Capítulo 20

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Salieron a la calle, y el calor y la humedad de la ciudad les golpearon al instante. Tal como habían decidido durante el desayuno, fueron caminando, mientras charlaban de temas intrascendentes, de los locales tan curiosas que había o de lo raros que eran algunos de los habitantes de la Gran Manzana. Treinta minutos más tarde, llegaron a la escuela de cocina. Llamaron y una mujer con acento cubano les abrió en seguida y les indicó que subieran.

Clara, así se llamaba la voluptuosa cubana que los recibió, era la recepcionista, y se había ofrecido voluntaria para recibir a Micaela. Clara le entregó a Micaela las llaves y, sin dejar de mirar a Gonzalo, le dio la dirección del pequeño departamento.

-Tienes que caminar unos doscientos metros y luego girar a la izquierda...

-No te preocupes -la interrumpió él guiñándole un ojo -, sé dónde es.

La mujer enarcó una ceja y lo recorrió con la mirada; aunque era mucho mayor que él, era evidente que estaba disfrutando de las vistas.

Micaela se dio cuenta y no pudo evitar sonreír.

Comprendía perfectamente lo que le pasaba a la cubana. Gonzalo Gravano era un hombre muy atractivo, y si además se ponía en plan encantador, podía ser letal.

-Las clases empiezan mañana, ¿no? -decidió volver a llamar la atención de la recepcionista.

-Sí, así es -le respondió ésta, echándose el pelo hacía atrás-. Aunque al ser el primer día, seguro que será bastante tranquilo. Deja que compruebe que no me haya olvidado nada. - Revisó el escritorio -. No, ya te lo he dado todo. De todos modos, si tienes algún problema cuando llegues al departamento, no dudes en llamar. Yo estaré aquí tres horitas más. -Suspiró-. Tengo trabajo atrasado.

-Muchas gracias por recibirme, Clara.

-De nada. -Sonrió la otra-. Bueno, espero verte mañana.

-Puedes estar segura, hasta mañana.

Gonzalo tomó la valija con una mano y le tendió la otra a la mujer.

-Ha sido un placer, Clara.

-Lo mismo digo -respondió ella, aceptándola.

Tras despedirse, Micaela y Gonzalo salieron a la calle y él se detuvo un momento para decidir por dónde continuar. El departamento no estaba muy lejos, y el barrio era bastante tranquilo. Al contrario que el centro de la ciudad, sus calles estaban pobladas por casitas, de ladrillo blanco y con rejas negras en la entrada, y por pequeños edificios. Eran habituales los sótanos, a los que se accedía por una escalera que partía de la misma acera, y no había ningún rascacielos.

Mejor, pensó, se moriría de preocupación si la escuela de Micaela estuviera en un barrio conflictivo.

-Creo que cada vez estoy más nerviosa -dijo ella, sacándolo de sus pensamientos.

-¿Nerviosa? ¿Por qué?

Seguían de pie en el portal, y ella lo miraba con los ojos muy abiertos, como si por primera vez bajara un poquito sus defensas.

-No sé, supongo que ahora empiezo a darme cuenta de que todo esto está pasando de verdad -respondió, abriendo los brazos como si quisiera abarcar la ciudad entera.

-¿Te refieres a lo del curso? -Tras verla asentir continuó-: Pues claro que está pasando de
verdad. -No pudo resistir más la tentación y le acarició la mejilla-. Mañana empezarás las clases, y ya verás como dentro de un par de meses todos los cocineros del mundo se pelearán por ti. Es normal que estés un poquito nerviosa.

-No es sólo eso, es que... -No continuó, pero lo miró a los ojos, y, por unos segundos, él creyó que quería decirle algo más, pero luego esa mirada desapareció como si nunca hubiera existido-. ¿De verdad sabes dónde está el apartamento? -Micaela cambió de tema y giró la cabeza.

A fuego lento <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora