Capítulo 22

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Después de conocer al abuelo de John, Gonzalo estaba convencido de que el proyecto Fénix era mucho más complejo de lo que aparentaba; un hombre como aquél no perdía el tiempo con tonterías.

El domingo, tras dejar a Micaela en su departamento, llegó al hotel y trató de leer los informes que todavía tenía pendientes. Para variar, no pudo, y optó por salir a correr. Se pasó tres horas corriendo por la ciudad. Correr lo ayudaba a pensar, siempre lo hacía.

Mientras analizó todo lo que sabía sobre la fusión: punto uno, su jefe, Mariano, estaba ansioso por que saliera adelante; punto dos, los directivos de Biotex, en especial los tíos de John y yernos de Mac, también; punto tres, las condiciones para Biotex eran buenas y los pasos que había seguido Lab Industry eran de libro.

Entonces... ¿por qué tenía la sensación de que algo no encajaba? ¿Era sólo porque Micaela lo desconcentraba o había algo más? Aún no sabía exactamente cómo ni por qué, pero estaba convencido de que la patente de Fénix tenía algo que ver. ¿Desde cuándo en una fusión de miles de páginas se perdía el tiempo en especificar quién iba a desarrollar una patente en concreto? Y mucho menos una que se había descartado hacía unos años. Mac era un hombre muy inteligente, y era obvio que ni él ni su nieto estaban entusiasmados con la idea de la fusión. Tal vez sólo fuera porque no querían pasar a formar parte de un grupo tan grande, o porque tenían miedo del cambio, pero quizá sus reticencias tuvieran fundamento. Algo se le estaba escapando y a él jamás se le escapaba nada. El lunes a primera hora llamaría a María Blanchet para concertar una cita con ella. Tal vez así averiguaría algo.

Con la camiseta empapada de transpiración y la respiración entrecortada, regresó al hotel. Le dolía la espalda, ya no era un chico de dieciocho años, y se moría de ganas de ducharse, relajarse un poco e intentar dormir. Llevaba casi una semana sin hacerlo, aunque jamás le confesaría a nadie, que una chica le quitaba el sueño. Pero así era.

Le gustaba estar con Micaela, era arisca y difícil, pero cuando bajaba la guardia se convertía en la chica más dulce y necesitada de amor que había visto jamás. Con cada pequeño detalle de su vida que ella le revelaba, más ganas tenía de conocerla mejor y, tras aquel beso demoledor, tenía que apretar los puños con fuerza para no abrazarla cada vez que la veía. Por no mencionar otras partes de su anatomía que también se descontrolaban ante su presencia.

Entró en el hotel y el recepcionista lo miró de un modo algo raro; no estaba acostumbrado a que los huéspedes llegaran empapados de transpiración y casi sin poder respirar. Gonzalo se fue a su habitación sin decir ni una palabra y una vez allí se duchó.

Todos los músculos de su cuerpo le recordaron que hacía demasiado tiempo que no corría tanto y les prometió que no volvería a suceder.

Recostó las manos en la pared y dejó que el agua se deslizara por su espalda. Estaba cansado, así que se puso ropa limpia y se sentó con la computadora en el regazo. Recuperó los archivos y esta vez sí pudo leerlos y tomar notas. Lo de correr había sido un gran acierto, y pasadas unas horas decidió llamar al servicio de habitaciones para que le subieran la cena; él y Micaela no habían comido y tras el ejercicio el estómago había empezado a quejarse. Se comió una ensalada de pollo y un par de manzanas y repasó todo lo que había escrito. A primera hora, le pediría a John que organizara una reunión con su abuelo y haría un par de llamadas a Barcelona.

Satisfecho por un trabajo bien hecho, se tumbó en la cama. El tiempo se le había pasado volando, mejor sería que se acostara. Al día siguiente tenía que hacer un montón de cosas antes de poder ir a cenar con Micaela. Pensando en esa cena y en las ganas que tenía de volver a verla, cerró los ojos.

Llegó a la sede de Biotex a primera hora de la mañana. Saludó al señor de mantenimiento, y entró en el ascensor. Sentado ya en su despacho, llamó a Fritz & Lloyd, y concertó una reunión con su abogada estrella, María Blanchet, para el miércoles de aquella misma semana.

También aprovechó para llamar a su casa, quería hablar con su madre o su padre, pero fue Helena quien contestó.

-¿Helena?

-¿Gonza? ¿Cómo estás?

-Bien, trabajando como siempre. ¿Y tú?

-Cansadísima. Aún tengo un par de exámenes.

-Vamos, no seas boba, seguro que para variar sacarás dos sobresalientes. Siempre creo que lo único que haces es estudiar. Deberías salir más.

-No puedo, la carrera de medicina es muy exigente, y ese profesor que te conté me está amargando la existencia. ¿Cuándo vuelves?

-Todavía me quedan tres semanas más. ¿Dalila está bien?

-Tranquilo, tu primera sobrina no nacerá hasta que estés aquí -dijo ella con una sonrisa en los labios-. Ya sabes que ninguna mujer puede resistirse a tus encantos.

-Si supieras... -Tan pronto como pronunció esas palabras supo que estaba perdido.

-¿El qué? No me digas que existe una mujer capaz de resistirse al seductor y triunfador de mi hermano mayor. ¿Cómo se llama?

-No pienso decírtelo -contestó él con firmeza.

-Vamos, si me lo cuentas, yo te contaré un pequeño secreto.

-Micaela -dijo en voz baja.

-¿Micaela? Me gusta.

-Vamos, ahora te toca, desembucha.

-Creo que me gusta un chico.

-¿Ah, sí? -Gonzalo prestó mucha atención.

Lo que había dicho antes lo decía en serio. Helena era demasiado seria para tener sólo veinticinco años, y jamás había salido con ningún chico, a pesar de que se lo habían pedido un montón.

-Sí, estudia conmigo. Bueno, es un par de años mayor que yo, pero ha suspendido unas prácticas y ahora las repite conmigo.

-¿Y? -insistió para que continuara.

-No sé, creo que me gusta. Aunque seguro que no se ha fijado en mí, ha salido con la mitad de la facultad de medicina.

-Si no se ha fijado en ti es que es idiota y no te conviene.

-Gracias por decir eso, pero creo que no eres objetivo.

-Pues claro que soy objetivo, mis hermanas son las chicas más bonitas del mundo.

-¿Micaela incluida? -le preguntó ella pícara.

-Eh...

-Tranquilo, Gonza. Me alegro de que por fin veas algo más que balances de empresas. Me voy, o si no llegaré tarde a clase.

-Cuídate, linda, y dile a mamá y a papá que he llamado.

-Claro, un beso.

-Igual... Ah, y no pierdas el tiempo con ese imbécil -añadió él, pero su hermana pequeña ya


había cortado.

Contento de haber podido charlar un rato con Helena, Gonzalo encendió la computadora y escribió un par de e-mails; uno a Mariano, en el que le contaba los avances de aquella primera semana, y otro a Ricardo Mora. Ricardo tendría unos cincuenta años y estaba casado con una amiga de su madre. Según el padre de Gonzalo, era uno de los mejores abogados mercantilistas de Barcelona, e incluso de España. Había coincidido con él en un par de ocasiones, siempre por temas relacionados con el trabajo, y le había demostrado que eso que se dice de que el diablo sabe más por viejo que por diablo era totalmente cierto. En el e-mail le preguntaba un par de cosas que se le escapaban de la fusión y le pidió máxima discreción. Luego fue a servirse una taza de café en la pequeña cocina que había en las oficinas, y allí se encontró con John, que acababa de llegar.

-Buenos días, Gonzalo -lo saludó sirviéndose también una taza.

-Buenos días.

-Antes de que me inundes de trabajo, tengo que decirte una cosa.

-Dime.

-Micaela me cayó muy bien, es muy simpática, y mi abuelo me ha pedido que le recuerde que espera probar pronto su tarta de chocolate.

-Si por mí fuera mañana mismo los invitaría a cenar, pero no tengo ni idea de si Micaela y yo seguiremos viéndonos.

Holaaaa les tengo una buena noticia, voy a hacer una maratón🎉🎊
No se de cuantos capítulos pero más de tres seguro, espero que les guste la novela y gracias por leer💖💖

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora