Capítulo 5

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Tal como se temía, su madre lo tuvo diez minutos al teléfono, y tuvo que salir corriendo para no llegar tarde. A él no le gustaba causar mala impresión y la impuntualidad nunca decía nada bueno de quien la practicaba. Mientras esquivaba a la gente y a los taxis, seguía pensando en el error que había cometido al invitar a Micaela a cenar.

Pero había sido tan agradable desayunar con ella que no había podido evitarlo. Tenía que encontrar el modo de que volvieran a estar un rato juntos y convencerla de que no era tan malo como creía. A Gonzalo no solía preocuparle lo que pensara la gente de él, pero por algún extraño motivo no quería que Micaela tuviera una mala opinión. Y lo que tampoco entendía era por qué estaba dispuesto a esforzarse por ver a una chica con la que seguro que no iba a acostarse. Al menos no por el momento.

Gonzalo no solía perder el tiempo con las mujeres. Las pocas relaciones que había tenido en los últimos años, si es que podían llamarse así, habían sido con mujeres con el mismo tipo de vida y las mismas prioridades que él. Con ninguna de ellas había tenido una relación afectiva, había sido una cuestión meramente sexual, y tal vez de compañía, pero ninguna había estado nunca en su piso, ni en su corazón. Solían encontrarse en hoteles alrededor del mundo; siempre que coincidían por trabajo, claro. Nada de vacaciones.

Él nunca había visto nada malo en esas relaciones, hasta que meses atrás Nicolás, su mejor amigo y ahora cuñado, le confesó que estaba enamorado de su hermana. Ver a Nicolás de ese modo le había hecho pensar y lo peor de todo fue que sintió envidia. Evidentemente disimuló e incluso ahora se veía incapaz de reconocerlo. Pero en lo más profundo de su corazón, Gonzalo envidiaba a Nicolás. Admitir eso había sido liberador y desde entonces toda su vida había empezado a no gustarle tanto.

Tal vez lo de aquella chica fuera una tontería.

Tal vez ni siquiera llegaran a ser amigos, pero Gonzalo no estaba dispuesto a pasar por alto la oportunidad de intentarlo.

Micaela subió al Empire State y, mientras disfrutaba de la maravillosa vista de la ciudad, se dio cuenta de que Gonzalo había acertado.

Empezar la visita por allí era perfecto. Dio la vuelta al mirador y no pudo evitar pensar en todas las películas que tenían ese edificio como protagonista. Hizo unas cuantas fotografías y entró en la tienda para comprar una postal. Le había prometido a su hermana que le mandaría unas cuantas para que pudiera ponerlas en la puerta de la heladera. Mientras escogía la postal, vio unas pequeñas estatuillas de King Kong y en un impulso tomó una. Seguro que a
Gonzalo le encantaría.

Gonzalo llegó justo a tiempo. La sede de Biotex en la Gran Manzana ocupaba una planta entera de un edificio de oficinas de la Séptima Avenida. Tan pronto como cruzó el umbral apareció un chico que lo acompañó a una sala de reuniones y le ofreció un vaso de agua. Él aceptó, a lo mejor así se recuperaría antes de la carrera. Se sentó en uno de los sillones y esperó a que aparecieran sus clientes.

-Señor Gravano, estamos encantados de conocerle -dijo uno de los ejecutivos de Biotex al entrar.

-Igualmente. Y llámenme Gonzalo, por favor -respondió él mientras les daba la mano y se presentaba a todos.

Finalizadas las presentaciones y las preguntas de rigor sobre el viaje y el hotel, lo llevaron al despacho que iba a utilizar mientras estuviera allí.

Era pequeño, pero tenía unas vistas impresionantes, y en realidad Gonzalo no necesitaba demasiado espacio. Lo único que le hacía falta era la computadora, una mesa, una silla cómoda y una pizarra. Hacer esquemas y pasearse delante de ellos lo ayudaba. Tras enseñarle cómo funcionaba todo y poner a su disposición los archivos necesarios, el señor que lo acompañó le dijo que iba a buscar a John, uno de los abogados de Biotex que sería su ayudante durante ese mes.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora