Capítulo 39

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Micaela seguía en la esquina sin moverse, furiosa consigo misma por tres motivos: el primero, por haber salido a buscar a Gonzalo para darle una sorpresa, el segundo, por haberlo encontrado paseando con una morocha despampanante, y el tercero, por habérsele roto un poco el corazón al verlo. Había salido de su departamento corriendo, desesperada por hablar con él y disculparse por haberlo tratado con tanta indiferencia.

Estaba a unos quince metros de la entrada de Biotex cuando lo vio salir, por suerte él le había dado la dirección un día, y aceleró el paso para atraparlo. El semáforo no colaboró con ella, y Gonzalo se le escapó, luego tardó unos minutos en volver a dar con él. Cuando lo vio, unos metros más allá, en el portal de un edificio de oficinas con aquella maldita morocha, casi se puso a gritar en medio de la calle ¿Qué diablos estaba haciendo allí? ¿Y quién era aquella tiparraca vestida de noche? Durante unos segundos pensó que sólo iba a saludarla, que probablemente fuera una conocida de sus anteriores viajes, pero cuando echaron a andar juntos quiso estrangularlos. ¡Él sólo paseaba con ella! Pero tan pronto como ese pensamiento cruzó por su mente, Micaela se reprendió a sí misma. Se suponía que era ella la que no quería tener nada serio, la que quería mantener su relación sólo como algo físico y temporal, así que si él se estaba buscando la vida en otra parte, no tenía por qué enfadarse.

¡Y una mierda! Sus pies decidieron por ella, y empezó a caminar tras la pareja que, muy a su pesar, era espectacular, él tan alto y moreno, y ella tan morocha y sofisticada. Daban asco. Repitiéndose una y otra vez que eso a ella no le importaba, consiguió soportarlo durante unos minutos más, pero cuando vio que se dirigían a un restaurante, se dio media vuelta. No quería saber nada más. No le hacía falta. Seguro que cenarían, que él sería encantador, ella graciosa, y que... No. Eso a ella no le importaba. 

Regresó al departamento hecha un basilisco, furiosa con ella misma por aquellos dos minutos durante los que él le había roto el corazón. Pero por suerte había sido una falsa alarma, su corazón estaba intacto y, gracias a la morocha en cuestión, ahora sí que tenía claro que había hecho bien en no contarle a Gonzalo la verdad.

Micaela se despertó ya recuperada, llena de vitalidad y con los ánimos renovados. Fue a clase muy ilusionada, pues la de ese día iba a impartirla de nuevo Luca Accorsi, con lo que sería interesante además de divertida.

—Sentí, tengo una idea

Todos dejaron sus frases a medias para escucharlo.

—¿Que les parece si vamos a cenar todos juntos? —La clase sólo constaba de ocho personas—. Hay un restaurante cerca de aquí donde sirven los mejores raviolis y tagliatelles del mundo.

Terminaron la clase y quedaron en encontrarse a las siete en la escuela para ir todos juntos. Micaela estaba ilusionada; además, eso significaría que esa noche tampoco vería a Gonzalo. Llegó la hora de salir y se fue a casa para escribir la postal diaria a su hermana y prepararse para la noche, pero lo primero que hizo al entrar en su pequeño departamento fue llamar a Gonzalo. Se moría de ganas de decirle que esa noche tenía un plan que no lo incluía. 

—Mica —contestó al instante—, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y vos?

—Regular, pero seguro que esta noche, cuando te vea, estaré mejor. Había pensado que..

—No puedo —lo interrumpió ella—, esta noche no puedo.

Hubo unos segundos de silencio. 

—¿Pasa algo?

—No, que va. —Paseó por el piso—. Es que Luca, ese profesor italiano del que te hablé, quiere que vayamos todos a cenar. —Le contó lo que había pasado esa mañana y él la escuchó atento.

—Vaya. Entonces... —Se apretó el puente de la nariz—, ¿hoy tampoco te veré?

—Es que no sé a que hora terminaremos y... —«Aunque supongo que a vos tampoco te importara demasiado, así podrás quedar con la morocha», pensó, pero no se lo dijo.

—No te preocupes, lo entiendo. —O eso se decía a sí mismo—. Tenía muchas ganas de verte.

—Y yo —contestó Micaela sin dudar, no era tan tonta como para desaprovechar la oportunidad de pasar unos días, y unas noches, más con él.

Esas dos palabras llenaron de felicidad a Gonzalo y borraron todas las dudas que sentía. Si hubiera sabido lo que ella en realidad estaba pensando, no se habría alegrado tanto.

—John me pregunto si nos gustaría salir a cenar con él y Hannah mañana, iba a decírtelo esta noche, pero en fin, qué se le va a hacer.

—Me encantaría.

—Entonces le diré que sí, te llamaré para decirte a qué hora tienes que estar lista. Bueno, espero que lo pases bien esta noche.

—La verdad es que tengo ganas de ir. Al fin y al cabo, tengo que empezar a hacer amigos, si no, me quedaré muy sola cuando te vayas.

Al parecer, Micaela seguía creyendo que para él aquello era algo pasajero y que al cabo de una semana y media se iría. Tenían que hablar del tema, pero Gonzalo era consciente de que aquél no era el momento, y mucho menos por teléfono.

—Tengo que dejarte —mintió el, la verdad era que quería cortar y recomponerse—. Nos vemos mañana.

—Hasta mañana.

Aunque había pasado otro día sin ver a Micaela, a Gonzalo las horas se le pasaron volando en el trabajo, quería tener el máximo de datos listos para cuando hablara con su jefe a la mañana siguiente. Sabía que iba a ser una conversación difícil y tenía que estar bien preparado para poder responder a todas sus preguntas.

Decidió enviarle un breve mensaje a Micaela diciéndole que pasaría a recogerla a las ocho. John había reservado mesa a las nueve en un precioso restaurante de las afueras y a esa hora el tráfico estaba complicado. Tras la llamada del día anterior, Gonzalo había dormido fatal y estaba cansado, pero a base de cafés y adrenalina iba tirando.

A las ocho en punto se plantó delante del portal de Micaela y ésta no tardó en abrirle la puerta. Él se inclinó y la besó antes de que ella pudiera decir nada. Le recorrió los labios con los suyos y la besó con toda la pasión y la ternura que llevaba días acumulando. Tras unos lentos y memorables minutos, Micaela se apartó. 

—Hola, estás preciosa —dijo él tras carraspear.

—Vos también estás muy guapo.

—No digas tonterías ¿Estás lista?

—Sí, sólo tengo que pintarme los labios —respondió dirigiéndose hacia el baño.

—Yo no perdería el tiempo con eso, tengo la intención de recuperar los besos de estos dos días —Oyó cómo ella se reía y le preguntó—: ¿Cómo fue la cena?

—La cena fue muy divertida —contesto ella mientras apagaba la luz antes de salir—. La verdad es que comí muy bien. Podríamos ir un día, si quieres.

—Claro. —Le gustaba ver que ella lo incluía en su futuro—. ¿Nos vamos?

—Sí.

Cerró la puerta y en un impulso, Micaela se puso de puntillas y le dio otro beso. Fue sólo un segundo, una leve caricia, pero a Gonzalo le dio un vuelco el corazón. 

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora