Capítulo 36

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—¿Por qué no la llamas más seguido? —preguntó, haciendo referencia a su hermana Lara.

—Aún no nos hemos acostumbrado a ser tan cariñosas.

—¿Aún?

—Además, a ella le encantan las postales —añadió fingiendo no haber oído aquella otra pregunta—. Las cuelga en la nevera con imanes. Dice que tienen más personalidad que los e-mails.

—Supongo —dijo él desperezándose. Sabía que Micaela le estaba ocultando algo, pero prefirió fingir que no era así y esperar a que llegara el momento oportuno de volver a preguntárselo. Si tenía suerte, tal vez no tuviese que hacerlo nunca, y fuese ella quien le abriese el corazón y le contara qué significaban todos aquellos comentarios que entonces carecían de sentido.

—¿Me acompañas a tirarla al buzón? —le preguntó con una sonrisa.

—Claro. Si queres, podemos pararnos a cenar algo. Al fin y al cabo, no comimos nada.

Micaela se sonrojó.

—Perfecto. —Él se levantó y se frotó la espalda—. Creo que me has roto algo —dijo besándola.

—¿Yo? ¿Eras vos quien quería saber si era posible hacer el amor de pie contra la heladera? —Le devolvió el beso.

—Vamos, camina antes de que cambie de opinión. —Gonzalo la empujó despacio hacia la puerta.

Esa noche, Gonzalo tampoco se quedó a dormir. Cuando regresaron de cenar, se sentaron en el sofá para charlar un poco más. Él le estaba contando cómo Nicolas había reconquistado a Dalila y ella lo escuchaba sin perderse detalle. Al acabar la historia, los dos estaban muy cansados, después de aquel día no era de extrañar, y Micaela, en contra de su buen juicio, le preguntó si quería quedarse. Gonzalo quería hacerlo, pero después de todo lo que había sucedido no sabía si era lo mejor. Habían hecho el amor como si no pudieran saciarse el uno del otro, pero en cada ocasión él tenía la sensación de que ella se guardaba un pedacito de su corazón, que no se entregaba por completo. Se decía a sí mismo que no le importaba, que podía esperar a que lo hiciera, pero mentía. Y cada vez le dolía más verla capaz de mantener aquella distancia. Esta era diminuta, milimétrica, pero estaba allí.

Lo mejor sería que fuera al hotel, así le daría a Micaela la oportunidad de que lo extrañara. Aprovechó la excusa de que al día siguiente tenía que ir a trabajar, lo cual era cierto, y que necesitaba vestirse con traje, que también lo era. Lo que ya no era tan cierto era que no tuviera tiempo de ir al hotel antes de las ocho y vestirse allí. Le dijo a Micaela que tenía que estar en Biotex a primera hora y que, por tanto, lo mejor sería que durmiera en el hotel.

Para su desgracia, ella no trató de convencerlo, pero sí le dio un apasionadísimo beso de buenas noches, que, como premio de consolación, no estaba nada mal.

Al igual que la noche anterior, regresó al hotel flotando en una nube, pero ésta ya no era tan perfecta ni tan inmaculada como la del sábado. Gonzalo no solía engañarse a sí mismo, y no iba a empezar a hacerlo entonces. Había conquistado el cuerpo de Micaela, hacerse con su mente tal vez no sería imposible, pero su corazón ya era otro tema. Y, en el fondo, no quería tener que convencerla de que se lo entregara; quería que ella quisiera hacerlo, que no pudiera evitarlo. Igual que le estaba pasando a él. Bueno, como decía su madre, las cosas que valen la pena son difíciles de conseguir. Y Micaela valía la pena. Aún le faltaba averiguar muchas cosas sobre ella, como por ejemplo, ¿por qué hacía referencias a que su vida había cambiado? ¿Había sufrido alguna enfermedad que la hubiese hecho cambiar? ¿Por qué nunca hablaba de sus padres?, ¿ni de sus estudios? Fueran cuales fuesen las respuestas a esas preguntas, Micaela seguiría siendo la única mujer capaz de acelerarle el pulso en segundos, llevarle la contraria y hacerlo sonreír sólo con un beso.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora