Gonzalo no paraba de recitar las tablas de multiplicar en su mente, le siguieron la lista de las principales capitales del mundo y sus correspondientes países. Cualquier cosa era buena para intentar alejar de su cabeza las ganas que tenía de besar a Micaela. Quería besarla, más que «querer» era casi una necesidad.
Cada vez que la miraba a los ojos, tenía la sensación de que había encontrado por fin su destino. Ella habría aceptado su beso, de eso estaba seguro, bueno, casi seguro. Pero Gonzalo quería algo más, quería conocerla, quería entender por qué estaba aún a la defensiva, y quería saber si empezaba a sentir lo mismo que él.
Micaela cerró la puerta de su habitación hecha un lío. Gonzalo no la había besado. Se había pasado la noche preparándose para ese beso, esperándolo, y él no se lo había dado. Ese chico iba a volverla loca. Quería besarla, lo había visto en sus ojos, en el modo en que le había acariciado el brazo en el restaurante, con cada roce de sus piernas al caminar juntos. Gonzalo quería besarla y Micaela quería que lo hiciera. Sin embargo, no lo había hecho. ¿Por qué? A ella no le habría importado. Todo lo contrario. Se desnudó y, tras ponerse el pijama, se cepilló los dientes y vació el contenido de su bolso en busca de la postal que tenía que escribir a su hermana. De él cayó la figurilla de King Kong que había comprado el primer día. Micaela se quedó mirándola. Gonzalo no la había besado, y mientras tomaba la lapicera para escribir a Lara, creyó entender por qué. No la había besado porque, al igual que el gorila gigante, no estaba dispuesto a conformarse con un beso, él lo quería todo, y en ese instante, a Micaela le dio un vuelco el corazón. Tal vez él lo quisiera todo, tal vez incluso se lo mereciera, pero no sabía si ella era capaz de dárselo. No porque no quisiera, sino porque aún se sentía vacía; justo ahora su vida empezaba a tener sentido, y si no tenía nada que ofrecer, ¿qué podía esperar a cambio?
Gonzalo se desvistió, se lavó la cara, se puso el pijama, bueno, una camiseta blanca y los unos bóxers, y volvió a lavarse la cara. Vio su reflejo en el espejo del cuarto de baño y, sin pensarlo ni un segundo, se desnudó y se duchó. Era eso o derribar la puerta de la habitación de Micaela. Cuando el agua helada entró en contacto con su piel, intentó recordar por qué no la había besado. Y cuando le empezaron a castañetear los dientes, lo recordó: no la había besado porque ahora él era distinto. Con ella quería ser distinto. Más tranquilo, cerró el grifo, se secó y volvió a ponerse los bóxers. Descartó la camiseta y se tumbó en la cama. No iba a poder dormir, imposible, y optó por encender la tele. Se pasó media hora cambiando de canal, y sonrió al darse cuenta de que, igual que en España, emitían muchísimos anuncios. La apagó y cerró los ojos.
El musical le había gustado mucho, a pesar de que él era famoso en su casa por ser incapaz de recordar ninguna canción y por ser pésimo cantando. A decir verdad, tampoco le había prestado demasiada atención; se había pasado aquellas más de dos horas mirando a Micaela y disimulando cuando ella se volvía hacia él. Estaba preciosa cuando se relajaba y sonreía. Le había parecido preciosa ya en el avión, incluso cuando lo fulminó con la mirada, pero hasta esa noche siempre había estado a la defensiva, distante... excepto cuando la besó en mitad del pasillo.
Gonzalo se arrepentía de aquel beso, no porque no le hubiera gustado, todo lo contrario, sino porque era demasiado pronto, y porque ahora le sería mucho más difícil resistirse a ella. Ah, no, tenía que dejar de pensar en eso o tendría que volver a la ducha.
Rememoró lo que ella le había contado durante la cena; poco, muy poco. Tenía una hermana que se llamaba Lara, a la que ahora veía más que antes, había estudiado en Barcelona y allí era
también donde vivía y trabajaba. Nada más. No sabía nada de sus padres, de sus amigos, de nada. Mientras que él le había contado ya muchísimas cosas, y sentía que le contaría muchas más en los próximos días, porque tal vez así ella volvería a sonreírle y le contaría algo más sobre sí misma... Y con ese pensamiento se quedó dormido.Los rayos de sol que se colaban por la cortina lo despertaron minutos antes de que sonara el despertador. Se vistió con unos jeans y una camiseta azul y bajó a desayunar. Estuvo tentado de llamar a la puerta de Micaela, pero se obligó a pasar de largo y esperar hasta las diez. No tomó el ascensor, sino que bajó silbando por la escalera, y al entrar en el comedor tuvo una gran sorpresa:
Micaela ya estaba allí. Estaba de espaldas, sirviéndose un plato de cereales, y él aprovechó para buscar con la mirada la mesa con sus cosas.
La descubrió en una esquina; allí estaba su enorme bolso, al que algún día le daría las gracias, junto a una pinza para el pelo. Gonzalo no se sentó allí, deseaba hacerlo, pero no quería atosigarla; eso sí, trataría por todos los medios que ella lo invitara a desayunar a su lado. Se dirigió hacia donde estaba.
-Si los de la escuela de cocina te ven comiendo eso, seguro que te echan -le dijo junto al oído.
-¡Gonzalo! -Casi derramó la leche-. Me asustaste. -En realidad lo que la alarmó no fue que él le asustara rozándole la piel, sino que hubiera dicho exactamente lo mismo que ella había pensado días atrás.
-Lo siento -dijo él con una sonrisa, pero sin apartarse demasiado.
-¿Quieres? -preguntó enarcando una ceja.
Quería, claro que quería, pero no precisamente lo que ella le estaba ofreciendo.
-No, gracias. Creo que voy a prepararme unas tostadas -contestó, dando un paso hacia atrás.
Micaela dejó encima del bufet la jarra de leche que aún tenía en la mano y fue a sentarse. Ahora que lo tenía de espaldas, lo observó con descaro.
Aquel hombre era demasiado atractivo para su propio bien, y con aquella ropa tan informal no
parecía un agresivo hombre de negocios, sino un chico travieso. Él se volvió, aunque si la vio mirándolo lo disimuló a la perfección, y se dispuso a servirse un vaso de jugo. Con el plato con las tostadas en una mano y el vaso en la otra, caminó hacia las mesas, sin hacer ningún gesto que indicara que se muriese de ganas de sentarse con ella.-Sentate conmigo. -Micaela señaló la silla de enfrente.
MIL PERDONES
se que no estoy actualizando seguido pero en serio estoy bastante complicada. voy a hacer lo posible para subir un capítulo más ahora, espero que sepan entender.
Gracias por leeeer💖
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A fuego lento <<adaptada>>
FanfictionAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...