Capítulo 27

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—¿Necesitas ayuda? —preguntó Gonzalo de pie a su lado mientras dejaba los platos en el fregadero.

—No, no hace falta. —Se incorporó y tomó dos cuencos pequeños con cucharillas—. A ver qué tal está. —Tras dar su aprobación, sirvió la reducción de vinagre encima y, satisfecha con la presentación, lo llevó todo a la mesa dónde él ya la estaba esperando.

Gonzalo probó el helado y cerró los ojos, y Micaela se quedó embobada mirándolo... Su cara de placer cuando saboreaba algo que le gustaba era increíble. El hombre tal vez no supiera cocinar, pero era innegable que sabía disfrutar de la comida. Micaela pensó que no le importaría cocinar para él cada día sólo por ver su cara al probar los platos. Una tontería. Ella no quería estar con él cada día, eso supondría una relación, y ahora no quería ninguna.

Terminado el helado, del que no quedó nada, limpiaron la cocina juntos y luego se sentaron en el sofá. Gonzalo le contó un par de anécdotas de su infancia y ella lo escuchó atenta, pero no le contó nada a cambio.

—Es muy tarde, debería irme ya —dijo él mirando el reloj y levantándose.

—Claro.

Caminó hacia la puerta.

—Cierra bien cuando me vaya.

—No te preocupes. —Le sudaban las manos ¿Por qué le sudaban las manos?

Gonzalo agachó despacio la cabeza y le dio un suave beso en los labios.

—Adiós.

Ya estaba dándose media vuelta cuando Micaela, olvidando todos sus sermones, le dijo:

—En la escuela he visto colgado un cartel anunciando un concierto en el parque. —La verdad era que tan pronto como lo vio pensó que le gustaría mucho ir con Gonzalo, pero había intentado quitárselo de la cabeza—. La orquesta de Juilliard tocará piezas clásicas y las composiciones de sus alumnos. Es mañana, a las nueve. —Respiró hondo—. ¿Te gustaría ir?

Gonzalo se detuvo y volvió a mirarla a los ojos.

—Sí. ¿Estás segura?

Ella sabía que no le preguntaba sólo si estaba segura de ir a un concierto en el parque con él; supuso que, de un modo muy peculiar, le estaba dando la oportunidad de dar por finalizada su relación y, por como la miraba, era obvio que si él aceptaba la invitación ya no habría vuelta atrás.

—¿Quieres si o no? —Sabía que sonaba antipática, pero solía reaccionar así cuando se sentía atrapada o insegura.

—Sí, quiero.

Volvió a agacharse, pero esta vez la besó con pasión para que entendiera lo que de verdad quería, lo que empezaba a sentir por ella. Le sujetó la cara con las manos y la besó con todo su amor. Sí, Gonzalo había decidido llamar las cosas por su nombre y era consciente de que lo que le tenía tan trastornado era mucho más que una mera atracción física, mucho más que amistad, se estaba enamorando de Micaela y estaba dispuesto a saborear cada momento.

Estaba nervioso, a él nunca le había gustado especialmente besar, creía que sólo formaba parte del ritual de la seducción, era agradable pero nada más. Ahora, con ella, se había convertido en una obsesión. El momento del beso era la mejor parte del día. Sentir sus labios, poder acariciarle la cara, el pelo... era maravilloso. El calor que desprendía su boca mezclándose con su aliento era el afrodisíaco mas potente del mundo. Jamás había sentido nada igual, y se negaba a creer que para ella fuera distinto. Tal vez la mente y el corazón de Micaela no sabían si querían estar con él, pero su cuerpo no tenía ninguna duda. La única neurona de Gonzalo que aún era capaz de pensar le recordó que tenía que soltarla, y se obligó a hacerlo. Ella se tambaleó un poco y él la sujetó por la cintura.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora