Capítulo 19

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El taxi paró delante del hotel. Micaelaa se despertó y, al ver lo acurrucada que estaba contra Gonzalo, lo soltó de un salto y salió del vehículo mientras él pagaba al conductor. Ya en la recepción, ella fue la primera en hablar:

-Perdón por haberme dormido -confesó, muerta de vergüenza.

-No te preocupes, parecías cansada -le dijo, abriendo la puerta.

-Y lo estoy. Hacer turismo puede resultar agotador. -Se pasó la mano por el pelo y respiró hondo-. Gracias por invitarme, lo pase muy bien.

-Gracias a ti por venir. -Miró el reloj-. Vaya, es más tarde de lo que pensaba.

-Sí, creo que me acostaré. Mañana me espera un día muy largo. -Vio que él enarcaba una ceja, y se lo explicó-: Mañana dejo el hotel y me instalo en el departamento.

-¿Mañana? -Ella ya se lo había contado, pero al parecer su cerebro había decidido olvidar ese pequeño e inoportuno detalle-. ¿Mañana?

-Sí. Me levantaré, armare la valija e iré a la escuela de cocina. Se supone que allí me esperará alguien con las llaves y me acompañará hasta el piso. -Pulsó el botón del ascensor-. Bueno, ha sido un placer conocerte.

Ah no, eso sí que no; no iba a permitir que se despidiera de él como si nada.

-Si no recuerdo mal quedamos en que te ayudaría con la mudanza y luego tú me invitarías a cenar. -En ese instante dio gracias a Dios por tener tanta memoria-. Además, dicen, a los hombres se nos da mejor lo de encender calderas y buscar contadores de la luz. -una tontería-. Y no pienso dejar que te libres de invitarme.

-No sé, no quisiera molestarte, seguro que tendrás cosas que hacer.

-Qué va.

El ascensor abrió las puertas y los dos entraron.

-¿De verdad no te importa? No te sientas comprometido por haberte ofrecido el otro día, yo ya ni me acordaba... con el presupuesto que tengo no sé a qué podría invitarte.

¿Qué podía decirle?

-De verdad -respondió mirándola a los ojos para ver si así entendía lo que no se atrevía a decirle con palabras; que quería pasar otro día con ella. Quería conocerla mejor y saber si las palpitaciones que sentía eran pasajeras o eran el principio de algo mucho más intenso.

El ascensor, con su característico don de la oportunidad, se detuvo en el piso y abrió las puertas de nuevo. Salieron y, en silencio, caminaron hacia sus habitaciones.

-¿A qué hora tienes previsto irte de aquí? -le preguntó él dando por hecho que iba a acompañarla.

-A las diez. -Empezó a buscar la llave en el bolso-. La escuela de cocina no está muy lejos. Tengo que ir allí y media. -Sacó la mano triunfante, sujetando la tarjeta entre dos dedos-. ¿En serio no tienes que trabajar?

-En serio, tengo que leer unos documentos, pero puedo hacerlo ahora. No te preocupes.

Gonzalo no pudo resistir la tentación y le acarició la mejilla. Fue sólo un segundo, y en seguida apartó la mano. Como si no hubiera sucedido. De hecho, Micaela se preguntó si de verdad había deslizado los dedos por su mejilla.

-Será mejor que me vaya, antes de que sea demasiado tarde -dijo él tras carraspear.

-Yo también tengo mucho que hacer -respondió ella sin entender el último comentario-. Dejaré lista la valija y me acostaré.

-Que duermas bien -susurró Gonzalo antes de darse media vuelta y seguir hacia su habitación.

-Lo intentaré -murmuró Micaela tratando de abrir la puerta.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora