—¡Eres increíble! —Se pasó las manos por el pelo, y ella vio que le temblaban—. No viste nada, o mejor dicho, viste lo que quisiste ver. Esa mujer, esa rubia, como tú la llamas, es María Blanchet, la abogada de Lab Industry. —Ella fingió no inmutarse—. Permíteme que te recuerde que la noche que nos viste, tú me habías dado plantón y yo, como un imbécil, sólo estaba preocupado por si no habías dormido demasiado. En fin, aunque es evidente que te da igual, deja que te cuente lo que pasó. —Ella iba a protestar pero él se lo impidió—. Después de que me colgaras como si hubieras hablado con el chico de los pedidos, seguí trabajando y aproveché para llamar a la señorita Blanchet. Ella tenía una cena, pero como a ambos nos urgía vernos, me propuso que nos encontrásemos de camino al restaurante donde ella estaba citada. Acepté. —Clavó los ojos en los suyos—. Y luego cometí el gravísimo error de no contártelo. —Se rió sin humor—. Lo mas patético de todo esto es que me olvidé de decírtelo porque cuando te vi me olvidé de todo, de la fusión, de mi trabajo... de todo.
—No te creo. —Micaela se mantuvo firme en sus trece porque sabia que, si cedía, iba a echarse a llorar y a pedirle que la perdonara.
—No tengo ninguna duda de que es asi. Desde el primer día has estado convencida de que era un seductor de baja estofa, de modo que supongo que sólo era cuestión de tiempo que cometiera algún error. Pero lo que más me duele es saber que nunca me has dado una oportunidad. Si de verdad hubieras decidido apostar por lo nuestro, arriesgar tu corazón, esa noche me habrías gritado en mitad de la calle, o me habrías llamado para pedirme una explicación. —Vio que ella lo miraba sin decir nada—. Si la situación hubiera sido al revés, yo lo habría hecho. Te habría preguntado que estabas haciendo con otro, te habría exigido una explicación. Pero no, vos no hiciste nada ¿Por que ibas a hacerlo si yo solo era el chico que te ayudó con la mudanza y al que te tiraste un par de veces?
Micaela se estremeció al escuchar esas crudas palabras, pero su rostro siguió inamovible. Tras unos segundos eternos, ella volvió a hablar.
—Veo que lo has entendido —contestó con crueldad. Y con ese comentario sentenció la poca esperanza que podía quedar en el corazón de Gonzalo.
—¿Sabes que es lo peor de todo? —le preguntó él con los ojos rojos por las lágrimas contenidas—. Que te amo. —Vio que a ella le temblaba el labio inferior, y que trataba de decir algo, pero continuó antes de que pudiera hacerlo—: No te preocupes, no voy a volver a decírtelo, jamás. Yo sí sé luchar por mi felicidad, y te juro que, a partir de ahora, mi único objetivo será dejar de quererte.
Con esa última y demoledora frase, salió del piso y de la vida de Micaela para siempre. Cerró la puerta despacio y se sentó en el primer escalón para recomponerse un poco. Eso de llorar era horrible, sentía que le faltaba el aire, y tuvo que respirar hondo varias veces para recuperar el aliento.
Dentro, Micaela se sentó en el sillón y, al ver la figurilla de King Kong, la agarró, la apretó entre los dedos y rompió a llorar desconsolada.
Ajeno a esos llantos, Gonzalo se levantó y salió del edificio, dejando allí su corazón, y a la mujer que se lo había destrozado. Llegó al hotel y subió a su habitación. Abrió la puerta y, sin perder ni un segundo, prendió la computadora para comprar un billete de regreso a Barcelona; ya no tenía sentido que estuviera allí. Tuvo suerte y dio con un vuelo que salía de Nueva York a primera hora de la mañana. Compró el billete sin pensarlo dos veces y se tumbó en la cama. Se acordó de la conversación que había mantenido con Nicolas; él y Dalila también habían tenido problemas, pero ahora estaban juntos y felices, la diferencia era que, en su caso, ambos se querían. No podía quitarse de la cabeza la mirada esquiva de Micaela confirmando que no le amaba. Ella no le quería. Sería mejor que lo asumiera lo antes posible. Tal vez así lograría recuperarse algún día. Bueno, al menos podía decir que él lo había entregado todo, le había confesado lo que sentía, la había escuchado y le había dicho que lucharía por ella. El que no le correspondiera no era culpa de nadie, y más le valía hacerse a la idea y seguir adelante. Lástima que lo que quedaba de su corazón se negara a aceptarlo.
Por suerte, pronto llegó la hora de ir hacia el aeropuerto y, una vez allí, con todas las colas que tuvo que hacer para embarcar, consiguió estar unas cuantas horas sin pensar en Micaela.
Mientras estaba sentado en una de las áreas de espera, se acordó de que había quedado con John, y se apresuró a llamarlo. Cuando el americano respondió, le contó una versión resumida, y éste enseguida se ofreció a ir a buscarlo. John también lo invitó a que se quedara unos días más, al menos hasta la boda, pero Gonzalo se negó. Le dijo que quería ir a Barcelona para estar allí para el nacimiento de su sobrina, pero eso era sólo una excusa. La verdad era que temía que, si se quedaba en Nueva York, iría a buscar a Micaela y la besaría y pasaría una noche más con ella aun a sabiendas de que no lo amaba. Ahora ya sabía por qué tenía la sensación de que ella no se daba del todo cada vez que hacían el amor. Micaela le había entregado su cuerpo, tal vez una pequeña parte de su mente, pero ni un ápice de su corazón. Realmente, eso del amor dolía.
Bueno volví de una vez por todaaas, hasta acá dejo por hoy, voy a tratar de seguirla mañana pero no prometo nada. Espero que estén sufriendo esta parte como la sufrí yo la primera vez que la leí y ahora que la estoy volviendo a leer jaja. Espero que les guste la novela y muchas gracias por las que siguen leyendo a pesar de el tiempo que me tome, gracias gracias y gracias.
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A fuego lento <<adaptada>>
FanfictionAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...