Capítulo 38

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La mañana de Micaela evolucionó con lentitud y sin grandes descubrimientos. A las cuatro, cuando finalizaron las clases salio. Fue paseando hacia su departamento y se detuvo a comprar comida y otras cosas. Una hora más tarde entraba por la puerta de su casa y, tras colocar todo en su sitio, se puso cómoda y se sentó en el sofá para descansar un rato. Segundos más tarde, estaba dormida y no oyó que sonaba su celular.

Micaela no contestaba el teléfono. ¡Qué raro! Las clases ya habían terminado y ella no le dijo que tuviera que hacer nada especial. Volvió a intentarlo. Nada otra vez. ¿Se habría enfadado con él? ¿Por qué? No, imposible. No tenía ningún motivo. Seguro que estaba caminando por la calle y no lo había oído; ya le devolvería la llamada cuando la viera.

El resto de la tarde, Gonzalo repasó las previsiones que había hecho para el futuro de Biotex, y empezó a redactar su informe. Ese era uno de los momentos que más le gustaban de su trabajo; elaborar las conclusiones de su investigación y ofrecer consejo profesional sobre cómo orientar el futuro. Le hacía sentir que lo que hacía servía para algo. A las siete, y después de que John fuera a despedirse, no sin antes recordarle lo de la cena del miércoles, volvió a llamar a Micaela.

—Hola —respondió ella soñolienta.

—Mica, ¿estás bien? —preguntó preocupado.

—Sí —bostezó—, me quede dormida en el sillón. No sé qué me pasa.

—Yo sí —dijo él, aliviado de poder al fin hablar con ella—. Te faltan horas de descanso. Este fin de semana no has dormido demasiado...

Ella volvió a bostezar.

—La verdad es que estoy muerta de sueño —confesó—. ¿Qué hora es?

—Son más de las siete. ¿Por qué no te acuestas? —sugirió Gonzalo, a pesar de que eso implicaría no poder verla—. Así mañana estarás recuperada.

—Sí, creo que será lo mejor. —En la voz se le notaba que estaba aún medio dormida—. ¿Y vos qué vas a hacer?

—Sufriré y te extrañare. —Se la imaginó sonriendo y añadió—: Descansa, seguro que se te ocurrirá el modo de compensarme.

—Ni lo sueñes. —Volvió a bostezar—. Me voy a acostar. Nos vemos mañana.

—¿Mica?

—¿Sí?

—Me he pasado todo el día pensando en ti. —Esperó a ver qué respondía, pero ella siguió en silencio—. Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Gonzalo colgó y se quedó con la mirada fija en la pantalla de la computadora. Empezaba a molestarle ser siempre el único dispuesto a ser cariñoso. A esas alturas, Micaela ya debería haberse dado cuenta de que su relación era algo más que un polvo. Respiró hondo y decidió no perder más el tiempo con eso y concentrarse en el trabajo; el nombre de María Blanchet le vino a la mente. La abogada le había dicho que estaba disponible las veinticuatro horas, así que la llamó y le propuso reunirse esa misma noche. Ella aceptó, por supuesto.

Micaela colgó y fue a acostarse. Ya tumbada en la cama, no podía dejar de preguntarse por qué no le había dicho que también había pensado en él. Era verdad, de hecho, no había hecho otra cosa en todo el día. Entonces, ¿por qué no se lo había dicho? Era obvio que Gonzalo estaba preocupado por ella, las dos llamadas perdidas lo corroboraban que era sincero al decirle que la había extrañaba. Se movió inquieta, y llegó a la errónea conclusión de que no era para tanto, seguro que él se había pasado el día trabajando y que ahora ya se le había olvidado toda la conversación. El problema fue que Micaela no la olvidó, y una hora más tarde se vistió y salió a buscarlo con intención de darle una sorpresa.

María esperaba a Gonzalo a la entrada del edificio. Ella le había contestado el teléfono en seguida y le había dicho que, aunque tenía una cena de negocios a las diez, podían charlar de camino al restaurante. Cuando él llego, tardó unos segundos en reconocerla, pues iba vestida con un vestido negro de noche y el pelo recogido en un elegante moño.

—Buenas noches —dijo al saludarla—. Vas muy elegante.

—Gracias. Tuve que cambiarme en el despacho —le explicó la abogada.

—Podríamos haber quedado mañana —ofreció él.

—No, tal como te he dicho en el e-mail, me urgía mucho hablar contigo. — Levanto una mano—. Te importa si vamos yendo, no quiero llegar tarde.

—No, por supuesto.

Empezaron a caminar y, pasados unos segundos, ella volvió a hablar:

—Mis clientes empiezan a estar muy preocupados.

—¿De verdad? —Gonzalo se hizo el tonto.

—Al parecer, se han enterado de que el nieto del señor MacDougall ha empezado a hacer preguntas, y no les ha gustado demasiado.

—¿Se han enterado?

—Ríete si quieres, pero los directivos de Lab Industry no están dispuestos a renegociar nada.

—Mis clientes tampoco —De hecho, pensó Gonzalo, lo único que querían era romper el acuerdo.

—Te lo digo porque si todo esto es un intento de subir el precio, va a ser en vano.

—Gracias por advertirme, pero no, el interés que ha podido mostrar John MacDougall por la fusion no tiene nada que ver con el dinero, sino con el cariño que siente por la empresa que fundó su abuelo.

Ella levantó las cejas dejándole claro lo que pensaba de ese comentario tan sentimental. 

—Gonzalo, tu y yo somos personas realistas y ambos sabemos que el trato que ofrece Lab Industry a Biotex es más que justo. No creo que ahora sea el momento de que ese chico, empiece a jugar al Monopoly con una empresa de millones de dólares.

A Gonzalo le molestó que lo equiparase a ella, pero tuvo que reconocer que sí, que el trato era justo. Sin embargo eso no implicaba que John o el señor MacDougall no pudieran replantearse las cosas.

—María, lo único que quieren los señores MacDougall es lo mejor para su familia, su empresa y sus empleados, algo que también deberían haber tenido en cuenta los directivos de Biotex cuando negociaron con Lab Industry. —Ella siguió andando sin inmutarse, así que Gonzalo continuó—. Mi obligación, al igual que la tuya para con tus clientes, es asesorarlos de sus diferentes opciones e informarlos de las consecuencias que pueden esperar de cada una de ellas. Y eso es precisamente lo que voy a hacer.

—Por supuesto. —María se detuvo frente a un elegante portal y añadió con una misteriosa sonrisa—: Y tanto mi jefe como el tuyo quieren lo mismo. Así que supongo que, a partir de ahora, no tendremos ningún problema.

No conocía demasiado bien a aquella mujer, pero Gonzalo sabía que el comentario sobre su jefe no había sido casual.

—Ninguno en absoluto. Que disfrutes de la cena —dijo a modo de despedida.

—Gracias. —Un botones le abrió la puerta—. Lo haré.

Sin decir nada más, Gonzalo regresó caminando hacia el hotel, y durante todo el camino se planteó la posibilidad de llamar a Malasia y preguntarle directamente a su jefe qué diablos estaba pasando allí. 

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora