar, esperando que su presencia vuelva a embargar nuestro, ahora, hogar. Las cajas siguen cerradas en diferentes partes de la planta de arriba, una sobre otra, esperando que yo las abra y decida acomodarlas. Las manos comienzan a temblarme. Me siento estúpido por este arranque de miedo e idiotez que comienza a invadirme de nuevo, como hace dos años, cuando creí que lo perdería para siempre.

La puerta suena.

Volteo inmediatamente esperando encontrar la silueta que mis ojos extrañan observar y mi cuerpo abrazar. La decepción que siento al darme cuenta que no es Izaya sino Namie quién ha entrado, se convierte en la gota que faltaba para desbordar el vaso que era mi paciencia. Namie debió notarlo, porque inmediatamente, sin saludar siquiera, me dice:

2. Si pudieras desaparecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora