Capítulo 57

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El jueves, Gonzalo amaneció sin sombra de aquel horrible dolor de cabeza y, a lo largo de la mañana, recuperó el tiempo perdido del día anterior... a pesar de que tuvo que pasarse dos horas al teléfono contándoles a sus hermanas, una a una, lo que le había dicho Micaela. Cuando creyó que ya había escuchado todos los consejos que su cerebro podía asimilar, lo llamó su madre, con su padre al lado, e hizo lo mismo. Sus hermanos, se apiadaron de él y sólo le mandaron un mensaje al celular dándole ánimos.

Comió solo, no se veía con fuerzas de charlar con nadie, y se pasó la tarde trabajando. Antes de salir, llamó a Lucas un amigo para ver si le quería quedar para cenar algo o tomar una cerveza, así no estaría tentado de ir a casa de ella, que, para su desgracia, había comprobado que, en efecto, estaba a pocos metros de allí. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que, aunque su corazón no quisiera arriesgarse, había otras partes de su anatomía que se morían de ganas de estar con ella. Y que, a cada hora que pasaba, le estaba costando más y más mantenerlas a raya. Lucas, que últimamente estaba muy ocupado con la construcción del que sería uno de los edificios más altos de Barcelona, aceptó encantado; así podría regresar luego al estudio y seguir trabajando.

Tan pronto como su amigo entró en el local, Gonzalo lo puso al tanto de la reaparición de Micaela,  Lucas casi se cae al suelo de la impresión. Él, mejor que nadie, sabía que las apariencias engañan, pero estaba convencido de que Mica sólo había utilizado a Gonzalo. Se alegró al ver que no era así, pero le aconsejó a su compañero que fuera cauto.

—Lo seré. Además, no estoy seguro de querer volver a pasar por todo eso. Deja que te diga que no sé si esto del amor vale la pena.

—Claro que vale la pena.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo —respondió enigmático—. Lo que no vale la pena es el amor no correspondido, ni las relaciones de una noche... aunque sean muy reconfortantes —añadió con un guiño, adoptando el papel de seductor que tanto le encajaba.

—Esta misma semana, antes de que ella regresara, estaba convencido de que podía olvidarla. Y creía haberlo superado. —Se burló de sí mismo—. Pero ha bastado con que la viera media hora para que vuelva a estar hecho un quilombo.

—No estás hecho un quilombo. —Lucas bebió un poco de cerveza—. Estás enamorado, que es peor.

—No estoy enamorado. Lo estaba. —También bebió—. Pero ya no.

—Si tú lo dices. —Se rió el otro.

—¿De qué te ríes?

—Mira quién va a de entrar.

Gonzalo se dio media vuelta y vio a Nicolas, su cuñado, esquivando a un par de chicas para llegar hasta ellos.

—Lo llamé antes de salir —le explicó Lucas—. Me dijo que no sabía si podía acercarse, ya sabes lo histérico que está con lo del parto, pero veo que tu hermana ha conseguido echarlo de casa.

—Dali me echo de casa. Dice que si no me pierde de vista durante un rato acabará estrangulándome, y todo porque no quiero que suba y baje escaleras.

Sus dos amigos levantaron las cejas entendiendo perfectamente la reacción de la chica. 

—Y también me dijo —Nicolas siguió hablando— no sé qué cosas sobre que Micaela ha regresado.

—Así es —le confirmó Lucas.

—¿Micaela ha regresado? —preguntó atónito como si lo estuviera escuchando por primera vez... cuando su esposa se lo había repetido hasta la saciedad. El problema no era que no la escuchara, sino que su cerebro no era capaz de asimilar tantas cosas; iba a convertirse en padre—. ¿Y qué vas a hacer?

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora