Capítulo 24

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-Gracias. -Se vio incapaz de decir nada más.

-De nada. -Dio unos pasos hacia atrás y echó un vistazo. Se veía acogedor, mucho más que el día anterior-. Veo que ya estás casi instalada del todo -dijo señalando unas cajas.

-Sí, la verdad es que no está tan mal. Lo único que no consigo superar es lo de la cama plegable, pero bueno, por tres meses no pasará nada.

-Seguro que no. ¿Quieres que haga algo mientras tú te pones los zapatos?

Micaela bajó la vista y vio que iba descalza.

-Lo siento, es una mala costumbre. -Se dio media vuelta y entró en la habitación-. Siéntate, salgo en seguida.

-¿Qué tal te ha ido el día?

-Muy bien. -«Excepto que he pensado en ti cada dos segundos», se dijo Micaela-. Me he pasado la mañana cocinando espaguetis, y por la tarde tuve una charla sobre el chocolate.

A Gonzalo se le puso la piel de gallina al recordar la conversación que habían tenido el día anterior sobre ese alimento.

-¿Y has preparado esos espaguetis? -dijo tras carraspear-. Esa es una de las pocas cosas que sé hacer.

-Repite esa frase después de probar los míos.

-Salió de la habitación y se fue a la cocina para asegurarse de que todo estaba al punto-. Si quieres, ya podemos cenar -le dijo tras probar la salsa.

Gonzalo se dio cuenta de que ella no le preguntaba cómo le había ido el día a él, y supuso que era porque estaba muy ilusionada con sus clases. Optó por contárselo de todos modos.

-Pues yo también he tenido una mañana muy provechosa -empezó, sentándose a la mesa que ella había preparado sin ningún detalle romántico-. Creo que en esta fusión hay gato encerrado, y le he pedido a John que me ayude a investigarlo.

-Cuando has llamado al timbre, has dicho que eras Gonza. No tienes cara de Gonza -señaló Micaela cambiando de tema. Se había propuesto no inmiscuirse en la vida de él, y si quería mantener las distancias, cuanto menos supiera de sus preocupaciones, mejor.

-¿De qué tengo cara? -Lo pensó mejor y levantó la mano-. Da igual, no me lo digas. Sólo mis hermanos y mis padres me llaman a veces Gonza.

-Es dulce.

-¿Y yo no? -le preguntó, colocándose la servilleta en el regazo.

-Creo que será mejor que sirva aquí los platos -dijo Micaela como si no lo hubiera oído-. ¿Me los traes?

Gonzalo se levantó y cumplió sus órdenes.

La pasta olía muy, muy bien, y mientras ella preparaba un cuenco con queso él regresó a la
mesa.

-Tengo que confesar que las pocas veces que he cocinado espaguetis no tienen este aspecto. - No tenía ninguna duda.

Los dos los probaron al mismo tiempo y Micaela vio que él cerraba los ojos. Al día siguiente tendría que decirle a Luca que tenía razón. Gonzalo abrió los ojos y se deshizo en halagos. Si con un plato de pasta conseguía esa reacción, no podía ni imaginarse qué haría en otras circunstancias. Él sirvió el vino que Micaela había comprado siguiendo los consejos de su profesor, y luego empezaron a charlar más relajados. Cuanto más rato pasaban juntos, más claro veía Gonzalo que quería seguir viéndola, y más claro tenía Micaela que si quería resistirse a él tenía que dejar de verlo. Después de cenar, recogieron los platos y siguieron charlando de pie en la cocina; si ella se agachaba para abrir un armario, él se aseguraba de cerrarlo cuando se levantaba. Cuando todo estuvo en orden, Micaela se ofreció a preparar un poco de café. Gonzalo aceptó, el café le daba igual, pero quería seguir allí un rato más. Le contó la conversación que había tenido con Helena.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora