Gonzalo regresó al hotel caminando. El paseo le iría bien a su corazón, que latía descontrolado.
Irse del departamento de Micaela tras aquel beso era una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida; había tenido que hacer un gran esfuerzo para no acariciarla y hacerle el amor. Sabía que ella habría accedido, pero también sabía que por la mañana se habría arrepentido. Y él no quería que Micaela se arrepienta de nada de lo que sucediera entre ellos. Sentía que aquella mujer era especial, y no podía dejar de recordar lo que su abuelo le había dicho sobre el amor: «Si la persona es la adecuada, te puedes enamorar en sólo un segundo». Estaba seguro de que Micaela era la adecuada, al menos para él, pero sabía que, por el momento, ella no lo creía así. Bueno, le demostraría que estaba equivocada, le dejaría claro que él no era un seductor y que juntos podían llegar a compartir algo maravilloso.
El martes fue un día muy alterado, y tuvo tantas reuniones que apenas pudo charlar con John sobre sus averiguaciones. En uno de los pocos momentos en que pudieron estar solos, intercambiaron cuatro palabras y decidieron que el viernes por la tarde se reunirían los dos con su abuelo. Al parecer, Mac había ido a ver a la viuda del encargado del laboratorio y, tras charlar con ella, la mujer le dijo que buscaría las notas de su difunto marido y se las entregaría en un par de días.
Gonzalo se pasó toda la mañana y la tarde entera pensando en Micaela. La verdad era que no podía quitársela de la cabeza. La última relación que había tenido había sido hacía un año, con una abogada a la que había conocido en una cena de la empresa; trabajaba en un bufete colaborador, y estaba completamente centrada en su carrera profesional. Se acostaron una sola ves.
Gonzalo recordó que, justo antes de irse a la cama con ella, ya tuvo la sensación de que no saldría nada bueno de allí y desde entonces no había vuelto a hacerlo. No quería volver a tener una relación tan absurda y carente de sentido. Los dos besos que había compartido con Micaela tenían mucho más significado y eran mucho más sensuales que lo que hizo con aquella chica. Más que significado, lo que tenían esos besos era sentido. Así era exactamente como se suponía que tenía que ser un beso; como si entregaras parte de tu alma a la otra persona y ésta te jurara con sus labios que iba a cuidar de ella.
John fue a despedirse a su despacho y le contó que esa tarde iban a probar pasteles. Faltaba poco más de un mes para la boda y el chico volvió a invitarlo. Gonzalo había declinado su oferta diciéndole que gracias, pero que él ya se habría ido para esas fechas. Pero ahora que sabía que Micaela iba a estar en Nueva York todo ese tiempo, pensó que tal vez podría quedarse allí hasta que terminara el curso de cocina, y así podrían asistir juntos al enlace. Dado que aún era demasiado pronto para saber cómo irían las cosas entre los dos, optó por rechazar de nuevo la invitación. Minutos después de que saliera John, Gonzalo hizo lo mismo y, de camino al ascensor, saludó al señor de mantenimiento.
Gonzalo le devolvió la sonrisa y entró en el ascensor. Llegó al hotel y se puso la ropa de deporte para salir a hacer ejercicio un rato. Correr le proporcionaba la oportunidad de hacer tres cosas a la vez; mantener sus músculos en forma, pensar en todo lo que había visto en la oficina durante el día, y hacer acopio de autocontrol para poder resistirse a Micaela cuando la viera. Estaba decidido a ir despacio, tenía que demostrarle que le importaba y que era algo más que un animal en celo... aunque eso le resultara cada vez más difícil.
Las clases del martes no fueron tan divertidas como las del lunes. Los profesores de ese día no eran italianos, y eso ya era un punto en su contra, pero a pesar de todo, Mica aprendió un montón de cosas interesantes. Lo que más le gustó fue la clase de repostería, en la que una señora, Bridget, les enseñó a preparar helado de fresa con reducción de vinagre de Módena. La suave textura del helado una vez terminado le hizo pensar en el beso de la noche anterior. Si era sincera consigo misma, tenía que reconocer que todo le hacía pensar en ese beso, pero cuando el frío sabor de las fresas se deshizo en su boca, supo que esa noche se lo prepararía a Gonzalo. Al finalizar las clases, se detuvo en una tienda de comestibles que le habían recomendado en la escuela y compró todos los ingredientes necesarios para preparar el helado y un sencillo plato de arroz con verduras. Le enseñaría a Gonzalo a cocinar ese plato tan resultón y ella, mientras, haría el helado.
Al lado de la tienda había un pequeño quiosco y aprovechó para comprar una nueva postal para su hermana. Llegó al departamento y, después de guardarlo todo en la heladera, escribió las cuatro líneas para Laral: «He conocido a un chico. Se llama Gonzalo y creo que te gustaría». La última frase la releyó un par de veces sin saber muy bien por que la había escrito, pensó en romper la postal, pero al final optó por no darle más vueltas y saltó para echarla al buzón. Ella y Lara intercambiaban también e-mails y habían hablado un par de veces por teléfono, pero sabía que a su hermana le hacia especial ilusión eso de las postales. Según ella, tenían mucha mas personalidad y carácter que una pantalla de computadora, y algo de razón tenía.
De regreso al piso, lo primero que hizo fue ducharse y cambiarse de ropa. Se recogió el pelo con un par de evillas en forma de mariposa.
Fue a la cocina y dispuso en la encimera todos los ingredientes, igual que en un programa de cocina de la tele. Iba a empezar con el helado cuando sonó el interfono.
—Sube —dijo ella sin preguntar.
En menos de cinco segundos, Gonzalo se plantó en su puerta. Estaba enojado.
—¿Como sabías que era yo? Todavía no son las ocho.
—Lo sabía —contestó ella a la defensiva, y no decía ninguna mentira. Segundos antes de que sonara el timbre, había tenido el presentimiento de que él estaba a punto de llegar.
—No vuelvas a hacerlo. Esta ciudad está llena de locos.
Vio que estaba preocupado de verdad y accedió a darle la razón.
—Tienes razón. Debería tener más cuidado.
—No soportaría que te pasara nada malo —dijo Gonzalo pasándose una mano por el pelo.
—No me pasará nada. No volverá a suceder. —Se acercó a él, que aún no había pasado a la casa—. ¿No quieres entrar?
—Claro. —Entró, cerró la puerta y se agachó para darle un cariñoso beso en los labios—. Hola.
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A fuego lento <<adaptada>>
FanfictionAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...