Capítulo 17

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Bueno, no era una invitación, pero el resultado era el mismo.

—Gracias —dijo Gonzalo mordiéndose el interior de la mejilla para no sonreír.

—He estado pensando —anunció ella, y al ver que Gonzalo la miraba continuó— que no sé si es buena idea que te acompañe a la barbacoa de tu amigo.

—¿Por qué?

—Porque vos vas a trabajar, y seguro que te molestaré y me aburriré mucho.

Se la quedó mirando. En verdad no tenía demasiada buena opinión de él.

—No voy  a trabajar. —Micaela se mostró incrédula, y Gonzalo se lo explicó—: John quiere presentarme a Hannah, su prometida, y a sus amigos. No me molestaras, todo lo contrario, me gustaría mucho pasar el día contigo, y creo que eso de la barbacoa puede ser divertido. John es muy gracioso, y muy listo, y seguro que Hannah también lo es. Además, tu inglés es perfecto, así que no tendrás problemas para charlar con nadie. Y, en cuanto a lo de que te aburrirás... haré todo lo posible para que no sea así. Creo que anoche no te lo pasaste tan mal, ¿no?

—No, claro que no.

Se sonrojó. Gonzalo tenía razón, lo había pasado muy bien cenando con él, y no le iría mal conocer gente. Al fin y al cabo, iba a estar tres meses en aquella ciudad. Lo del idioma también era verdad, había estudiado inglés desde pequeña, y en el último año lo había perfeccionado muchísimo.

—Mira, no pasa nada —suspiró resignado—, si no quieres venir, no vengas. —Dio un sorbo de café amargo, acorde con lo que estaba sintiendo.

Se quedaron en silencio unos segundos.

Micaela se levantó y dejó la servilleta encima de la mesa.

—Son las nueve y media —dijo mirando el reloj—. ¿Quedamos a las diez en recepción?

Gonzalo tardó un instante en reaccionar. ¿Iba a acompañarlo?

—De acuerdo —respondió, tratando de ocultar lo confuso que estaba.

Y ella se fue sin más. Él la siguió con la mirada hasta que desapareció en el ascensor. Gracias a Dios estaba sola y podía hablar consigo misma sin que nadie creyera que estaba loca.

-¿Por qué no le has dicho que no? Te lo había puesto en bandeja, pero tú vas y sigues adelante. Mira que eres...

El pitido de las puertas abriéndose al llegar a su planta la desconcentró. Caminó hacia su habitación y, tras el par de minutos que tardó en encontrar la llave en su bolso, entró y fue directamente a lavarse los dientes. Al terminar, se recogió el pelo y se sentó en la cama.

Buscó la lista y se quedó mirándola. Llevaba más de un año con aquel pedazo de papel encima y su vida había cambiado muchísimo desde el día en que la escribió: por fin había aprendido a cocinar, aunque tenía que reconocer que echaba un poco de menos la medicina, y ahora tenía una muy buena relación con su hermana. Había hecho buenas amigas en la escuela de cocina, y también había quedado un par de veces con antiguos compañeros del hospital. En todo ese tiempo no había tenido ninguna relación, pues sabía que no estaba dispuesta a tener sólo un lío, y tampoco estaba preparada para enamorarse. Le gustaba su vida y, hasta que supiera lo que de verdad quería, no la iba a cambiar.

Gonzalo terminó de desayunar solo y luego subió a su habitación. Llamó a John para pedirle la dirección de la casa y decirle que iría con Micaela. John, fiel a su estilo, lo felicitó por haber entrado en razón y luego se rió. Aún faltaban diez minutos para las diez, pero decidió bajar a recepción y esperar mientras leía el periódico. Pero no pudo hacerlo, pues Micaela apareció sólo unos segundos más tarde. Llevaba una postal en la mano, y Gonzalo dedujo que era para su hermana. El único detalle personal que le había contado.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora