Capítulo 37

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Si tuviera que definir a María Blanchet con una sola palabra, ésta sería «persistente», o mejor dicho, «pesada», pensó Gonzalo al leer el e-mail que la abogada le había mandado. En él le recriminaba, con mucha educación, que no le hubiera devuelto la llamada del otro día, e insistía en que tenían que verse esa misma tarde. Le respondió con una disculpa, tenía que reconocer que no había estado bien no llamarla, y diciéndole que en principio tenía la agenda muy llena y que no podía quedar hasta dentro de dos días. Pero le prometió que si había algún cambio, la avisaría sin falta. Le dio a «Enviar» y, minutos más tarde, recibía la respuesta de ella, en la que insistía de nuevo en que tenían que verse y le decía que, para ese tema en concreto, estaba disponible las veinticuatro horas del día.

Gonzalo fue a comer con John, que en seguida le preguntó qué le pasaba. ¿Acaso se le notaba en la cara que había estado todo el fin de semana haciendo el amor con Micaela?

—Nada.

—¿Nada? —John se sentó frente a él —. ¿Y ese nada tiene algo que ver con una rubia y la sonrisa que tienes de oreja a oreja a pesar de haber estado más de cuatro horas con los pesados de contabilidad?

—Quizá. —Hacía años que no sentía tanta vergüenza—. ¿Has podido pensar en lo que decidimos el viernes?

—Me tomaré este cambio de tema como la prueba definitiva de que por fin Micaela y vos están juntos. Felicidades.

—Gracias —contestó resignado—. Y ahora, por favor, ¿podemos hablar de cosas serias? ¿Cómo diablos lograste conquistar a Hannah? —preguntó de sopetón.

—¿Esas son las cosas serias de las que quieres hablar? Si me pides consejos a mí, estás peor de lo que me imaginaba. Seguro que eres todo un experto.

—¿Por qué todo el mundo cree que soy una copia barata de Casanova? —Dio un sorbo de agua—. Deja que te diga que he estado con menos mujeres que tú.

—Eso lo dudo, yo sólo he estado con Hannah.

—De acuerdo, tal vez en eso me equivoque, pero no he estado con tantas como crees. Ni tampoco he hecho nunca nada que pudiera salir en una película erótica. — «Excepto lo de este fin de semana», pensó.

—Lo que pasa, mi querido Gonzalo, es que el continente no se ajusta al contenido. Me explicaré mejor —añadió al verlo tan confuso—. Mírate, eres alto, guapo, no tanto como yo, pero no estás nada mal. —Gonzalo lo fulminó con la mirada, pero John continuó—. Tienes un muy buen trabajo y eres encantador. Es decir, un seductor. Seguro que casi todas las mujeres que están en este restaurante, y la mitad de los hombres, se irían encantados contigo a un hotel.

—Pero yo no quiero irme a un hotel con nadie que no sea Micaela. —Se sonrojó pero siguió hablando—. Mejor dicho, ni siquiera con ella. Lo que quiero decir es que quiero tener algo profundo, quiero cuidar de ella y que ella me cuide a mí. Como tú y Hannah.

—Y estoy seguro de que algún día lo tendrás —respondió John—, pero la pregunta que deberías hacerte es si ella quiere lo mismo.

Gonzalo, inseguro de cómo responder a eso, optó por beber un poco más de agua y cambiar de tema.

—Gracias por el consejo. ¿Has podido pensar en lo del viernes? —retomó la conversación anterior.

—Sí, la verdad es que no he hecho otra cosa. Y creo que no debemos firmar la fusión, y luchar en cambio por salir adelante nosotros solos. Si los resultados de Fénix son la mitad de buenos de lo que prevé mi abuelo, seguro que lo lograremos. Será difícil, tal como tú dijiste, pero valdrá la pena. —Le trajeron el segundo plato y atacó al instante—. ¿Y vos?, ¿pudiste hablar con tu jefe?

—Aún no.

—¿Te planteará problemas?

—Podría ser, pero no lo sé. —Se apretó el puente de la nariz—. Sin embargo, se que estoy haciendo lo correcto.

—Me alegro.

—Cambiando de tema —dijo Gonzalo—, esta mañana he recibido un e-mail de María Blanchet en el que insiste en que nos veamos. Supongo que de algún modo se habrá enterado de que tú y tu abuelo estado haciendo preguntas sobre Fénix.

—Creo que deberías ir —sugirió John—. Tal vez así sepamos de una vez por todas si lo único que ha querido Lab Industry desde el principio es la patente de Fénix.

—Tal vez tengas razón. —Gonzalo se tomó el café que acababan de servirle—.A ver si encuentro un hueco en mi agenda y puedo reunirme con ella hoy mismo.

—Oye, volviendo a lo de Micaela, ¿les gustaría cenar con Hannah y conmigo mañana? —le preguntó John.

—Por mí encantado, pero no sé si ella podrá. La verdad es que no sé muy bien qué tipo de relación tenemos.

John sonrió y levantó una ceja.

—Vamos, seguro que lo pasaríamos bien.

—Se lo preguntaré. —Miró el reloj—. Debería regresar al despacho, a ver si ahora tengo suerte y consigo hablar con mi jefe.

—Ve tranquilo. —John se concentró en la comida que aún le quedaba en el plato y se despidió de él.

Una vez en el despacho, Gonzalo volvió a llamar a España.

—Smithsons, M&A, buenas tardes, ¿en que puedo ayudarle?

—¿Luisa? —Creyó reconocer a la más veterana de las recepcionistas—. Soy Gonzalo.

—¡Gonza! ¿Como estás? ¿Por dónde paras? —Era la única de las tres que era simpática.

—Bien, gracias. ¿Está Enrique por ahí? Llevo toda la mañana buscándolo.

—Pues no, lo siento. Tuvo que irse de improviso a Malasia, no regresará hasta el miércoles. Pero si es muy urgente, puedes llamarlo al celular, a ti te atenderá. Si fueras su mujer no lo tendría tan claro.

—¡Luisa! No seas mala —la riño entre risas—. No, creo que prefiero esperar al miércoles. Ya sabes el humor que tiene siempre que viaja allí, la ultima vez casi despide y todo porque el vuelo se había retrasado dos horas.

—Si quieres, puedo pasarte con Daniel.

Daniel era otro de los altos cargos de la empresa, un hombre listo y cordial, pero Gonzalo sabía que no podía saltarse a Enrique en una cuestión tan delicada. Al fin y al cabo, iba a decirle que estaban a punto de perder una comisión multimillonaria.

—No, no te preocupes. Llamaré el miércoles. Gracias por todo y cuídate.

—Lo mismo te digo.

La telefonista colgó y Gonzalo tuvo un mal presentimiento. No era supersticioso y optó por desecharlo de inmediato, pero habría preferido mil veces poder hablar con su jefe y dar por zanjado el asunto. Si Enrique no llegaba hasta el miércoles, no podría hablar con él hasta el jueves... En fin, no tenía más remedio que esperar. 



A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora