Capítulo 34

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Estaban abrazados, recostados en el sillón sin decir nada. Gonzalo permanecía callado porque sabía que si abría la boca, le confesaría que se estaba enamorando de ella, y eso no era lo que Micaela quería oír. Y ella estaba callada porque tenía miedo. Se suponía que tener una aventura era fácil, que era solo una cuestión física y que luego serviría para reírse un rato con sus amigas, si las tuviera, claro. Pero lo que había sucedido entre los dos era mucho más que algo físico, quizá Micaela no supiera mucho de sentimientos pero eso sí sabía distinguirlo, y se moriría antes que contarle a nadie lo que había pasado con Gonzalo. Sólo de pensar en traicionar esa intimidad se le revolvía el estomago. Fue él quien rompió el silencio:

—Creo que no podré volver a comer helado de fresa sin pensar en vos —dijo en voz baja mientras seguía acariciándole el pelo.

—Ni yo —respondió ella, aliviada al ver que Gonzalo optaba por mantener una conversación desenfadada.

Siguieron asi unos minutos más hasta que el volvió a hablar:

—Tengo que levantarme. —Separó despacio los brazos y la apartó de él con delicadeza y, aunque no hacía frío, la cubrió —. ¿Te importa que me duche? —Señaló los restos pegajosos de helado que quedaban en su torso.

—No, ve tranquilo —respondió Micaela un poco incómoda. Aún le costaba creer que se hubiera atrevido a hacer aquello.

—En seguida vuelvo.

Gonzalo cerró la puerta del baño y abrió el grifo. Esperó a que el agua subiera un poco de temperatura y se metió debajo del chorro. Había sido el orgasmo más demoledor de toda su vida, y que ella pensara que era capaz de hacer eso con otras mujeres le demostraba lo inocente que era. Tras la primera caricia de Micaela, cualquier recuerdo que pudiera tener de antiguas relaciones se evaporó por completo. No recordaba ninguna otra, y supuso que a partir de entonces sería siempre así. Las únicas manos que quería sobre su cuerpo eran las de Micaela, los únicos labios, los únicos besos. Era incapaz de imaginarse con otra... y ella quería tener sólo una aventura.

Cerró el grifo y, ya limpio, salió de la ducha. Se secó y se vistió (de camino al baño había recogido su ropa, que estaba tirada por la cocina). Iba a lavarse los dientes cuando se dio cuenta de que no tenía cepillo. Bueno, después de lo que habían compartido, supuso que a Micaela no le importaría prestarle el suyo. Lo encontró. Después de utilizarlo, se disponía a devolverlo a su lugar cuando algo lo hizo sonreír. Había una vieja caja de condones recién abierta.

Salió del baño y se encontró a Micaela dormida en el sillón. Se sentó a su lado y le acarició el pelo. Ella abrió los ojos y sonrió.

—Hola. —Se agachó para besarla.

—Hola. Me quede dormida. —Se estiró un poco.

—No importa. —Si hubieran estado en una cama, a él también le habría pasado.

—Voy a ducharme.

Gonzalo se quedó mirándola unos segundos. ¿Quería Micaela que se fuera? ¿Se suponía que ahora que ya habían «resuelto» el tema debía hacerlo? Pero él no quería, sin embargo, si ella prefería que se fuera, no le quedaría más remedio. No iba a perder todo el terreno que había ganado. Optó por ser directo.

—¿Queres que me vaya?

Ella abrió los ojos de par en par, entre sorprendida y ofendida, pero debió de darse cuenta de que esa reacción no encajaba con su propuesta de ser sólo amantes y la disimuló al instante.

—No hace falta —respondió recogiendo su ropa interior. La verdad era que se había agachado para ganar tiempo y poder pensar—. Si quieres aún podemos ir al parque a pasear. —Se incorporó y lo miró a los ojos—. Ahora que las cosas ya están claras...

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora