Capítulo 29

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Gonzalo se despertó agotado. Llevaba casi dos semanas sin dormir una noche entera y «la conquista de Micaela» iba a volverlo loco. Y, para empeorar las cosas, ella había empezado a bajar la guardia y a ser más dulce y cariñosa con él. El día anterior, por ejemplo, lo llamó para preguntarle si prefería tal o cual película y el miércoles, cuando antes de salir para el concierto Gonzalo abrió la heladera y vio que había un par de bebidas energéticas le preguntó si las había comprado para ella; Micaela se limitó a mirarlo como si fuera bobo y le dijo que no, que el que corría era él.

Se duchó y trató de recordar todo lo que tenía que hacer durante el día. Iba a reunirse con John y su abuelo a las tres de la tarde, para ver si de una vez por todas resolvía sus dudas y podía hacer el correspondiente informe sobre la fusión. Ya llevaba dos semanas en Nueva York, lo que significaba que sólo le quedaban dos más. En esos quince días tenía que resolver uno de los casos más complejos de toda su carrera profesional y convencer a Micaela de que no era un seductor y que debían darse una oportunidad.

Al llegar a su oficina, vio que tenía un mensaje de María Blanchet, pero lo ignoró y se dedicó a reunir toda la documentación que había encontrado durante la semana. A eso de las doce comprobó su correo electrónico y vio que Ricardo Mora le había escrito. El abogado le resolvía de un modo llano y practico todas las preguntas que le había formulado sobre la fusión y después de releer el e-mail tenía aún más claro que en aquella operación había gato encerrado.

Le aconsejaba que, antes de seguir adelante, averiguara más sobre ese producto y que se preguntara por que una empresa familiar con éxito estaba dispuesta a vender su alma a cambio sólo de dinero. La experiencia de Ricardo llevaba a este a pensar que solo podía deberse a dos motivos: o la empresa no estaba tan bien como aparentaba (que no era el caso), o había alguien allí muy interesado en solucionarse la vida.

Gonzalo tomó nota de todo y, tras leer ese ultimo comentario, le vinieron a la mente los rostros de los tíos de John. Larry y Tom, que era como se llamaban, eran dos gordos engreídos que se pasaban el día diciendo lo ocupados que
estaban pero sin hacer nada. A Gonzalo le cayeron mal desde el principio, y cuando supo que no se habían ocupado de John al morir sus padres, decidió que eran en verdad despreciables. Pero eso no implicaba que no quisieran lo mejor para Biotex, al fin y al cabo era lo que mantenía su lujoso ritmo de vida. Ese tema, sin duda, iba a tener que tratarlo con John y el señor MacDougall.

A las dos y media, Gonzalo recogió sus cosas y salió de la oficina. Había quedado a las tres en una de las salas de reuniones que había en el hotel en el que estaba alojado. Se reunían allí para evitar que nadie en la oficina sospechara nada, y también para poder hablar tranquilos. No estaban haciendo nada malo, Gonzalo siempre se procuraba de tener el máximo de información posible antes de tomar una decision, pero de un modo tácito, los tres sabían que sería mejor hablar fuera de Biotex.

John y Mac cruzaron la puerta del hotel justo detrás de Gonzalo, y pasaron al bar para comer algo antes de empezar. Lo primero que hizo John fue preguntar por Micaela y él trató de contestar lo mejor que pudo. El atractivo anciano quería saber cuando podría probar el famoso pastel de chocolate de la rubia y Gonzalo le prometió que haría todo lo que estuviera en su mano para que fuera lo antes posible. Pasados veinte minutos, se encerraron en la sala que tenían reservada.

-John, ¿has podido reunir todo lo que te pedí? -pregunto Gonzalo.

-Sí. Tengo copias de todos los informes financieros de los últimos años, pero lo otro no existe -respondió el joven abogado.

Gonzalo le había pedido que buscara toda la información que habían utilizado los abogados de Biotex para negociar hasta llegar a la versión definitiva que tenía ahora en sus manos.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora