Capítulo 43

121 10 0
                                    

Gonzalo se quedó sentado, con el auricular en la mano. Estaba despedido. Había entregado ocho preciosos años de su vida a aquella empresa y ahora estaba despedido. Siempre había creído que si eso llegaba a pasar se sentiría fatal, pero lo único que notaba ahora era que le habían quitado un gran peso de encima. Se sentía aliviado. Feliz. Se frotó la cara con las manos para despejarse y se levantó. Unos minutos más tarde llamaron a la puerta. Abrió y vio a Larry y a Tom en el umbral.

—Su jefe acaba de llamarnos para comunicarnos que ya no trabaja para ellos — anunció Larry.

—Así es —dijo él recogiendo sus cosas mientras hablaba.

—También nos ha dicho que no hagamos caso de su informe —continuó Tom.

—Me lo imagino —respondió con media sonrisa en los labios—. Pero creo que su suegro y su sobrino les tienen preparada una sorpresa. Si me permiten. —Pasó junto a ellos y salió al pasillo para dirigirse al despacho de John.

Entró sin llamar.

—¿Es cierto lo que me ha dicho mi secretaria? —preguntó el joven poniéndose de pie de un salto—. ¿Te han despedido?

—Sí, ¿no es genial?

—Creo que definitivamente te has vuelto loco, aunque confieso que viéndote la cara no sé si decirte que lo siento o felicitarte.

—Felicítame. Debería haberlo dejado hace tiempo y buscar algo que me gustase más. —Se sentó en el sillón que había junto al escritorio—. Llevo meses con la sensación de que no estoy haciendo nada bueno con mi vida, y la verdad es que me gustaría dedicarla a algo mas constructivo.

—Me alegro de que te lo tomes tan bien, pero no puedo evitar sentirme culpable.

—¿Por qué? Ni tú ni tu abuelo me obligaron a hacer nada. Además, ayudaros ha sido lo mejor que he hecho en toda mi carrera profesional. Espero haberos sido útil, y estoy seguro de que tendrán mucho éxito.

—¿Por qué no te quedas y nos ayudas? Nos iría bien alguien con tus ideas, y eres el mejor con los números. —Aunque el tono era bromista, John lo decía muy en serio.

—No sé, te estoy muy agradecido por la oferta, pero creo que ha llegado el momento de que me instale en Barcelona y cree mi propia firma. Me ha gustado mucho ayudaros, y me ha servido para darme cuenta de que eso es lo que de verdad me hace feliz; creo que abriré una pequeña consultoría para ayudar y asesorar a nuevas empresas, o a empresas con problemas.

—Seguro que te irá muy bien. Entonces qué, ¿te vas? —preguntó incrédulo.

—No, hombre, no te vas a librar de mí tan fácilmente. —Se levantó—. Primero tengo que contárselo a Mica, y si las cosas salen como espero, me quedaré con ella hasta que mi hermana esté a punto de dar a luz, entonces regresaré a Barcelona.

—Vaya, veo que lo tienes todo pensado. —John sonrió—. Pero si las cosas se tuercen, quiero que sepas que Hannah y yo estaremos encantados de tenerte en casa.

—Gracias, pero confío en que no sea necesario. —Se dirigió a la puerta para salir.

—Este sábado van a venir a comer mis abuelos, ¿por qué no vienen también vos y Micaela? Así mi abuelo podrá agradecerte todo lo que has hecho por nosotros y podrá probar, al fin, la torta de chocolate de Micaela.

—De acuerdo. Y ahora lo siento, pero me tengo que ir, estoy impaciente por ver a Micaela y contárselo todo.

Gonzalo abandonó las oficinas de Biotex tras despedirse de John y del hombre de mantenimiento, que le deseo suerte en su nuevo trabajo. Faltaban aún un par de horas para las cuatro, así que aprovechó para ir al hotel y hacer las maletas, que dejó en recepción. No quería parecer presuntuoso, y tampoco quería que Micaela le pidiera que se instalara con ella sólo por compromiso. Le dijo a la chica de recepción que iría a buscarlas más tarde y si, por desgracia, las cosas no salían como él deseaba, siempre podía pedir de nuevo una habitación.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora