Capítulo 8

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-Lucía. -sonó un suspiro apenas perceptible. -Lucía. -volvió a sonar a sus espaldas.

Lucía buscó a sus alrededores la fuente de ese suspiro. El olor inconfundible del cigarro que fumaba su madrina, invadía el ambiente, pero por más que busca su blanca imagen a su alrededor, no podía encontrarla. Recién cuando elevó su mirada, pudo ver sobre el improvisado muro que separaba su casa del vecino, el rostro de la persona que tanto extrañaba.

-¡Madrina! -dijo con sorpresa. La señal de guardar silencio no se hizo esperar en el rostro de su madrina y Lucía, avergonzada por su falta de discreción, se acercó en silencio hacia ella, mirando a su alrededor para saber si es que su madre la había escuchado.

-Hola mi querida. ¡Qué felicidad verte de nuevo! Le agradezco a los ángeles y al Dios del cielo que te han cuidado de ese demonio. -empezó a decir Teresa con voz tan suave que era apenas percibida por Lucía abajo del muro. -Tu madre no debe saber que estoy aquí y que hemos conversado. Entiendes, ¿verdad?

Lucía asintió con la cabeza. Le pareció que era más silencioso responder así.

-Te pido disculpas por la discusión que tuve con tu padre el otro día. Ya sabes que nunca nos hemos llevado bien. Es que me da ira lo que les hace. Y más me molesta lo que te hace a tí. Tu madre ya es vieja para defenderse. Pero mejor hablo del tema por el que vine. -dijo Teresa y le alcanzó un libro bastante grueso.

Lucía estiró la mano y tomó el libro. Quiso hojearlo para saber de qué se trataba, pero su madrina continuó hablando.

-No podemos estar mucho tiempo aquí. Tu madre puede venir cualquier momento. Solo vine a entregarte ese libro y a decirte que lo estudies. Que aprendas todo lo que ahí está escrito. Pero, esto es importante, hazlo a escondidas. Ni tu padre ni tu madre deben saber que tienes ese libro y que estás estudiando. Ni siquiera tu madre, ¿entiendes?

Lucía volvió a asentir en silencio.

-Tú no puedes seguir viviendo de esta manera. Eres una muchacha con mucho futuro. No quiero que sigas el mismo camino de tu madre o el mío. Debes salir de este pueblo, irte a la gran ciudad, a un mundo mejor. Y ese libro te ayudará. Pero debes estudiarlo. ¿Lo harás?

Lucía asintió y abrazó el libro como si estuviese abrazando a su madrina.

-Te dejo linda mía. Ya sabes. Debes estudiar mucho, mucho. Y debes hacerlo en secreto. No tienes mucho tiempo. Apúrate. Que tu ángel de la guarda te proteja.

Dicho esto, ella le envió un beso al aire y desapareció detrás del muro. Lucía miró el libro y, asaltada por el temor que la vean con él, se lo metió debajo del delantal y se fue a su cuarto a esconderlo. Más tarde, con más calma, vería de qué se trataba.

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