Este saltó por encima de unas valijas que un japonés estaba amontonando junto a él y corrió detrás de aquella melena rubia que se estaba alejando con sus cosas.
-¡Ey! -¿Por qué no le había preguntado su nombre?, se recriminó-. ¡Señorita! ¡La rubia, pare! -Ante la mención del color de su cabello, la joven se paró en seco.
No es que fuera la única rubia en el aeropuerto pero ella dentro de si, sabía que la estaban buscando.
Gonzalo se detuvo delante de ella y se pasó la mano por el pelo, que a esas alturas seguro que estaba completamente alborotado.
-¿Se puede saber qué le pasa ahora? -preguntó la chica indignada.
-Esa es mi valija -respondió Gonzalo señalando con el dedo su preciosa y común valija negra.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó sin apartar la mirada de la suya.
-Lo sé. -Gonzalo enarcó una ceja a modo de desafío-. Y si la soltas un segundo, te lo demostraré.
-No pienso soltarla. -Si él era terco, ella lo era aún más.
-Entonces, más le vale que le vaya bien mi ropa, porque le aseguro que «su» maleta está dando vueltas en la cinta, si es que alguien no se la ha llevado ya.
Ante ese comentario, la chica dudó un instante.
Llegaron juntos a la cinta y, cuando la otra valija negra pasó por su lado, Gonzalo tiró de ella y la colocó en el pisó junto a la «suya». Las valijas eran idénticas, a excepción de un golpe que una tenía junto a las ruedas. Gonzalo se acordaba perfectamente de ese golpe, porque cuando lo vio por primera vez, el día que la estrenaba, insultó mentalmente a todo el personal de tierra del aeropuerto asiático donde estaba.
Reconocería su valija en cualquier lugar, y era, sin ninguna duda, la que aquella rubia se había llevado.
-¿Y bien? -preguntó Gonzalo, satisfecho al ver que ella se daba cuentade su error.
-Está bien, lo reconozco. Tiene usted razón. -Se frotó los ojos-. Me he equivocado de valija.
-¿Y?-Gonzalo sabía que se estaba pasando, pero le encantaba ver cómo se sonrojaba.
-Lo siento -dijo finalmente, y tiró del asa de la valija para irse.
-Espere.-Gonzalo le tocó el brazo para detenerla.
Ella miró sorprendida la mano que descansaba encima de su antebrazo, y no se movió.
-¿No cree que podríamos tutearnos? -Al ver que la joven no contestaba, añadió-: Al fin y al cabo, te has pasado casi todo el vuelo encima de mis rodillas. -Se dio cuenta de lo que había dicho, y al notar que empezaba a sudar, corrigió esa última frase-. Tu asiento. Quiero decir que tu asiento se ha pasado casi todo el vuelo encima de mis rodillas. Me llamo Gonzalo. -Apartó la mano de su brazo y se la ofreció.
Ella dudó un instante, pero finalmente se relajó y contestó:
-Micaela.-Aceptó la mano que él le tendía.
-Encantado, Micaela -sonrió Gonzalo.
-Lo dudo. -La chica apartó la mano y se alisó unas inexistentes arrugas de la camisa.
-Siento haberte hablado mal en el avión. - Esperó un instante para ver sureacción, y añadió-: Estaba muy cansado. -Se pasó la mano por el pelo-. Aún lo estoy.
Micaela levantó la vista y, al ver que él era sincero, aceptó sus disculpas y siguió su ejemplo:
-Yo también lo siento. -Se miró de arriba abajo-. Es obvio que los dos estamos cansados. -Tomó su valija-. En fin, será mejor que me vaya.
-Yo también.
Los dos empezaron a caminar hacia la salida, y cuando estaban a punto de llegar a la cola de los taxis, el celular de Gonzalo empezó a sonar.¡Que mala suerte! Contaba con compartir taxi con ella y así averiguar algo más sobre su misteriosa hada.
Eso no era nada habitual en él, pero tal como había estado pensando antes, había llegado el momento de cambiar. Se le ocurrió no contestar, pero cuando vio que era su jefe, no tuvo más remedio que hacerlo.
-¿Sí?-Enarcó las cejas ante el abrupto comentario de Mariano, y se detuvo en seco. Mariano siempre se ponía nervioso cuando tenían que intervenir en una adquisición importante-. Perdona un momento -le dijo con la esperanza de convencer a Micaela de que esperara a que él terminara con la llamada, pero cuando miró a su lado, ella ya no estaba. Había seguido andando y lo saludaba con la mano para despedirse -. No, no pasa nada. Puedes continuar.
Gonzalo llegó al hotel casi dos horas más tarde, Mariano lo había tenido al teléfono más de media hora, y como no quería perder la señal, esperó en el aeropuerto hasta terminar la conversación. Luego, tomó un taxi, solo, y se quedó atrapado en el tránsito. Lo único bueno fue que, durante ese rato, pudo dormir un poco. A base de tanto viajar, había aprendido a encontrar siempre el lado positivo de los inconvenientes. Una vez instalado en su habitación, se puso cómodo y empezó a trabajar. Tenía una reunión el día siguiente a primera hora y sabía que, para evitar los efectos del cambio de horario, debía mantenerse despierto hasta la noche, para adaptar así su cuerpo a los horarios de aquel continente. Además, tenía que repasar un montón de documentos. Lo mejor sería que llamara al servicio de habitaciones y pidiera que le subieran algo de cenar. Tomó la carta y escogió un sándwich de pollo con un jugo de naranja. Pasada media hora, llamaron a la puerta y, cuando abrió, tuvo que parpadear dos veces para asegurarse de que el cansancio no le estaba jugando una mala pasada.
Detrás del camarero, que lo miraba con cara de pocos amigos porque no se apartaba para dejarlo pasar, vio una melena rubia que reconocería en cualquier parte. Gonzalo se hizo a un lado y el camarero entró, mientras él seguía mirando a la chica, que intentaba abrir la puerta de la habitación de enfrente.
-¿Micaela?-preguntó incrédulo.
A ella se le cayó el bolso, que hizo un ruido seco al impactar contra el suelo, y, despacio, se dio media vuelta.
-No lo puedo creer -dijo Micaela recogiendo las cosas del pisó -. Esto es increíble.
-Tienes toda la razón. Es increíble -repitió Gonzalo.
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A fuego lento <<adaptada>>
FanfictionAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...