Capítulo 51

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Nueva York, más o menos la misma época.

Micaela se sentía desgraciada y echaba mucho de menos a Gonzalo. La primera semana después de que se fuera no estuvo tan mal, podría decirse que incluso estuvo bien. Pero de repente, un día, al regresar de la escuela, se detuvo a comprar comida pensando en preparar aquellos espaguetis que a él le gustaron tanto y se echó a llorar desconsolada en medio del supermercado. La chica que se encargaba de la caja registradora corrió a ayudarla, convencida de que le pasaba algo muy grave. Tras serenarse, se fue a su casa, donde lloró hasta quedarse dormida. A la mañana siguiente, se despertó y pensó en llamarlo, pero ninguna de las veces se atrevió a marcar el número. ¿Qué se le decía a un hombre al que le has roto el corazón? ¿Lo siento? Era imposible que la perdonara, así que lloró un poco más y fue a clase como cada día.

Unos días más tarde, la directora de la escuela, le comunicó que era una de las afortunadas en pasar el curso, y que haría las prácticas en un prestigioso restaurante que había en lo más alto de un hotel de lujo. Lo primero que Micaela pensó fue en llamar a Gonzalo para contárselo, se moría de ganas de oír aquella voz que tanto le gustaban. Pero no lo hizo. No tenía derecho a hacerlo. Ella lo había echado de su vida y ahora no había marcha atrás. Así que se limitó a darle las gracias a la mujer y a preguntar cuándo podía empezar.

Trabajar en la cocina de ese restaurante le gustó mucho menos de lo que había creído en un principio. La verdad era que cada vez estrañaba más la medicina, y estaba convencida de que lo que debía hacer era encontrar un equilibrio entre ambas. Tal vez podría trabajar menos horas en el hospital y organizar cenas en su casa con su hermana y Gonzalo. No, Gonzalo no iba a estar. Y sólo ella tenía la culpa de ello.

Una noche, se despertó con el corazón acelerado y la frente empapada de sudor. Había soñado con Gonzalo. Había revivido la última noche que lo vio, pero imaginándose un final distinto, uno en el que ella le decía que lo quería y hacían el amor en su horrible cama plegable. Se levantó y fue a la cocina a por un vaso de agua, pero al ver algo tan insignificante como el fregadero, se echó a llorar. Ahora sabía que se había equivocado, que se había enamorado a pesar de querer tener sólo una aventura, y que había perdido al único hombre al que podría amar jamás. Gonzalo le había dicho que la quería, y ella se había asustado tanto que había dejado que se fuera de allí convencido de que ella no. Y lo amaba, tanto que creía que se iba a morir sin él, pero no se sentía capaz de lograr hacer feliz a un hombre como Gonzalo. No era que no lo quisiera, era que tenía miedo de fallarle, y de que algún día no muy lejano la mirara a los ojos y le dijera que ya no la quería. Sabía que había sido una cobarde, que había optado por dejarlo antes de que lo hiciera él.

Bebió el agua y cerró los ojos con las pestañas mojadas. Se acordó de aquel día en el teatro, cuando Gonzalo capturó una lágrima solitaria que le resbaló por la mejilla. Si la viera ahora, no daría abasto. Claro que si él estuviera allí, no tendría motivos para llorar. 

Fue al sofá y tomó la figurilla de King Kong, la apretó entre los dedos. Jamás había llegado a dársela, ni siquiera le había contado que se la había comprado. Había tantas cosas que no le había dicho, como por ejemplo lo mucho que le gustaba su sonrisa, lo dulces que eran sus besos, y que jamás había sentido nada parecido a lo que sentía estando entre sus brazos. Ojalá pudiera decírselo, ojalá tuviera una segunda oportunidad, pero sabía que era imposible, Gonzalo se lo había dejado muy claro: «Te quiero, eres la primera mujer a la que le entrego mi corazón, y si tú me quisieras, habría luchado por nosotros, pero ya que no es así, trataré de olvidarte». 

Unos días más tarde, iba caminando por la calle cuando oyó que alguien gritaba su nombre. Giró la cabeza a ambos lados y primero no vio a nadie, pero luego vio a John que salía de un taxi. No podía escabullirse, tanto él como Hannah ya la habían visto, así que fue a saludarlos.

—Hola, ¿qué tal estas? —preguntó, detectando al instante la hostilidad de la pareja.

—Bien —respondió Hannah, que al parecer tenía menos ganas de estrangularla que John.

—¿Cuándo es la boda?

—Este fin de semana —contestó él fulminándola con la mirada—. ¿Cómo te va el curso de cocina?

—La verdad es que no tan bien como esperaba —dijo, sorprendiéndose a sí misma por ser tan sincera.

John pareció decirle con la mirada que se alegraba de que fuera así.

Los tres se quedaron en silencio, sabiendo que todos querían hablar de lo mismo, y al final fue Micaela quien se tragó el orgullo y preguntó:

—¿Saben algo de Gonzalo?

A Hannah le cayó al suelo la bolsa que sujetaba en la mano.

—¿Tú no? —preguntó John con cinismo—. Qué raro.

—Vamos, John —intervino su prometida—, es obvio que Micaela lo está pasando muy mal.

Él la recorrió de arriba abajo con la mirada, y al decidir que sí, que en realidad tenía muy mala cara.

—Desde que regresó a Barcelona —«por tu culpa», pensó sin decírselo—, hemos intercambiado varios e-mails. Está a punto de abrir su propia asesoría.

—Me alegro —dijo Micaela sincera. Deseó con todas sus fuerzas poder estar allí para celebrar juntos ese momento.

—Y se ha instalado en su piso —añadió Hannah.

—Qué bien. —Él le había contado que desde el balcón podía verse el mar y que tenía muchas ganas de poder enseñárselo. Ahora ya no sería posible.

—Nos pararemos a hacerle una visita de camino a París. Vamos de luna de miel a Europa. —Las palabras de John la sacaron de su ensimismamiento—. ¿Quieres que le digamos algo de tu parte?

Se quedó, mirándolo sin decir nada. Incapaz casi de respirar.

—No, nada. —Respiró hondo—. Bueno, me tengo que ir. Les deseo lo mejor.

Se estaba dando ya media vuelta para seguir su camino, cuando John le tocó el brazo.

—Mica, ¿puedo preguntarte una cosa?

—Claro —contestó ella con la voz entrecortada por el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar delante de ellos.

—¿Por qué lo hiciste?

No hacía falta que le dijera a qué se refería.

—Porque tenía miedo de fallarle.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora