Capítulo 15

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-En Barcelona -respondió, y tomó la copa para acompañar con vino esa media mentira.

-¿Dónde trabajabas antes de venir aquí? -preguntó él al instante-. ¿En algún sitio conocido?

-En Barcelona, y no, no era ningún restaurante conocido. -Eso no era mentira, el Hospital de Barcelona no era especialmente conocido por su cocina-. ¿Y tú? ¿Qué estudiaste para ser...? -


Hizo un gesto con la mano incapaz de definir a qué se dedicaba Gonzalo.

-¿Asesor financiero? -Al ver que ella se incomodaba por no haberse acordado de su profesión, decidió sacarla del apuro-. No te preocupes, a mí a veces también se me olvida. Me temo que mi vida no es nada original; estudié economía, y cuando terminé empecé a trabajar en una consultoría. Trabajé y trabajé y, mírame, aquí estoy.

-Ya veo, todo un triunfador -respondió- tienes muchas cosas que hacer -dijo Mica buscando su billetera.

-La verdad es que no. ¿Qué estás haciendo? -preguntó él.

-Estoy buscando mi billetera. Estoy convencida de que esta cartera es una especie de agujero negro; parece tragarse las cosas. -Hundió la mano de nuevo.

Gonzalo alargó el brazo para detenerla, y le rodeó el codo con los dedos.

-Mira, tengo toda la intención del mundo de invitarte a cenar, así que deja de buscar. -Sólo con tocarle la piel del antebrazo a él se le aceleró el pulso, por lo que optó por soltarla-. ¿Qué me dices de lo del domingo? -Ella estaba mirándolo sin decir nada-. Yo no tengo nada que hacer y, si quieres, cuando hayamos terminado de colocar tus cosas podemos cenar algo.

-De acuerdo -suspiró Micaela-. Pero pago yo.

-Como quieras. -Gonzalo pagó y se levantó para correrle la silla-. ¿Quieres tomar un taxi o prefieres dar un paseo?

-Por mí paseó.

Salieron del restaurante y, al igual que antes, caminaron sin darse la mano, pero uno al lado del otro. Iban sin prisa, y en ese paseo siguieron hablando de un montón de cosas; como si los dos quisieran alargar al máximo aquel momento.

Estaban a una cuadra del hotel cuando Gonzalo se acordó de lo de la barbacoa del día siguiente.

-Mica, ¿qué planes tienes para mañana? -No sabía muy bien cómo enfocar el tema y optó por dar un pequeño rodeo.

-Aún no lo tengo decidido, ¿por qué? -respondió mirando a un vendedor ambulante que a esas horas aún seguía teniendo clientela.

-Es que John, ¿te acuerdas de John? -Gonzalo le había contado antes un par de cosas sobre él y, al ver que ella asentía, continuó-: Me invitó a una barbacoa en su casa y... me preguntaba si te gustaría acompañarme.

Ella se detuvo en medio de la calle y lo miró a los ojos.

-¿Acompañarte?

-Sí, bueno, es que... -¿Desde cuándo se ponía nervioso al hablar con una mujer?-. Es que, es que me dijo que podía llevar una invitada y... pensé que te gustaría ver una típica barbacoa americana. Y, bueno, se supone que no habrá sólo gente del trabajo y yo... -Se pasó otra vez la mano por el pelo-. A mí me gustaría que vinieras conmigo.

Ella siguió mirándolo a los ojos, y sin pensarlo dos segundos, aceptó la invitación.

-Esta bien.

-¿Sí? -Gonzalo parecía sorprendido-. ¿De verdad?

-De verdad. -Micaela volvió a caminar-. Sólo espero que no


te arrepientas.

-¿Arrepentirme? ¿De qué? -preguntó él a su lado.

-De llevarme contigo. Seguro que si fueras solo te presentarían a un montón de barbies.

-A mí nunca me han gustado las barbies. -Habían llegado ya al hotel, y Gonzalo sujetó la puerta de la entrada-. Siempre he tenido predilección por las hadas y los seres mitológicos.

Con el saludo del conserje, que apareció de repente para darles las buenas noches, Mica no oyó ese último comentario, pero sí el siguiente:

-Además, así pasamos el día juntos.

Él apretó el botón del ascensor y, antes de que llegase, una familia de japoneses se colocó a su lado para subir también. Iban a la misma planta que ellos, y no dejaron de sonreír a Gonzalo y a Mica durante todo el trayecto, por lo que éstos no pudieron seguir hablando.

-Bueno -dijo ella con la llave entre los dedos. Había
aprovechado el rato en el ascensor para buscarla-. ¿A qué hora quedamos mañana?

-Aún no he llamado a John, pero si tenemos que estar allí para hacer la barbacoa, lo mejor será que vayamos a eso de las doce.

Micaela abrió la puerta y se quedó de pie ahí.

-¿No deberíamos llevar algo? -preguntó sin dejarlo entrar. La noche había sido fantástica, tal vez demasiado, y no estaba segura de que quisiera que pasara nada más entre ellos.

-¿A qué te refieres? -Gonzalo se recostó en la pared del pasillo. Era obvio que ella no iba a invitarlo a entrar y, la verdad, no sabía si quería que lo hiciera. Le había gustado mucho ir al teatro con ella, y a lo largo de la cena había descubierto dos cosas; le gustaba, mucho, y si quería que llegaran a tener algo, algo especial, tenía que ir despacio.

-No sé, ¿no deberíamos llevar una torta o una botella de vino? Ya sabes, ese tipo de cosas.

-Claro, tienes razón. -Él avanzó un poco y se le colocó justo delante-. ¿Qué te parece si quedamos a las diez delante de la recepción? Yo ya habré hablado con John y tendré la dirección de su casa. Podemos pararnos a comprar algo por el camino.

-Genial. -Ella encendió la luz de la habitación y se colocó junto a la puerta-. Gracias por invitarme al teatro y a la cena. Lo pase muy bien -añadió, mirándolo a los ojos.

-Yo también -respondió Gonzalo sin apartar la mirada-. Me alegro de que te haya gustado. -Levantó una mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Deslizó los dedos despacio por su mejilla, igual que había hecho en el teatro al secarle la lágrima, y se apartó.

Ambos se quedaron en silencio.

-Buenas noches, Mica -dijo él dando un paso hacia la puerta de su habitación-. Hasta mañana.

-Buenas noches, Gonza -respondió ella un poco aturdida-. Que descanses.

-Igualmente -le contestó de pie en el pasillo, justo antes de meterse en su cuarto.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora