Capítulo 26

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Ella tardó unos segundos en reaccionar, no estaba acostumbrada a esas inocentes muestras de cariño.

—Hola. ¿Qué tenes ahí? —preguntó, señalando una pequeña bolsa de papel que sujetaba en la mano.

—Es para vos —le contestó él dándosela.

—No tenías que traerme nada, total la cena la vas a preparar vos.

—Es una tontería —dijo un poco incómodo. No había conseguido entender lo que lo había impulsado a entrar en ese negocio.

—¡Un llavero! —exclamó sorprendida sujetando la manzana que simbolizaba la ciudad de Nueva York—. Es muy lindo. Gracias.

—De nada ¿Qué vas a enseñarme a cocinar?

—Arroz con verduras. Es un plato muy sencillo y te será muy útil si...

—Micaela, no sigas, por favor —dijo él levantando la mano—. No quiero oír nada de «mis conquistas», así que tendré que encontrar el modo de mantenerte callada, y desde ayer por la noche sólo se me ocurre una manera de hacerlo.

—De acuerdo, no lo digo más.

—Lástima. —Sonrió y se dirigió a inspeccionar todo lo que había en la cocina—. ¿Para qué son las fresas?

—Para preparar un helado.

—No pretenderás que también lo haga yo, ¿no? —preguntó preocupado.

—No, tranquilo Lo haré yo mientras tú sufres cortando la verdura.

—¿Por dónde empiezo?

Micaela colocó las llaves en el llavero y lo dejó encima de la mesa, junto a los cubiertos que había preparados.

—En el cajón de abajo el horno hay un par de delantales, agarra uno y lávate las manos.

—A sus órdenes. —Le gustaba ver que estaba más relajada y que le tomaba el pelo. Igual que el día que la conoció en el avión—. Bueno, ¿y ahora?

—Ahora limpia las verduras y córtalas. Puedes ponerlas en ese cuenco que hay ahí.

—¿Y vos que vas hacer? —pregunto con la mirada fija en la zanahoria, tratando de no cortarse un dedo.

—Yo cortaré las fresas y empezaré a hacer la reducción del vinagre. —Al ver la mueca de Gonzalo, añadió—. Me lo han enseñado a hacer hoy, es una combinación de sabores un poco rara, pero lo creas o no, se complementan a la perfección. —Iba a decirle que cuando lo había probado había pensado en él, pero prefirió no hacerlo. Una cosa era disfrutar del flirteo y otra darle pie a algo más cuando aún no estaba segura de querer hacerlo—. Espero que te guste.

—Seguro que sí. ¿Está bien así? —le preguntó enseñándole lo que había cortado.

—Perfecto. Si quieres puedes ir calentando la cazuela.

—Lo que tú digas, vos sos la experta.

Micaela se rió y volvió a concentrarse en las fresas.

Gonzalo siguió cortando y cuando tuvo el cuenco lleno de pequeños pedazos de zanahoria, calabacín, cebolla, setas y un montón de verduras más se dio media vuelta hacia la gran chef... que en ese momento se estaba comiendo una fresa. Una gota roja se le deslizó por la barbilla, y él la atrapó con un dedo para llevárselo en seguida a los labios y, al darse cuenta de lo que había hecho, desvió la vista de nuevo hacia los fogones. Había sido una tontería, pero las pupilas de Micaela se habían dilatado, y cuando ella se recorrió el labio con la lengua supo que, o dejaba de mirarla, o la besaba allí mismo.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora