Capítulo 6

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-¿Micaela? Vaya casualidad. -Él había decidido no estar enfadado porque ella hubiera rechazado su invitación para cenar, por segunda vez-. Y dicen que es imposible encontrarse con alguien conocido en esta ciudad. ¿Cómo has pasado el día? ¿Te ha gustado la ciudad? -le preguntó Gonzalo cuando ambos empezaron a caminar de nuevo.

-Mucho, y tenías razón. -Esquivó un carrito de comida ambulante.

-¿Sobre qué? -Él la sujetó por el codo para que no se cayera.

-Sobre el Empire State. La vista es espectacular. -Micaela se acordó de la estatuilla de King Kong que había comprado y de repente se sonrojó.

-Me alegro de que te haya gustado. - Gonzalo le soltó el codo.

-¿Y tú? ¿Qué tal te ha ido el día? -Micaela empezaba a relajarse. Al fin y al cabo, si el destino estaba empeñado en que se encontrara con él cada dos por tres, qué podía hacer.

-Bien. La verdad es que ha sido un primer día muy interesante. Normalmente no suelo aprender nada en las primeras visitas, pero hoy ha sido distinto.

-¿A qué te dedicas? -Ella vio que él levantaba una ceja y añadió sonrojada-: Lo siento. Disculpa, no pretendía ser metida.

Gonzalo se rió.

-No, si no me molesta. Es que me sorprende que, después de rechazar dos veces mi invitación a cenar, te intereses por mí.

Micaela no dijo nada y siguió caminando.

-¿De verdad quieres saberlo? -preguntó él.

-Si no quisiera no te lo habría preguntado - respondió ella sin mirarlo, y en ese instante decidió que ya le daría la figurita en otro momento.

-Soy asesor financiero. Seguro que ahora te caigo aún peor -bromeó Gonzalo.

-¿Crees que no me caes bien?

-Estoy convencido de ello. Pero no importa. Siempre me han gustado los retos. -Al ver que ella miraba a ambos lados, continuó-: El hotel es por aquí.

-Gracias. Y no es cierto que no me caigas bien. -Él la miró incrédulo-. Es sólo que no eres mi tipo.

-¿Y cómo lo sabes? -preguntó Gonzalo divertido-. Acabamos de conocernos.

-Lo sé.

-Vaya, ¿le importaría decirme qué número saldrá en el próximo sorteo de Navidad? Me encantaría poder dejar de trabajar.

-Ríete todo lo que quieras, pero créeme, estoy haciendo que los dos nos ahorremos un montón de tiempo.

-¿Y quién te ha dicho que yo quiero ahorrármelo? -Al ver que ella empezaba a ennojarse, Gonzalo decidió cambiar de táctica-. Mira, no te preocupes. Lo único que quería era cenar contigo, tienes todo el derecho del mundo a rechazar mi invitación. Sólo creí que podríamos ser amigos.

-¿Amigos? -Micaela se detuvo y lo miró a los ojos, y en ese instante se acordó de cómo Esteban se había burlado de ella en sueños-. De acuerdo. Dado que estamos en el mismo hotel y parecemos condenados a encontrarnos, supongo que podría intentarlo.

-Me alegro.

Ambos se pusieron de nuevo en marcha, y justo un par de calles antes de llegar a su destino, Gonzalo se detuvo delante de una cafetería y le preguntó:

-¿Tienes hambre?

-La verdad es que sí -respondió ella a la vez que su estómago gruñía.

-Si te apetece podemos comprar algo y nos sentamos en el parque, pero, dado que no aceptaste mi invitación para cenar, me niego a que consideres que con esto estamos en paz. Y para que veas que decía en serio eso de ser amigos, te propongo un trato: si dentro de un par de horas sigues pensando que soy peor que Hannibal Lecter, te juro que no volveré a dirigirte la palabra. Ni siquiera te sonreiré cuando nos crucemos en el ascensor -dijo él guiñándole el ojo, pero al ver que ella dudaba, le dio más argumentos-: El hotel no está muy lejos, pero no me negarás que es mucho más auténtico comer un sándwich mientras un montón de neoyorquinos corren y pasean a sus perros a tu alrededor que comer un mísera ensalada sola en tu habitación.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora