No habían quedado en nada, de modo que cuando ni el martes ni el miércoles tuvo noticias de Micaela, Gonzalo se recordó a sí mismo que había sido precisamente él quien había dicho que no quería seguir viéndola. Claro que también había sido él el que la había besado en la mejilla. ¿En la mejilla? «Se necesita ser bobo», se repitió por enésima vez. Frustrado, resignado y enfadado, se obligó a centrarse en su trabajo y a esperar. Esperar. Algo que a él jamás se le había dado especialmente bien; si Micaela quería verlo, ya sabía dónde encontrarlo. Como teoría no estaba mal, pero el jueves, después de reescribir un e-mail más de diez veces, se dio cuenta de que, tanto él como ella se habían equivocado en algo básico. En Nueva York, ella había esperado a que él hiciera todos los movimientos. Y ahora, en Barcelona, él estaba haciendo lo mismo. Si de verdad estaban dispuestos a darse una oportunidad, ambos tendrían que luchar por su relación. Convencido de que estaba haciendo lo correcto, la llamó.
—¿Sí? —Una voz soñolienta contestó a la quinta llamada.
—¿Te desperté? —preguntó Gonzalo, —. Lo siento.
—¿Gonza? —Se sentó en la cama—. No te preocupes. —Bostezó—. Iba a llamarte, pero en el hospital hubo un problema, y estos días he tenido que trabajar no sé cuántas horas seguidas.
—¿Estás bien?
—Cansada. —Volvió a bostezar—. De verdad que iba a llamarte, pero cada vez que tenía un momento eran las tantas de la madrugada. Y vos tampoco me llamaste —añadió con timidez y sin despertarse del todo.
—Tenes razón, perdóname. Hablamos más tarde, volve a dormir.
—No, no, tranquilo.
—En serio, no te preocupes. Después hablamos. —Se sentía fatal por haberla despertado.
—¿Me lo prometes? —Micaela no sabía si aquella conversación era real o formaba parte de un sueño, pero por si acaso, insistió—. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. ¿Te gustaria ir a tomar un café el viernes?
—Preferiría ir a cenar. —Convencida de que era un sueño, se atrevió a pedir lo que de verdad quería—. Además, este fin de semana tengo turno de día.
—Hecho, quedamos el sábado. Y ahora, dormite.
Ella dijo algo parecido a «buenas noches», cuando en realidad era ya mediodía, y le corto. De no ser porque cuando se despertó se encontró con un mensaje de Gonzalo que le decía que el sábado pasaría a buscarla a las nueve para ir a cenar, Micaela habría seguido creyendo que todo había sido un sueño.
Iba a llegar tarde, iba a llegar tardísimo. Era sábado, jugaba el Barça, y él estaba atrapado. Furioso con el destino y la liga de fútbol, Gonzalo conectó el manos libres y llamó a Micaela.
—Hola —contestó ella al ver su nombre en la pantalla del celular.
—Hola. —Le bastaba con oír su voz para quedarse en blanco—. Estoy parado en la carretera; no sé si hubo un accidente o es que todo el mundo es idiota —suspiró exasperado—, pero no creo que llegue a Barcelona hasta las diez.
—¿Vos estás bien? —preguntó preocupada.
—Sí, sólo estoy enojado. Me molestan mucho las caravanas.
Micaela sonrió, era típico de él que le molestara perder el tiempo sentado al volante de un auto.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Quieres cancelar la cita?
—¡No! —respondió él al instante para alegría de ella—. Pero voy a tener que cambiar la hora de la reserva. Espero que tengan mesa para más tarde. Te llamaré cuando llegue a mi casa; vuelvo de la casa de mis padres, así que me tengo que duchar. Si tenes suerte, paso a buscarte a eso de las diez y media.
Ella se quedó callada unos segundos; primero porque tuvo que hacer esfuerzos por borrar de su mente la imagen de Gonzalo desnudo en la ducha, y segundo porque tardó un poco en reunir el valor necesario para proponerle una alternativa:
—Si queres podemos cenar en mi piso. Así no tenes que preocuparte por si llegas tarde. Mi hermana todavía no regreso de París... —Él seguía callado, así que añadió—: El otro día compré demasiado, y me gustaría cocinar. —Iba a decir «contigo» pero no lo hizo.
—De acuerdo —contestó Gonzalo soltando el aire que hasta ese momento retenía en los pulmones—. ¿Seguro que no te importa?
—Seguro. Llámame cuando salgas de tu piso, para que pueda calcular el tiempo de cocción.
—Si quieres podemos dejarlo para otro día. —La verdad era que preferiría cortarse un brazo a anular esa cena, pero no sabía si sería capaz de ir al piso de Micaela y salir de allí con el corazón intacto.
—No digas tonterías —dijo ella tratando de no suplicar—. Tengo muchas ganas de verte.
Él no dijo nada respecto a eso, pero no volvió a insinuar que cancelaran la cita.
—Parece que los autos empiezan a moverse. —Cambió de marcha—. Te llamo cuando llegue... Yo también tengo muchas ganas de verte.
Y colgó.
Micaela, más feliz de lo que lo había estado en los últimos días, caminó hacia la heladera y buscó los ingredientes necesarios para preparar una de las últimas recetas de pasta que le habían enseñado, y aunque estuvo tentada, al final decidió no hacer helado... Eso lo dejaría para cuando volvieran a estar juntos. Porque, si bien unos días antes había pensado que no podría recuperar a Gonzalo, ahora sabía que sería difícil, pero que iba a conseguirlo. De ningún modo permitiría que le dijera a otra las palabras que le había dicho a ella. Le gustaba ser la primera, y única, mujer a la que le había confesado su amor: él era el primero, y también el único, al que Micaela se lo había dicho. Quizá Gonzalo fuese capaz de volver a sentir lo mismo por otra, pero sabía que ella no lo conseguiría jamás.
Gonzalo se pasó la casi hora y media que estuvo encerrado en el coche cuestionándose lo de ir a cenar al piso de Mica, cambiando de opinión cada vez que el turismo de delante se movía unos metros. El atasco se le hizo eterno, al igual que sus dudas, que persistieron mientras se duchaba y cambiaba de ropa. Estaba tan despistado que no la llamó al salir, sino que sencillamente se presentó en su casa. Y cuando llamó al timbre tuvo una extraña sensación de deja vu.
—¿Quién es? —preguntó Micaela con la voz entrecortada, había ido corriendo hasta el interfono.
—Soy yo, Gonzalo.
—Sube —dijo cuando se recuperó de la sorpresa.
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A fuego lento <<adaptada>>
FanfictionAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...