Capítulo 48

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-Lucía. Buenas tardes mi niña. Me gustaría compartir algunas palabras contigo antes de que te vayas a la Universidad. -Le dijo Jõao al verla llegar a su puerta de salida en la tarde. -Son importantes.

-Pero es que estoy apurada Señor Jõao. -le dijo ella al pasar por la puerta. Su rostro, sin embargo, mostraba que en realidad no era apuro, sino vergüenza lo que tenía.

-Como te dije, mi querida Lucía, es importante que hable contigo. -siguió insistiendo Jõao. -Veo en tu rostro que no has tenido un buen día.

-Sí. -dijo ella a tiempo que se detenía a su lado. -Es que la señora Renata... No sé. Siempre me trata mal, me grita. Hoy estaba de muy mal humor y me dijo que me iba a botar. Siempre está buscando alguna excusa para regañarme. Tiene algo en mi contra. No sé por qué. -terminó diciendo Lucía con la voz entrecortada y las lágrimas fluyendo por sus mejillas.

-No mi niña. Sé que ella no es perfecta. Que comete muchos errores. Incluso errores que te han hecho sufrir. Pero en esta oportunidad, ella tiene toda la razón. ¿A qué hora llegaste esta mañana? -preguntó Jõao.

Lucía recordó lo tarde que llegó esa mañana. Tan tarde que no tuvo tiempo siquiera de saludarlo cuando pasó por la puerta, entrando a trabajar a toda prisa. Recordó que los otros días, cuando llegaba temprano, siempre le sobraban algunos minutos para conversar con el viejo Jõao. Pero últimamente, había estado llegando tarde, muy tarde. Sin mucho esfuerzo recordó sus primeros minutos esa mañana, cuando terminó de escribir su diario de sueños, lo cerró y lo puso sobre su mesita de noche, para luego masajearse la mano para reducir el dolor ocasionado de escribir tantas páginas describiendo el sueño que acababa de tener. Y es que escribir los sueños lúcidos resultaba mucho más extenso que los sueños convencionales. Eran mucho más largos y detallados. Y estaba muy contenta con lo logrado durante esa noche. El escuchar las descripciones del mundo de Luis Carlos, le había dado un nuevo empuje a su curiosidad para poner en práctica su creatividad y tratar, ella también, de crear sino un pueblo completo como Luis Carlos, al menos el albergue estudiantil en el que vivía, pero con todo el lujo de detalles y con todos sus habitantes. Mientras se masajeaba su dolorida mano, pensaba en lo frustrante y lento que era el tratar de escribir con palabras, una tras otra, lo que surgía en sus recuerdos en un solo instante. Definitivamente el lenguaje verbal era un lastre que necesitaba ser mejorado. Miró su reloj y recién en ese momento se dio cuenta lo tarde que era. Se levantó de la cama a toda velocidad y tomó su toalla y la ropa de trabajo que estaba colgada a un lado de su cama. Salió de su cuarto y por un segundo pensó en dejarla abierta para ganar tiempo, pero la cordura pudo más y gastó preciosos segundos en cerrar la puerta con llave para salir corriendo en dirección de los baños. Llegó al lugar y, así como ella, varias chicas estaban también esperando para utilizar los baños. No le quedó más que tener resignación y esperar su turno. El solo pensar lo que le diría su jefa en la tienda le hizo saber que ese día sería un mal día.

-Muy tarde, ¿verdad? -respondió él por ella ante el prolongado silencio. Lucía solo asintió, aceptando la respuesta.

-No sé qué es lo que te ha estado pasando últimamente, mi niña. -siguió hablando Jõao con una voz que expresaba el profundo aprecio que le tenía. -Porque esta es la tercera vez que llegas tarde esta semana. Y la semana pasada llegaste tarde una vez. Quizá son los estudios. O quizá no. No te lo voy a preguntar. Sé que eres una muchacha muy inteligente, que sabe qué está bien y qué está mal. Y tienes que darte cuenta que, esos que estás haciendo, no te esta haciendo bien.

-Sí. Tiene razón. -aceptó ella luego de un par de minutos de silencio. -Y le prometo que lo voy a remediar. Le prometo que no volveré a llegar tarde, nunca más.

-Te creo mi niña. Sé que lo harás.

Lucía abrazó al viejo, en parte por el intenso cariño que le tenía, y en parte para esconder las lágrimas que derramaba sin control sobre su rostro. En ese momento se recordó que el día no había terminado. Todavía tenía que ir a la Universidad. Para asistir a una clase donde tendría que entregar un trabajo práctico. Un trabajo práctico que no había terminado. El solo pensar en lo mal que le estaba yendo en la vida, hizo que abrazara aún con más fuerza al viejo, como tratando de agarrarse de algo sólido para no caer.

-Te lo prometo. -volvió a decir ella llorando aún con más intensidad.

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