Capítulo 21

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A media frase, Gonzalo se dio cuenta de que se estaba excitando. Dios, o entraban en una tienda con aire acondicionado o iba a tener un problema.

¿Estaba intentando decirle que se sentía atraída por él? ¿O es que en aquella semana aquella chica había conseguido volverlo loco y ya veía cosas donde no las había? Lo mejor sería no llegar a ninguna conclusión y esperar a ver qué sucedía.

No, imposible, no podía seguir excitándose en plena calle, acabaría poniéndose enfermo.

Iba a preguntarle directamente lo que había querido decir con aquello, pero Micaela entró en el supermercado y se agarró un carrito. Gonzalo respiró hondo y se frotó los ojos. En fin, si iba a actuar como si nada, él haría lo mismo. Se colocó a su lado y fue tomando todo lo que le indicaba.

Su madre solía hacer la compra por Internet, pero la fruta, la verdura, la carne y el pescado los compraba en tiendas del pueblo donde la conocían de toda la vida. Tenía que confesar que él no la acompañaba jamás, ir a esas tiendas siempre lo había puesto muy nervioso, pues siempre le preguntaban si tenía novia, dónde trabajaba, etc.
Gonzalo, que podía hacer frente a una sala llena de directivos, se convertía en un cobarde cuando Trini, la propietaria de la carnicería, lo sometía a un tercer grado. Pero tuvo que reconocer que le estaba gustando hacer las compras con Micaela. Como era de esperar, ella escogía meticulosamente todos y cada uno de los productos que echaba en su carrito, jamás había visto a nadie dudar tanto en la sección de lácteos. Ni tampoco que encontrar una marca concreta de pasta pudiera causar tanta felicidad. La sección de limpieza fue otra historia, allí ella se despreocupó totalmente, y él tuvo que recordarle que tenía que comprar ciertas cosas.

Con el carrito lleno hasta los topes, fueron a pagar. Gonzalo se concentró en embolsarlo todo mientras Micaela se ocupaba de la cuenta. Mientras, él empezó a pensar en lo poco que en realidad sabía de ella, y se dio cuenta de que algo no encajaba. Era obvio que era una mujer lista y dispuesta a luchar por su futuro, y que la cocina la apasionaba, pero ¿qué había hecho antes de estudiar para cocinera? Por la edad que tenía era imposible que hubiera estado todos esos años estudiando, así qué, ¿había estado trabajando? ¿estudiando alguna otra cosa? ¿había estado enferma? Pero la pregunta que más lo inquietaba era ¿por qué no se lo contaba? El ruido de la caja registradora lo devolvió a la realidad, así que cargó con seis bolsas, tres en cada mano, y salió a la calle. Micaela no tardó en seguirlo con tres bolsas más y quejándose por llevar tan poco peso.

-No seas boba y camina -dijo él cuando ella le repitió que podía tomar alguna de sus bolsas.

-El bobo sos vos, y creo que ya va siendo hora de que te des cuenta de que puedo ocuparme perfectamente de todo yo sola.

-Sí, claro, vos sola podrías con todo esto. -Levantó un poco los brazos para que viera cuánto pesaban.

-No, claro que no podría. Pero habría hecho dos viajes.

-Así te ahorras uno.

Discutiendo medio en broma medio en serio, llegaron al departamento. Micaela abrió la puerta de la entrada y él la del ascensor. Tal vez ella no quisiera darse cuenta, pensó Gonzalo, pero era como si llevaran años juntos. Tenían los movimientos sincronizados, igual que una pareja de bailarines.

-Bueno, ya estamos aquí -dijo él dejando las bolsas en la mesa.

-Sí. Por fin. -Micaela se secó la transpiración de la frente con el dorso de la mano-. Gracias por haberme acompañado.

-De nada. ¿Te ayudo a colocar las cosas?

-No hace falta -respondió ella, buscando el jabón para lavarse las manos-. Además, ya es muy tarde.

-Está bien. -Se acercó a la cocina para lavarse también las manos-. Me voy.

-¿Te vas? -Parecía sorprendida.

-Sí. Tengo la sensación de que no te gusta que esté acá.

Micaela iba a decir que eso era una tontería, pero si era sincera consigo misma tenía que reconocer que, desde que habían salido del supermercado, no había sido especialmente amable con él. No era culpa suya, al menos no del todo; cada vez que se le acercaba, se ponía tan nerviosa que lo único que se le ocurría para no caer en la tentación de tocarlo o besarlo era ser antipática. Al parecer, lo había sido, y mucho.

-No es eso. Ya te dicho que estoy un poco nerviosa por lo de mañana.

-¿Por empezar las clases? -preguntó Gonzalo interesándose por el tema.

-Sí. -Ahora tenía que seguir adelante con la excusa, tampoco era cuestión de decirle que estaba nerviosa porque no sabía qué tipo de relación quería con él.

-Seguro que te irá muy bien -le dijo agarrandole la mano-. Me voy y así podrás instalarte tranquilamente. -Luego la soltó y se dirigió hacia la puerta. Lo mejor sería que se fuera y la llamara en un par de días. Si volvía a rechazarlo se daría por vencido, a pesar de que todas las células de su cuerpo le gritaban que ella era especial.

Estaba ya a punto de salir cuando Micaela lo detuvo con sólo seis palabras.

-¿Te gustaría venir a cenar mañana? -Él no dijo nada, así que fue ella quien continuó-: Podría preparar algo, al fin y al cabo aún te debo una cena. Pero bueno, si no te apetece no pasa nada.

-Sí, me gustaría. -No había dicho nada porque no estaba seguro de haberla oído bien-.


¿A qué hora?

-¿Esta bien a las ocho? Ya sé que es pronto, pero supongo que después del primer día de clase estaré cansada, y así tú no tendrías que regresar tan tarde al hotel.

Bueno, Gonzalo habría sido más feliz si ella no le hubiera dejado claro ya de entrada que no tenía ninguna intención de alargar la cena.

-Claro, a las ocho estaré aquí. -agarró el picaporte de la puerta-. ¿Seguro que estarás bien? - Sabía que no tenía que preguntarlo, que a ella no le gustaba que se preocupara, pero no pudo evitarlo-. Todavía es temprano, si quieres podemos ir a comer algo y luego te ayudo a poner orden.

-Estaré bien, vete. Me instalaré y llamaré a mi hermana. No te preocupes, vete tranquilo.

Gonzalo tuvo que hacer un esfuerzo para no volver a insistir, se recordó a sí mismo que tenía trabajo pendiente, y que le iría bien tener la tarde libre y repasar las notas que había tomado durante toda la semana, pero no sirvió de nada. Quería quedarse con Micaela, a ver si ella volvía a sonreírle y a decirle que quería prepararle una taza de chocolate caliente. Quería asegurarse de que estaba bien, y decirle al oído que no estuviera nerviosa.

En ese instante, se dio cuenta de que meses atrás no habría pensado así, que meses atrás habría antepuesto su trabajo a casi cualquier cosa, y se asustó un poco. Cambiar era más difícil de lo que pensaba, así que decidió hacerle caso a Micaela e irse. Al fin y al cabo, a él también le iría bien estar solo.

-De acuerdo, como quieras. Hasta mañana.

-Hasta mañana.

Ella cerró la puerta y vio que él, igual que el día anterior y el anterior, no había tratado de besarla.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora