Capítulo 55

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Micaela llegó al aeropuerto la madrugada del miércoles, y su hermana, tal como le había prometido, fue a buscarla; cuando salió por la puerta de llegadas, Lara corrió a abrazarla. Las dos estaban ansiosas por llegar al piso. En el coche, Micaela le contó lo fácil que había sido despedirse del restaurante y de la escuela de cocina; sólo había tenido que recoger unos cuantos papeles que certificaban las clases a las que había asistido y devolver el uniforme. Abandonar el departamento le costó un poco más, a pesar de que había pasado poco tiempo en él, jamas podría olvidar aquella cama plegable y aquella barra de cocina. Devolvió las llaves del piso a la agencia que lo había alquilado, y se quedó con el llavero. Solventadas todas las formalidades, llamó a un taxi para que la llevara al aeropuerto y se pasó el vuelo pensando en que haría cuando viera a Gonzalo, pero antes tenía que dar con él. Micaela se dio cuenta de lo poco que se había interesado por Gonzalo y le cayó una lágrima de vergüenza, si lograba que la perdonara, se pasaría el resto de la vida compensándolo por ello.

Nunca le había preguntado la dirección de su piso, y no tenía ni idea de dónde vivían sus padres, excepto que era una casa preciosa a las afueras de un pueblo de la costa. Lo único que sabía con certeza era su número de celular y el nombre de la empresa en la que trabajaba. No quería llamarlo, lo que tenía que decirle quería hacerlo mirándolo a los ojos, así que tendría que recurrir a la empresa.

Llegaron al piso y Micaela quería llamar en seguida a la multinacional pero su hermana la convenció de que antes se tranquilizara un poco. Le hizo caso y fue a su habitación para ducharse y cambiarse de ropa. Cuando salió, media hora más tarde, Lara le dio una gran alegría:

—He llamado a ese lugar horrible —dijo señalado el papel en el que Micaela había anotado el teléfono del antiguo lugar de trabajo de Gonzalo—, y tras suplicarle a una telefonista, me ha dado la dirección de las nuevas oficinas de Gonzalo.

—¿En serio? ¿Cómo lo has conseguido?

—Pues no ha sido tan difícil, la verdad es que la señora era muy amable, y cuando le he dicho que necesitaba hablar con el señor Gravano, y sólo con él, urgentemente, me facilito su dirección. Empiezo a creer que ese chico de verdad es irresistible, la señora parecía muy apenada de que ya no estuviera trabajando allí.

—Lo es.

Micaela agarró el papel y se quedó mirándolo como si fuera la joya más preciosa del mundo. Las oficinas de Gonzalo estaban sólo a unos veinte minutos de allí.

—¿Vas a ir? —preguntó Lara tocándole el hombro.

—Sí, esta misma tarde. —Se sentó en el sillón, pues las rodillas habían empezado a temblarle—. Tengo que pensar bien qué voy a decirle.

Lara miró a su hermana mayor y, después de darle un abrazo y decirle lo mucho que la quería, la dejó sola para que pudiera prepararse para recuperar al hombre de su vida. 

Tras pasarse el martes encerrado en su despacho tratando de poner orden a la documentación de sus primeros clientes, Gonzalo se despertó la mañana del miércoles con un enorme dolor de cabeza. Después de tomarse dos tazas de café, fue a la oficina y siguió donde lo había dejado el día anterior, al parecer, su reputación lo precedía y, a pesar de que hacía sólo dos días que había abierto, ya tenía un montón de trabajo acumulado. «Mejor —pensó de camino—, así estoy ocupado.» Estuvo toda la mañana batallando con aquella migraña y, al mediodía, para evitar caer en la tentación de irse a su casa, llamó a Helena para que fuera a comer con él.

Su hermana estaba estudiando en la biblioteca universitaria que había allí cerca y aceptó encantada la invitación.

—Tienes muy mala cara, Gonza —le dijo cuando estuvieron sentados a la mesa del restaurante.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora