Capítulo 52

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El joven la miró sin entender nada, pero Hannah le dio un suave apretón de manos.

—¿Creías que si le fallabas, él te dejaría de querer?

Micaela sólo pudo asentir.

—Yo he decepcionado a John y él a mí, es lo que hacemos los humanos, pero cuando amas a una persona, se encuentra la manera de superarlo juntos.

—Eso fue lo que me dijo Gonzalo, pero no me atreví a creerle —respondió, sin ocultar que lloraba.

John vio entonces que la chica estaba verdaderamente confusa y dolida, y la abrazó.

—Vamos, seguro que podes arreglarlo.

—No, antes de irse me dijo que, como yo no lo quería, haría todo lo posible por olvidarme.

—Pero si tú le quieres —exclamó Hannah sorprendida—, eso se ve a la legua.

—Y él te quiere a ti —dijo John soltándola.

—Ya hace casi un mes que se fue, y en todo este tiempo no me ha llamado.

—¿Y puedes culparlo? Al fin y al cabo, tú no trataste de detenerlo y, por lo que nos has contado, Gonzalo esta convencido de que no lo quieres.

—Lo sé, pero ahora ya es demasiado tarde.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto Hannah—. Tú tampoco lo has llamado.

—Te propongo una cosa —dijo John—, nosotros veremos a Gonzalo la semana que viene, si está feliz y se ha olvidado de ti por completo, no le diremos que te hemos visto. —Se dio cuenta de que Micaela hacía una mueca de dolor, y continuó—. Pero si aún está loco por ti, al día siguiente haces las maletas y vas a buscarlo. 

—Eso es absurdo John, ella debería ir allí de todos modos, tratar de hablar con él y solucionar las cosas.

—Ya lo sé, cariño. —Le guiñó un ojo—. Pero creo que Micaela aún no termina de confiar en sí misma.

—Hannah tiene razón, John. Debo ser yo la que tome la decisión de ir a ver a Gonzalo, pero te agradezco que trates de ayudarme. Tal vez sea mejor dejar las cosas como están; seguro que él ya ha conocido a otra. —Se le quebró la voz.

—Imposible —dijo Hannah.

—Vayan tranquilos, yo terminare el curso de cocina, luego regresaré a Barcelona y acabaré con los puntos de la lista.

—¿Qué lista?

—¿No te lo contó Gonzalo? —No, claro que no, pensó ella, él no habría hecho eso—. Hace algo más de un año, elaboré una lista de las cosas que quería hacer o tener en mi vida antes de morir. Se suponía que Gonzalo iba a ser sólo una aventura. —Se burló de sí misma—. Y no me di cuenta de que encajaba en la casilla del amor.

—Yo también hice una lista así hace años, cuando murieron mis padres — confesó John.

—¿Ah, si? ¿Y cumpliste con todo lo que pusiste en ella?

—Que va, la rompí unos meses después de haberla escrito.

—¿Por que? —pregunto sorprendida.

—Porque conocí a Hannah. —Le dio un beso a la que iba a ser su esposa—. Y me di cuenta de que en la lista no había escrito nada de conocer al amor de mi vida. Tenía veinte años, y a esa edad ya sabes lo que piensan los hombres, entonces entendí que era imposible que un pedazo de papel pudiera prever lo que de verdad necesitaba para ser feliz, así que la rompí sin más. Si Hannah no estaba en la lista, señal de que la lista estaba mal. 

Micaela lo miró aturdida. Tenía razón. Que estúpida había sido.

—Será mejor que me vaya antes de que me ponga a llorar como una magdalena aquí en medio. —Les dio un abrazo a los dos—. Les deseo toda la felicidad del mundo y, por favor, no le digan a Gonzalo que me vieron.

—Está bien, no se lo diremos —dijo Hannah—, pero cuento con que vuelvan a estar juntos muy pronto.

—¿John? —insistió Micaela.

—Te prometo que no se lo diré. Cuídate mucho, y espero probar pronto tu famoso pastel de chocolate. Aún nos lo debes, y no te invitaremos a casa hasta que el señor Gravano te acompañe —añadió guiñándole un ojo.

Micaela regresó a su acera y caminó hacia su casa.

John y Hannah entraron en una tienda que había en la esquina.

—John, ¿tenías los dedos cruzados cuando le prometiste a Micaela no contarle a Gonalo que la habíamos visto?

—Claro —reconoció con una sonrisa.

—Yo también.

Tras ese encuentro con John y Hannah, Micaela fue a peor. Trabajar en aquel restaurante le parecía cada vez más absurdo, y le parecía ver a Gonzalo por todas partes. Quería hablar con él, preguntarle si estaba nervioso por la inminente apertura de la asesoría, si su hermana Dalila se encontraba bien, si su cuñado estaba más tranquilo. Quería contarle que ese día había conseguido preparar un plato digno del más estricto crítico de la guía Michelín, que Clara, la recepcionista de la escuela, tenía novio y que lo echaba de menos.

El fin de semana se lo pasó encerrada en el departamento, recreándose en lo desgraciada que era. No podía quitarse de la cabeza que si no hubiera sido tan cobarde, ahora mismo podría estar con Gonzalo en la boda de sus amigos. Podían ir a pasar el fin de semana en un hotel en la costa. La boda se celebraba en una pequeña localidad junto al mar y se habrían alojado en un precioso hotel donde habrían hecho el amor hasta quedarse dormidos el uno en brazos del otro. Sonrió al pensar que, con la cantidad de veces que habían hecho el amor, sólo habían conseguido llegar a la cama una ocasión.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora