Micaela salió de la escuela más tarde de lo habitual y fue corriendo hacia su departamento. Sólo faltaba una hora para que Gonzalo fuera a buscarla, y aún tenía que escribirle a su hermana, poner un poco de orden en el piso y ducharse. Sabía que él iba a ser puntual, así que se limitó a ordenar sólo la cocina y el comedor. Su habitación la dejó tal cual, de todos modos Gonzalo no iba a verla. A las ocho en punto sonó el timbre, y ella abrió todavía abrochándose los últimos botones de la camisa.
Él volvió a saludarla con un beso y con una de esas caricias en la cara que le ponían la piel de gallina y, tras cerrar la puerta del departamento, caminaron de la mano hasta Central Park. Micaela nunca había paseado así con ningún chico, a decir verdad, creía que ya nadie hacía eso de agarrarse las manos y al principio estaba un poco incómoda.
Pero pasados unos minutos empezó a gustarle, sentir el calor de la mano de Gonzalo era muy reconfortante, y cuando llegaron a la entrada y él la soltó para agarrar un par de folletos del concierto, entendió por qué en las novelas del siglo XIX daban tanta importancia al hecho de llevar guantes. Sentir la piel de alguien era algo muy íntimo, y cerró el puño para retener esa sensación.
El concierto fue precioso, bajo la luz de las estrellas. La orquesta de la universidad de artes escénicas más famosa del mundo tocó piezas clásicas de Mozart, Vivaldi y Verdi, para después deleitar a la audiencia con sus propias composiciones. Él le agarró la mano todo el rato y, en más de una ocasión, se llevó los nudillos a los labios para besárselos. Al finalizar el recital, regresaron paseando hasta el departamento, y sólo se detuvieron unos minutos para comprar unos sándwiches que se comieron mientras caminaban.
La música los había impresionado a ambos y, aunque no dejaron de mirarse, apenas intercambiaron unas palabras.
-Fue precioso -dijo Gonzalo al detenerse frente al portal del piso de Micaela-. Gracias por invitarme.
-Gracias a vos por acompañarme -respondió ella-. Creo que fue el concierto más lindo al que he asistido en toda mi vida.
-Y yo... La música, las estrellas, vos. -Le acarició la mejilla con los dedos.
Micaela levantó la vista y no supo qué decir.
¿Qué podía decirle? ¿Que estaba hecha un lío?¿Que aunque estaba haciendo realidad su sueño de cocinar, cada vez echaba mas de menos la medicina? ¿Que nunca había sentido por nadie lo que sentía por él? ¿Que no se veía capaz de seguir adelante con aquellos sentimientos?
Él pareció entender lo confusa que estaba, y agachó la cabeza para besarla. Fue un beso distinto a los otros; Gonzalo siempre era dulce, pero en aquel beso había tanta ternura, que sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
-Jamás olvidaré esta noche, Mica -le dijo al apartarse.
-Ni yo. -No sabía cómo iban a terminar, pero nunca olvidaría aquella noche, de eso estaba segura.
Otro beso, esta vez acompañado de un íntimo abrazo.
-Entra, se está haciendo tarde -dijo él sin hacer ningún gesto para seguirla-. ¿Qué quieres hacer mañana?
-No sé -respondió Micaela tras unos segundos-. ¿Y vos?
-Mañana me espera un día muy difícil. -Se frotó los ojos con las palmas de las manos-. Y supongo que saldré tarde, no sé, podríamos ir al cine. ¿Qué te parece?
-Me parece bien. Al fin y al cabo, estamos en el país de los pochoclos.
-Entonces ya está decidido, iremos al cine. - Dio un paso hacia atrás-. Te llamare para decirte a que hora puedo venir a buscarte.
-De acuerdo. -Buscó las llaves y abrió la puerta-. Buenas noches.
-Buenas noches.
Le dio un último beso y se fue.
El jueves fueron al cine a ver una película horrible, la última entrega de una saga de acción, pero mientras el héroe trataba de salvar el mundo, Gonzalo le dio unos besos que dejaron a Micaela sin aliento. Al salir fueron a cenar a un pequeño restaurante japonés, y él le contó lo pesadas y aburridas que habían sido todas las reuniones que había tenido durante el día.
Ella no le explicó demasiado; cada vez le costaba más mantener en secreto de que era médico, y optó por hablar lo menos posible.
Gonzalo sabía que le ocultaba algo, al igual que sabía que trataba de mantener las distancias, pero poco a poco, y quizá sin ser consciente, Micaela había empezado a abrirse, y en esos instantes sabía que valía la pena esperar. Si el beso de despedida del miércoles fue largo y tierno, el del jueves habría podido hacer saltar las alarmas de incendios de un edificio entero. Él jamás hacía nada que indicara que quería algo más y ella jamás le pedía que se quedé.
El viernes fue distinto.
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A fuego lento <<adaptada>>
FanfictionAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...