Capítulo 35

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—¿Estás bien?

—Ajá —contesto ella moviendo un poco la cabeza—. No sé qué me pasa cuando te toco. Pierdo el control.

—A mí me pasa igual. —Le acarició la espalda—. Deberíamos levantarnos antes de que nos dé un calambre.

Micaela remoloneó un poco, pero finalmente se levanto, y, ya de pie, lo ayudó a levantarse.

Buscó sus calzoncillos, que habían ido a parar debajo del silón, y fue al baño para vestirse. Salió y vio que ella sólo se había puesto una camiseta y unos pantaloncitos cortos.

—¿Te vas? —le preguntó algo sorprendida.

—Sí, ya es muy tarde —dijo él preguntándole con los ojos si quería que se quedara—. Pasaré a buscarte a eso de las diez. —Le dio un beso en la nariz que la hizo sonreír.

—De acuerdo. —Lo acompañó hasta la puerta y, antes de dejarlo salir, se abrazó a él y recostó la cabeza en su torso. Le gustaba escuchar los regulares latidos de su corazón—. Mañana cuando vengas...

—¿Sí? —preguntó Gonzalo devolviéndole el abrazo. —Trae una muda para dejar aquí. —Él no dijo nada, así que Micaela añadió—: Sólo por si acaso.

—De acuerdo, sólo por si acaso.

La apartó y, tras un último y sensual beso en los labios, se fue.

De regreso al hotel, si le hubiesen robado le habría dado igual. Estaba tan contento que no le habría importado que le quitaran todo el dinero, siempre y cuando lo dejaran entero para poder seguir haciendo el amor con Micaela. Repasó cada caricia, cada beso en su memoria, y no le quedó ninguna duda de que ella sentía algo por él. Y esa última sugerencia a media voz de que dejara algo de ropa en su piso, le había hecho tocar las estrellas; tal vez no era tan bueno como si le hubiera dado un juego de llaves, pero teniendo en cuenta que esa misma mañana había querido dejarlo, no se podía quejar.

Entró en la recepción con una sonrisa de oreja a oreja; seguro que aquella pobre chica que había tras el mostrador creería que al fin había enloquecido. Le daba igual. Era feliz y el mundo era maravilloso. Ahora entendía por qué Nicolas tenía aquella cara de idiota cada vez que hablaba de Dalila, él debía de ser ahora el mayor idiota del mundo. Y estaba muy orgulloso de serlo.

Se desnudó y se acostó. Le habría gustado mucho quedarse a dormir con ella. Gonzalo jamás había disfrutado especialmente de los momentos que siguen a un encuentro sexual pero con Micaela era distinto, y eso ya no le sorprendía. Hacer el amor con ella había sido maravilloso, y si además hubiera podido quedarse a dormir allí, abrazado a ella, habría sido perfecto. Se imaginó lo bonito que sería despertarse a su lado, con su aroma flotando alrededor, y besarla justo unos segundos antes de que abriera los ojos.

«Paciencia», se dijo a sí mismo. Debía tener paciencia. La conquistaría, le demostraría que estaban hechos el uno para el otro, y se pasaría el resto de su vida despertándose a su lado.

Después de irse Gonzalo, Micaela se quedó sentada en el sillón mucho rato, mirando la barra de la cocina primero y el piso después. ¿Cómo había podido hacer el amor en el piso? Si era sincera consigo misma, tenía que confesar que cuando sentía los labios de Gonzalo en la piel se olvidaba de dónde estaba. Al parecer, a él le pasaba lo mismo. Esa mañana, después de decirle que no quería complicarse la vida, debería haberlo dejado ir. Pero cuando vio que iba a salir de su piso convencido de que no quería nada con él fue incapaz de hacerlo. No lo besó porque quisiera, sino porque no podía evitar hacerlo. Y tras ese beso supo que tenía que dejar de engañarse; iban a convertirse en amantes.

Mientras hacían el amor, tanto en el sillón como en el piso, tuvo la sensación de que Gonzalo quería decirle algo, pero no lo hizo. Y Micaela lo agradeció en silencio. Si él le hubiera confesado que sentía algo por ella, no habría podido seguir adelante porque, por maravilloso que fuera estar juntos, sabía que un hombre así no era para ella. Serían amantes durante el tiempo que él se quedara en la ciudad, luego se iría y la olvidaría. Tal como le había dicho esa mañana, eso sería lo mejor. Gonzalo seguiría con su vida y Micaela trataría de cumplir con todos los objetivos de su lista. «¿Y el amor?», le dijo una vocecita en su cabeza. El amor llegaría cuando todo lo demás estuviera solucionado, era imposible que lo hubiera encontrado en tan sólo dos semanas y con un hombre como Gonzalo.

A las nueve y media, Gonzalo ya estaba tocando el timbre del apartamento de Micaela, y cuando ésta le abrió, no le dio tiempo ni de desearle los buenos días. La beso como si la necesitara para respirar. Cerró la puerta con un golpe de talón y la levantó en brazos sin dejar de besarla. Ella no se quejó, sino que respondió a sus besos y empezó a quitarle la camiseta. Gonzalo no podía parar, aquellas horas que había pasado sin verla sólo habían servido para reafirmar lo que sentía, y cuando ella abrió la puerta, recién levantada, el resto del mundo desapareció para él. Sólo estaba Micaela y las ansias que sentía de tocarla y besarla.

Con ella rodeándole la cintura con las piernas camino y se sentó. Micaela le desabrochó los pantalones y le acercó un condón (después de lo del día anterior, y casi sin pensar, había dejado uno en el bolsillo de su pijama). Gonzalo lo aceptó sin decir nada y la levantó un segundo para quitarle la ropa interior. Acto seguido hicieron el amor. Al terminar ella con una pequeña sonrisa dijo:

—Buenos días.

—Ahora lo son —contestó Gonzalo dándole un ultimo beso antes de apartarse—. En seguida vuelvo. 

—¿Te gustaría desayunar? —preguntó Micaela desde la cocina—. A mí me agarró hambre.

Él sonrió y salió a buscarla. Tenia hambre, pero ya desayunaría más tarde. 

Se pasaron el domingo entero en el apartamento, en la cocina y el comedor para ser exactos. Micaela tenía sus dudas de que pudiera cocinar desnuda, pero Gonzalo le demostró que estaba equivocada, y que el arte de la cocina era mucho más sensual de lo que creía. Tal vez él no supiera cocinar, pero sabía moverse en una cocina. A media tarde, y con la espalda dolorida, Gonzalo se quedó dormido en el sillón, y cuando se despertó vio que Micaela estaba escribiendo una postal. 



Bueno primero que nada perdón, se que me fui mucho tiempo y es porque se me rompió el celu y la compu no me anda muy bien que digamos, pero ahora voy a intentar conectarme todos los días y subir un capítulo nuevo de nuevo perdón y espero que sepan comprende.

Gracias por leer


A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora